Dev la levantó en brazos y la dejó en la cama. El colchón estaba muy hundido y, por un instante, Susanna temió que pudiera haber pulgas. Pero Devlin volvió a acariciarla hasta hacerle olvidarse de todo lo que la rodeaba. El insistente zumbido de la sangre que corría por sus venas amortiguaba los ruidos que llegaban desde la taberna. Susanna iba olvidando lo sórdido de su situación a medida que las caricias de Devlin se hacían más intencionadas, más insistentes, demandando su absoluta rendición. A esas alturas, también él se había desprendido de la ropa y su piel rozaba la suya en un delicioso tormento. Jugueteaba con la boca con sus senos, arrastrándola hasta las más altas cumbres de la pasión. Susanna sentía el cuerpo ardiendo, exigiendo la plena satisfacción que Devlin le negaba.
– ¿Qué quieres, Susanna? -susurró Devlin-. Dímelo.
Susanna vaciló. ¿Dev pretendía que volviera a suplicarle? Pensó que probablemente así fuera, y le odió por ello, a pesar de que quería gritar, de que quería pedirle que la tomara. Sí, eso era lo que él quería, pensó con un conato de rebelión. Devlin quería dominarla, quería que se enfrentara al hecho de que tenía poder sobre su cuerpo. Pero sus manos eran tiernas y sus besos eran capaces de llevar el placer hasta las más infinitas profundidades.
– ¿Qué quieres?
Sintió la respiración de Devlin contra sus labios, volvió a saborear el gusto del brandy en su lengua mientras jugueteaba con la suya.
– Quiero llegar al final.
Fueron palabras dichas a su pesar, palabras que habría preferido negarle. Se odiaba a sí misma tanto como a él por no haber admitido que le deseaba con locura. Sabía, además, que Devlin no iba a concederle lo que tanto anhelaba.
– Todo a su debido tiempo.
La caricia de Devlin se convirtió en el más ligero de los roces mientras recorría con la mano su seno. Susanna intentaba pensar, intentaba respirar, pero toda su atención estaba presa del glorioso deseo que se arremolinaba dentro de ella.
– No quiero esperar -sabía que estaba suplicando, pero ya no le importaba-. Por favor, Devlin, quiero llegar hasta el final.
– Y lo harás.
Trazó un camino de besos entre sus senos y la piel de su vientre. Hundió la lengua en el ombligo y descendió de nuevo por la curva de su vientre.
– Podrás alcanzar el clímax tantas veces como quieras.
Aquellas palabras susurradas eran una cálida incitación a liberarse. Deslizó el dedo en su interior y continuó acariciándola.
– Dos veces, tres… Las que quieras, hasta que estés completamente saciada.
Se colocó sobre ella, de manera que la punta de su miembro reemplazara su dedo. Susanna alargó los brazos hacia él, pero Dev se apartó.
Susanna se estremeció mientras su cuerpo se cerraba en torno a él. Aquellas palabras quedas y desbordantes de pasión habían espoleado su mente llenándola de imágenes eróticas.
– ¿Te ha gustado, Susanna? -preguntó Dev en un ronco susurro.
Se movió ligeramente dentro de ella y Susanna sintió un fogoso torrente de sensaciones. Estaba muy cerca, pero, al mismo tiempo, el clímax se alejaba una y otra vez de su alcance. Se arqueó, invitando a Dev a hundirse más profundamente en ella. En respuesta, Devlin volvió a retroceder. El enfado y la frustración de Susanna eran tales que se sentía a punto de enloquecer. Jamás había imaginado que el sexo pudiera ser así. Que pudiera llegar a abandonarse de tal forma, que la lascivia pudiera alcanzar un grado tan extremo que hasta a ella misma la asombraba.
Se miraron a los ojos durante unos segundos y Devlin se hundió en lo más profundo de ella y la besó. El fuego se avivó, acabando con los últimos vestigios de inhibición. Pero sintió que Devlin volvía a retirarse.
Bajo la luz de la luna, vio que Devlin alargaba la mano hacia el abrigo y sacaba algo del bolsillo. Lo abrió y reveló una perla enorme con una cadena de oro.
– ¿Sabías que el contacto de una perla puede ser al mismo tiempo sedoso y tan áspero como la arena? -susurró con voz sensualmente ronca.
