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Crucé la raja que había abierto para entrar y corrí por la zona descubierta hasta la seguridad de la cornisa. Una vez allí, saqué mi varilla luminosa y la mantuve enfocada a mis pies para no caer en ningún agujero. Me detuve a media ascensión a la sombra de una larga y oscura grieta, para recuperar el aliento y leer el mensaje. No habría suficiente luz si aguardaba hasta llegar al jeep. Ya era lo bastante oscuro e iba a tener que usar la varilla luminosa. Extraje el envoltorio del bolsillo de mi camisa y empecé a abrirlo.

—¡Volved! —gritó una voz directamente debajo de mí. Me aplasté contra la grieta como la bey de Evelyn. Bajé rápidamente la varilla luminosa y la clavé en el suelo.

—¡Volved! ¡No tenéis que tocarlo! ¡Yo lo haré! —Alcé un poco la cabeza y miré. Se trataba de un fenómeno acústico producido por la cara del resalte de lava. Lacau no estaba cerca. Él, junto con dos recias figuras con atuendos blancos que tenían que ser suhun-dulims, estaban» al otro lado de la tienda, tan lejos que apenas podía divisarles en la menguante luz, aunque la voz de Lacau llegaba hasta mí tan claramente como si lo tuviera debajo.

—Yo me encargaré de enterrarlo, por el amor de Dios. Todo lo que tenéis que hacer es cavar la tumba. —Lacau se volvió e hizo un gesto hacia la tienda, y su voz se cortó. ¿Qué tumba? Miré hacia donde gesticulaba y pude divisar una forma grisazulada sobre la arena. Un cuerpo envuelto en plástico.

—El sandalman os envió aquí para custodiar el tesoro, y eso incluye hacer lo que yo os diga —señaló Lacau—. Cuando él vuelva, yo…

No pude oír el resto, pero, fuera lo que fuese, lo que dijo a continuación no les convenció. Siguieron alejándose de él, y al cabo de un minuto se dieron la vuelta y echaron a correr. Me alegré de que fuera casi oscuro y así no pudiera verles. Los suhun-dulims siempre me han producido escalofríos. Franjas de músculos herniados se acumulan bajo sus pieles, especialmente en sus rostros y en sus manos y en sus pies. Cuando Bradstreet transmite historias sobre ellos, los describe con el aspecto de masas de verdugones o amasijos de cuerdas, pero Bradstreet está loco. Parecen más bien serpientes. El sandalman no es tan malo…, sólo las tiene en los pies, que Bradstreet dijo que parecían sandalias cuando envió la historia que le dio al sandalman su nombre, pero casi ninguna en su rostro.

El sandalman. Tiene que hallarse en el recinto, por lo que ha dicho Lacau: «Cuando él vuelva.» Ninguno de ellos miraba en mi dirección, así que seguí subiendo tan silenciosamente como pude por si el eco funcionaba en ambas direcciones.

Aún había suficiente luz al este para conducir. Pensé en detenerme a mitad del camino, conectar los faros y leer el mensaje de Evelyn a su haz, pero no deseaba que Lacau viera mis luces e imaginara dónde había estado. Podía leer el mensaje junto a una de las luces del poblado antes de entregárselo al sandalman.

No encendí los faros hasta que no pude ver mi mano frente a mi rostro, y cuando lo hice vi que prácticamente estaba a punto de estrellarme contra la pared del poblado. No había ninguna luz a lo largo de la pared. Dejé encendidos los faros del jeep, deseando poder conducir el jeep hasta el interior del poblado.

Tan pronto como estuve al otro lado de la pared pude ver la linterna que había colgado la bey. Era la única luz en todo el lugar, y en el ambiente seguía flotando aquella quietud de masacre. Quizá supieran lo que yacía en aquella hamaca en el domo de plástico y hubieran huido como los guardias suhundulims.

