Выбрать главу

La cinta del precinto y el relleno esponjoso y las burbujas de plástico, todo muy limpio. Metí la mano tanto como pude por entre la tela metálica hasta que conseguí agarrar un borde de la caja, la incliné un poco hacia delante con mi otra mano, y conseguí agarrar algo de lo que había dentro. Tiré y lo saqué.

Era un jarrón de algún tipo. Lo estaba sujetando por su largo y estrecho cuello. Había en él una especie de tubo plateado que se suponía representaba una flor, un lirio tal vez, abriéndose en la parte de abajo y luego estrechándose hasta la abierta boca. Los lados del tubo estaban grabados con finas líneas. El jarrón en sí estaba hecho de algún tipo de cerámica azul, tan fina como una cáscara de huevo. Lo volví a dejar dentro de la caja junto con el relleno esponjoso. Revolví un poco más entre las burbujas y extraje algo que parecía un cruce entre una de las vasijas de cerámica de Lisii y algo que una bey hubiera estado masticando durante un tiempo antes de escupirlo.

—Eso es el sello de la puerta —dijo Lacau—. Según Borchardt, dice: «Cuidado con la maldición de los reyes y las khepers, que convierte los sueños de los hombres en sangre.» —Tomó la tablilla de cerámica de mis manos.

—¿Recibió mi mensaje? —pregunté, intentando volver a meter las manos encajadas en la tela metálica. Me hice un rasguño en la muñeca. Empezó a sangrar—. Bien —dije—, ¿recibió el mensaje?

Me arrojó un trozo de papel masticado.

—Más o menos —dijo—. Las beys tienden a ser curiosas acerca de cualquier cosa que se les da. ¿Qué había en el mensaje?

—Quiero hacer un trato con usted.

Lacau empezó a poner de nuevo el sello de la puerta en la caja.

—Sé cómo hacer funcionar el traductor —dijo—. Y el equipo de transmisión.

—Nadie sabe que estoy aquí. He estado retransmitiendo mis historias a Lisii, tierra-a-tierra.

—¿Qué tipo de historias? —quiso saber. Se había enderezado, sujetando todavía el sello de la puerta.

—Relleno. La vida salvaje local, antiguas entrevistas, la Comisión. Cosas de interés humano.

—¿La Comisión? —dijo. Había hecho un repentino movimiento de sobresalto, casi como si hubiera dejado caer el sello de la puerta y lo hubiera recogido en el último instante. Me pregunté si se encontraba bien. Su aspecto era terrible.

—Dejé un relé conectado allá en Lisii. Mis transmisiones salieron del planeta desde allí, y Bradstreet cree que sigo en Lisii. Si dejo de transmitir artículos, sabrá que ha ocurrido algo. Tiene un Golondrina. Puede estar aquí mañana mismo.

Lacau comprobó cuidadosamente que el jarrón estuviera bien colocado en la caja y apiló burbujas a su alrededor. Cerró la tapa y volvió a fijar la cinta adhesiva.

—¿Cuál es su trato?

—Empezar a transmitir de nuevo historias que convenzan a Bradstreet que todavía sigo en Lisii.

—¿Y a cambio?

—Usted me dice qué está pasando. Me deja entrevistar al equipo. Me da la noticia.

—¿Puede retenerla hasta pasado mañana?

—¿Qué ocurre mañana?

—¿Puede?

—Sí.

Pensó en ello.

—La nave estará aquí mañana por la mañana —dijo lentamente—. Voy a necesitar ayuda para cargar el tesoro.

—Le ayudaré —dije.

—Nada de entrevistas privadas, nada de acceso privado al equipo de transmisión. Ejerceré censura sobre todo lo que transmita.

—De acuerdo —dije.

—No transmitirá la historia de todo esto hasta que nos hallemos fuera de Colchis.

Hubiera aceptado cualquier cosa. No se trataba simplemente de un poco de perversidad local, algún potentado menor envenenando a unos cuantos extranjeros. Era una historia como ninguna otra que hubiera caído en mis manos, y hubiera aceptado besar los tortuosos pies del sandalman si hubiera sido necesario.

