Ahora bien, esta disertación sobre loros me ha impresionado. Audrey Penn es a todas luces una mujer instruida. Como no tengo otro libro de referencia a mano que el almanaque de mi antigua facultad, le echo un vistazo. Aquí está: señorita Margaret Hall, ocho años más joven que yo, becaria cuando yo era alumna aventajada y estudiante de
Tuve que escribirle esto a usted porque nadie más entendería el extraño sincronismo. Pero no estoy en condiciones de afirmar si todo esto constituye o no una coincidencia en su acepción más precisa. Las encarceladas conmigo aquí están locas o sordas. Yo, como Felicité, soy sorda. Por desgracia, las locas no están sordas, pero ¿quién soy yo para decir que las sordas no están locas? De hecho, aunque soy la más joven, soy la jefa, porque, gracias a mi relativa juventud, soy relativamente competente.
Croyez, cher Monsieur, a l’assurance de mes sentiments distingués.
Sylvia Winstanley
4 de marzo de 1986
Querido señor Barnes:
Entonces, ¿por qué me dijo que era médico? En cuanto a mí, soy soltera, aunque no es generoso por su parte darme a elegir sólo entre señora o señorita. ¿Por qué no Lady Sylvia? En definitiva, soy de clase alta, de una «antigua familia distinguida» y todo eso. Mi tía abuela me dijo que cuando era una niña el cardenal Newman le trajo una naranja de España. Una para ella y otra para cada una de sus hermanas. La fruta era por entonces poco conocida en Inglaterra. N. era el padrino de la abuela.
La guardiana me dice que la dueña de Dominic está «bien considerada en el barrio», por lo que es evidente que va a haber cotilleos y que más vale que yo cierre la boca. He escrito una carta conciliadora (no ha habido respuesta) y la siguiente vez que paso por donde Dominic me fijo en que lo han retirado de la ventana. Quizá esté enfermo. En definitiva, si los loros no tienen membrana mucosa, ¿por qué le goteaba el pico? Pero si sigo haciendo estas preguntas en público, acabaré sentada en el juzgado. Bueno, los jueces no me dan miedo.
He dado clase sobre muchas obras de Gide. Proust me aburre, y no entiendo a Giraudoux, que tiene un cerebro raro, brillante para algunas cosas y majadero para otras. Daban por seguro que iba a obtener una matrícula, la directora dijo que se comía el sombrero si no la sacaba. No me la dieron (sobresaliente alto en lenguaje hablado), y ella pidió explicaciones a las autoridades; le contestaron que el número de sobresalientes estaba compensado por el de aprobados; ningún notable. ¿Lo ve usted? Como no fui a la escuela preparatoria, y siendo «lady» no aprendí materias ortodoxas, en el examen de ingreso mi redacción sobre las costumbres maternales de la tijereta me rindió más provecho que las «educadas» de las chicas de Sherborne. Era una alumna aventajada, como creo que le he dicho.
Pero ¿por qué me dijo que era un médico sesentón cuando está claro que no puede tener más de cuarenta años? ¡Vamos, ande! En mi juventud descubrí que los hombres eran siempre unos impostores, y decidí no ligar hasta que llegase a la avanzada edad de jubilación de los sesenta, pero esto me ha llevado a ser durante otros veinte años -me dice mi psicólogo- un ligue escandaloso.
Después de acabar Barnes, paso a Brookner, Anita, y que me aspen si ella no aparece en la caja tonta ese mismo día. No sé, no sé. Desde luego, me ESTÁN haciendo cosas. Por ejemplo. Digo: «Si esta decisión no es la correcta, que vea un ciervo», escogiendo el animal más inverosímil en este lugar. El ciervo aparece. Ídem si se trata, en otras ocasiones, de un martín pescador o un pájaro carpintero. No puedo aceptar que sea mi imaginación, o que mi subconsciente tuviera conocimiento de que esos animales estaban acechando entre bastidores. Es como si hubiera un yo superior que, por ejemplo, le dice a un glóbulo rojo ignorante que vaya a coagular un corte de cuchillo. Pero ¿qué se ocupa de que su yo superior y el mío le enseñen a la sangre a restañar una herida? En el programa «Urgencias» vi que se limitaban a empujar toda la carne cruda hasta encajarla otra vez en el agujero y que dejaban que ella misma regenerase los músculos, y hace tres meses me hicieron una operación muy seria, pero parece que todas las piezas se han soldado de forma correcta y han hecho lo que debían. ¿Quién les enseñó cómo hacerlo?
¿Tengo sitio en la página para unas plumas de loro? La directora, la señorita Thurston, era una mujer bastante desgarbada y con una cara caballuna, veinticuatro años mayor que yo, «assoiffée de beauté», y que lucía sombreros inadecuados y pintorescos mientras pedaleaba en su bici (con la cesta detrás, al estilo de Cambridge). Hubo un tiempo en que fuimos íntimas y teníamos el proyecto de compartir una casa, pero ella descubrió justo a tiempo lo insoportable que yo era. Una noche soñé con ella: estaba bailando de alegría; llevaba en la cabeza un sombrero enorme con plumas de loro que volaban. Dijo: «Ahora todo va bien entre nosotras» (o algo parecido). Yo me decía: «Pero si esta mujer nunca ha sido FEA.» En el desayuno le dije a mi prima: «Estoy segura de que la señorita Thurston ha muerto.» Miramos en el Telegraph; no había ninguna esquela con su nombre. Llega el correo; en el reverso del sobre: «As-tu vu que Miss Thurston est morte?» Visitamos a otra prima; esquela y fotografía en el periódico Times. Tengo que añadir que no soy en absoluto «vidente».
No diré que no fuera mi intención sermonear como he hecho. Soy la jefa de grupo, por ser la MÁS JOVEN y la más competente. Tengo coche, sé conducir. Como casi todas están sordas como una tapia, hay pocos cuchicheos en las esquinas. ¿Puedo emplear una palabra ampulosa para la escritura de cartas larguísimas (epistolomanía)? Me disculpo.
Mis mejores deseos, buena suerte con sus escritos,
Sylvia Winstanley
18 de abril de 1986
Querido Julián:
Le llamo así con permiso, y tras haber sido autorizada a ligar; aunque ligar sin más información que una sobrecubierta es una experiencia nueva, como puede imaginarse. En cuanto a por qué he optado por encarcelarme en una residencia de la tercera edad, cuando puedo caminar y conducir y ser vitoreada por la amenaza de una denuncia en el juzgado, fue una cuestión de saltar antes de que te empujen, o de sauter pour mieux reculer. Mi querida prima había muerto, sobre mí pesaba la amenaza de una operación quirúrgica y no me pareció muy apetecible la perspectiva de ser ama de llaves de mí misma hasta estirar la pata. Así que había, como se suele decir, una vacante inesperada. Soy una inconformista, como habrá podido deducir, y la gramática parda me parece eso, lo que su nombre indica. La G. P. declara que de nosotros se espera que sigamos siendo independientes todo el tiempo posible y que luego sucumbamos ante una residencia cuando nuestra familia ya no soporte que empecemos a dejar abierta una llave de gas y a escaldarnos con el desayuno. Pero en esas circunstancias es probable que la residencia representara una sacudida tremenda que nos indujese a perder la chaveta, convertirnos en coles y dar un rápido acceso a otra vacante inesperada. O sea que decidí trasladarme aquí mientras aún esté operativa en gran parte. Bueno, no tengo hijos y mi psicólogo se mostró de acuerdo.