Deslizó la perla por los pezones, que se irguieron al instante. Aquella placentera fricción hizo que Susanna estuviera a punto de gritar.
– Esto formaba parte del tesoro de un príncipe oriental -continuó explicándole Devlin, en el mismo tono de voz.
Volvió a deslizar la perla por los montes de sus senos, desencadenando otra oleada de placer. El áspero contacto de la perla sobre su piel era como el fuego. Dev inclinó la cabeza mientras la perla descendía sobre las costillas de Susanna y se hundía en eróticos círculos en su ombligo.
– Me dijeron que proporcionaba el mayor de los placeres -se interrumpió y dejó que la perla descendiera hasta su vientre-. ¿Qué te parece, Susanna? Dímelo.
Pero Susanna era incapaz de pensar coherentemente. La perla continuaba abriéndose caminos sobre su piel. Sabía que en cualquier momento, Dev alcanzaría con ella los rincones más sensibles de su cuerpo.
– ¿Te gusta? -preguntó Dev cuando la perla rozó los pliegues de su sexo.
Susanna estaba ya al borde del desmayo.
– Yo… ¡Ah!
Un jadeo de placer escapó de sus labios. Sintió la perla contra el sensible botón de su sexo y no pudo evitar arquear las caderas en una muda e involuntaria súplica. Oyó que Dev emitía un sonido de satisfacción y deslizaba la perla dentro de ella, para sacarla después tirando de la larga cadena.
La sensación fue indescriptible. Susanna temblaba ante la voluptuosidad de aquel dulce tormento, sentía la perla hundirse dentro de ella para salir nuevamente, una vez tras otra, transformando su placer en algo nuevo, dulce y oscuro. Se arqueó extasiada y Dev la contempló mientras alcanzaba el éxtasis. La devoró con sus labios mientras el orgasmo fluía dentro de ella con una intensidad abrasadora. Se hundió entonces en su interior y la tomó con cortas y rápidas embestidas. El cabecero de la cama golpeaba al mismo ritmo la pared. Susanna le oyó gritar, le sintió tensarse y disfrutó del instante en el que Dev por fin alcanzó la liberación final, derramando su semilla candente dentro de ella.
Durante unos segundos, Susanna continuó regodeándose en aquel inmenso gozo, hasta que, en cuestión de segundos, penetraron en su mente los estridentes ruidos de la taberna y la arrancaron de aquel refugio de sensualidad. Se sintió entonces cubierta de humillación y vergüenza. Seguramente, todo el mundo había oído en el piso de abajo los gemidos del colchón y los golpes del cabecero contra la pared. Su cuerpo entero se cubrió de rubor. ¿Cómo podía haberse olvidado hasta tal punto de todo? ¿Cómo era posible que hubiera respondido con tan sensual abandono? Se sintió repentinamente sucia y vacía. La perla… Al recordarlo, tembló con renovada pasión, una pasión amortiguada por la vergüenza y la mortificación.
Tenía que salir de allí. Tenía que alejarse de aquel lugar. Tenía que escapar de la vergüenza y del poder que Devlin ejercía sobre sus sentimientos. Se sentó en la cama, alargó la mano hacia su ropa y se vistió de cualquier manera. El pánico iba creciendo dentro de ella mientras intentaba localizar sus zapatos.
– ¿Susanna? -la llamó Dev con voz lánguida, adormecido todavía por el placer-. Vuelve a la cama.
– Adiós, Devlin -respondió Susanna.
Intentó girar el picaporte, desesperada por huir cuanto antes de allí.
– ¡Susanna!
Dev salió disparado de la cama. Susanna jamás había visto a un hombre moverse a tanta velocidad. Y tampoco sabía que un hombre fuera capaz de vestirse tan rápido.
Suponía que se debía al entrenamiento en la Marina. En cualquier caso, debía de ser muy útil para un libertino ser capaz de desnudarse y vestirse tan rápidamente. Maldito fuera. Cerró la puerta del dormitorio tras ella y comenzó a bajar las escaleras, tambaleándose en su precipitación. Un segundo después, la puerta volvía a abrirse y Dev corría tras ella, abrochándose los pantalones.