—Es un trato —dije.

Lacau inspiró profundamente.

—Encontramos un tesoro en la Espina —dijo—. Hace tres semanas. La tumba de una princesa. Su valor…, lo ignoro. La mayor parte de los artículos son de plata, y sólo su valor arqueológico está más allá de toda evaluación.

»Hace una semana, dos días después de que hubiéramos terminado de limpiar la tumba y traer hasta aquí todo lo transportable, el equipo cayó afectado por… algo. Un virus de algún tipo. Sólo el equipo. No el representante del sandalman, no los porteadores que bajaron el material desde la Espina. Nadie excepto el equipo. El sandalman afirma que fueron ellos quienes abrieron la tumba sin aguardar a la autorización local.

Se detuvo unos instantes.

—Si lo hicieron, eso significa que cometieron fraude, y todo lo hallado pertenece al sandalman. Conveniente. ¿Dónde estaba el representante del sandalman mientras se suponía que ellos hacían todo eso?

»Fue su bey. Ella fue en busca del sandalman. El equipo aguardó allí atrás para custodiar el tesoro. Howard jura, juró, que no entraron, que aguardaron hasta que el sandalman y sus porteadores llegaron allí. Dice, dijo, que el equipo fue envenenado.

«Ven…eno», había dicho Evelyn. «Sandalman.»

—El sandalman afirma que fue algún tipo de veneno colocado por los antiguos para custodiar la tumba, que el equipo lo tocó cuando abrió la tumba ilegalmente.

—¿Quién dijo Howard que los había envenenado? —quise saber.

—No lo dijo. El… esa cosa que los afectó se metió en sus gargantas. Después del primer día Howard era totalmente incapaz de hablar. Evelyn Herbert aún puede hablar algo, pero resulta muy difícil comprender lo que dice. Por eso necesito el traductor. Necesito hablar con Evelyn y descubrir por quién fueron envenenados.

Pensé en todo lo que acababa de decir. Algún tipo de veneno custodiando la tumba. Yo sabía algo al respecto. Había transmitido historias acerca de los venenos que los antiguos de todas las culturas ponen en sus tumbas para impedir que los profanadores las saqueen, venenos de contacto que ponen en los propios artículos. Yo había tocado el sello de la puerta.

Lacau me observaba atentamente. Dijo:

—Ayudé a traer el tesoro desde la Espina. Lo mismo hicieron los porteadores. Y he estado manejando los cuerpos. Llevaba plastiguantes, pero eso no me protegía de la infección transmitida por el aire o por el vapor de agua. Sea lo que sea, no creo que sea contagioso.

—¿Piensa que es un veneno, como dijo Howard? —pregunté.

—Mi postura oficial es que se trata de un virus que estaba presente en la tumba y al que todo el grupo, incluidos los representantes del sandalman, se vio expuesto cuando la tumba fue abierta.

—Y el sandalman.

—La bey del sandalman entró en la tumba antes que él. Luego el equipo. Luego el sandalman. Mi postura oficial es que el virus era anaerobio y que, después de que la tumba permaneciera abierta al aire durante unos cuantos minutos, dejó de ser virulento.

—Pero usted no cree eso.

—No.

—Entonces, ¿por qué adopta esa postura? ¿Por qué no acusa al sandalman? Si lo que quiere es el tesoro, eso se lo pondrá en las manos. La Comisión…

—La Comisión cerrará el planeta e investigará las acusaciones.

—¿Y usted no desea eso?

Quería preguntarle por qué no, pero pensé que sería mejor salir de la jaula antes de formularle aquella pregunta.

—Pero si es un virus, ¿cuál es su explicación de por qué la bey no se ha visto afectada por él? —pregunté.

—Diferencias en química corporal y tamaño. Declaré una cuarentena, y el sandalman la aceptó, más o menos. Estuvo de acuerdo en darnos una semana por si existía un tiempo de incubación del virus distinto en la bey, antes de presentar sus demandas ante la Comisión. La semana expira pasado mañana. Si la bey se ve afectada dentro de los próximos dos días…