Me dirigí hacia la puerta del sandalman y alcé la vista a la linterna. Estaba justo fuera de mi alcance, o de otro modo la hubiera alzado de su gancho y la hubiera llevado hasta el refugio de un callejón, donde poder leer el mensaje sin que nadie me viera. Incluido el sandalman. No creía que le gustase el que alguien abriera su correo. Me apoyé contra la pared y saqué el envoltorio del bolsillo.

—No hay nadie dentro —dijo la bey. Todavía tenía mi tarjeta de prensa en la mano. Se veía como mordisqueada en los bordes. Debía haber permanecido sentada en los escalones desde aquella tarde, intentando arrancar las letras del holo.

—Tengo que ver al sandalman —dije—. Déjame entrar. Traigo un mensaje para él.

Estaba mirando con curiosidad el envoltorio. Volví a metérmelo en el bolsillo.

—Déjame entrar —dije—. Ve a decirle al sandalman que estoy aquí y que deseo verle. Dile que traigo un mensaje para él.

—Un mensaje —murmuró la bey, observando el bolsillo donde había desaparecido el envoltorio.

Suspiré y volví a sacar el envoltorio de plástico del bolsillo de mi camisa. Se lo mostré.

—Un mensaje. Para el sandalman. Déjame entrar.

—Nadie puede entrar —dijo—. Yo tomaré. —Tendió la mano por entre los barrotes de la puerta de hierro.

Aparté el envoltorio con un gesto brusco.

—Él mensaje no es para ti. Es para el sandalman. Llévame ante él. Ahora.

La había asustado. Retrocedió de la puerta hacia los escalones.

—Nadie puede entrar —dijo, y se sentó. Empezó a dar vueltas a la tarjeta de prensa con sus manos de aspecto sucio.

—Te daré algo —prometí—. Si le comunicas mi mensaje al sandalman, te daré algo. Algo mejor que la tarjeta de prensa.

Volvió hacia la puerta, aún con aire desconfiado. Yo no tenía ni idea de qué llevaba encima que pudiera gustarle. Rebusqué en el bolsillo de mi desgarrada camisa y saqué una pluma que tenía hololetras en uno de sus lados.

—Te daré esto —dije, mostrándosela en mi mano—. Y tú le dices al sandalman que tengo un mensaje para él. —Alcé el envoltorio con la otra mano, para que comprendiera—. Déjame entrar —pedí.

Fue más rápida que el ataque de una serpiente. En un momento estaba inclinada hacia delante, observando la pluma. Al momento siguiente tenía el paquete en su mano. Cogió la linterna de su gancho y corrió escalones arriba.

—¡No lo hagas! —dije—. ¡Espera! —La puerta se cerró de golpe tras ella. No pude ver nada.

Magnífico. La bey podía darse una espléndida comida con el mensaje, y yo no estaba más cerca de una historia de lo que había estado antes, y probablemente Evelyn estaría muerta cuando regresara al domo. Tanteé mi camino a lo largo de la pared hasta que pude ver las luces del jeep. Estaban empezando a disminuir de intensidad. Magnífico. La batería se estaba agotando. No me hubiera sorprendido en absoluto descubrir a Bradstreet sentado en el asiento del conductor, transmitiendo una historia con mi equipo.

No recé para encontrar mi camino de vuelta al domo en la absoluta oscuridad que era la noche de Colchis, así que dejé los faros encendidos y esperé que Lacau no me viera acercarme. Incluso con los faros encendidos, me despisté un par de veces y terminé estrellándome contra un montón de lava que no arrojaba ninguna sombra.

Me quité la rasgada camisa y la dejé en el jeep. Necesité una eternidad para descender el reborde en la oscuridad, cargado con el traductor y mi equipo de transmisión, y la raja que había hecho en la tienda no era lo bastante grande para mí y las abultadas cajas. Las metí dentro, me deslicé de espaldas por la raja, y tiré de la caja del transmisor una vez dentro. Cargué el traductor en mi hombro.