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Y cuando se ha adivinado que ese cariño ocupará en la vida un lugar que no se sospechaba, los primeros miedos: a que el otro se vaya por la mañana, a confesarse simplemente que empezar a amar es depender, incluso para los más rebeldes. Los instantes que se convierten en los momentos originales de una pareja: almuerzos cómplices que se suceden, primeros fines de semana, domingos por la tarde en los que el otro se queda, aceptando así romper las costumbres de los ritmos solitarios, provocaciones indecentes en las que se evocan proyectos mientras se acecha al otro en busca de una sonrisa o un silencio. Una vida que se crea para dos, como una liberación tanto tiempo esperada. Ella lo vuelve a ver al fondo de la iglesia, vestido con su traje de boda, que simboliza la unicidad del momento. ¿Por qué no se casaron con una ropa más informal? ¿Acaso no habían prometido unirse de esa manera? Lo habían hecho cuando él la llevó a Montclair a visitar la casa en la que ahora estaban instalados. Allí, en la intimidad de un cuarto de baño, mientras cambiaban el papel de las paredes, cambió su vida. Luz y olores de una tarde de pintura en una habitación próxima. Y un bebé que ya empujaba en su vientre. A veces su mirada escapaba hacia unos recuerdos que a él le eran inaccesibles; el amor que ella quería darle para recuperarlo. Se asustó cuando el camarero la despertó de su ensoñación.

– ¿Quiere otro café, señora? Discúlpeme, no pretendía asustarla.

– No, gracias -respondió ella-. Voy a embarcar.

Pagó la cuenta y salió de la cafetería. Delante de las ventanillas de la TWA vio una hilera de cabinas telefónicas. Introdujo una moneda de veinticinco céntimos en la ranura de una de ellas y marcó el número de teléfono. Philip descolgó al primer tono.

– ¿Dónde estás?

– En el aeropuerto.

– ¿A qué hora sale tu avión?

La pregunta había sido hecha con una voz triste y suave. Esperó unos segundos antes de contestar.

– ¿Estás libre esta noche? Llama a una canguro y reserva una mesa en Fanelli's. Voy a cambiar una semana de sol por un día de compras. Ponte unos vaqueros y un jersey de cuello redondo, azul. Es así como te encuentro más sexy. Te esperaré a los ocho de la tarde en la esquina de Mercer con Prince.

Colgó el auricular y, sonriente, tomó el pasillo que conducía al aparcamiento.

Se había dedicado el día a sí misma: peluquería, manicura, pedicura, cuidados de la cara, sin olvidar un detalle. Sacó de su bolso el billete de avión que se haría reembolsar, verificó el precio y, para no tener mala conciencia, estableció consigo misma el compromiso de no sobrepasar la cifra que figuraba en la esquina izquierda: se regaló un abrigo, una falda, una blusa y compró un jersey para Thomas.

En Fanelli's insistió en cenar en la primera sala. Philip estuvo atento durante toda la cena.

Haciendo frente al viento glacial, caminaron por las calles adoquinadas de su antiguo barrio y sin darse cuenta se encontraron al pie del edificio donde habían vivido. Bajo el porche él la abrazó y la besó.

– Tenemos que volver -dijo ella-. Ya es muy tarde para la canguro.

– Se quedará toda la noche. Acompañará a los niños a la escuela mañana por la mañana. Te llevaré al hotel donde he reservado una habitación.

En la complicidad de las sábanas arrugadas y antes de que cayesen dormidos, ella se apretó contra Philip y lo rodeó con sus brazos.

– Me alegro de no haber ido a Los Ángeles.

– También yo me alegro -respondió él-. Mary, escuché lo que me dijiste ayer y quisiera pedirte algo. Me gustaría que hicieses un esfuerzo con Lisa.

Pasaron cinco estaciones y Mary seguía intentando esforzarse. Por las mañanas Philip acompañaba a los niños a la escuela y ella iba a buscarlos por la tarde. Thomas no se apartaba de su hermana, a la que adoraba. Philip dedicaba las tardes de los miércoles a recopilar información sobre todo lo referente a Honduras que era posible encontrar en la biblioteca de Montclair. Fotocopiaba artículos de prensa que luego ella pegaba en un gran cuaderno; en sus páginas había también dibujos, unas veces hechos al carboncillo y otras realizados con un lápiz negro. Lisa le acompañaba a sus partidos de béisbol. Se sentaba en las gradas y cuando a Thomas le tocaba batear, todo el mundo se sorprendía al oír los gritos de aliento que lanzaba la muchacha. En el mes de agosto se fueron de vacaciones. Philip y Mary alquilaron un pequeño bungaló a orillas del agua, en los Hamptons. Durante un largo fin de semana de invierno enviaron a los niños a un curso de esquí y ellos se refugiaron como dos amantes a orillas de un lago helado en los Adirondacks. Los binomios se deshacían poco a poco, para reconstituirse al cabo de un tiempo: el de los padres de una parte y el de los niños de la otra. Lisa también cambiaba; estaba dejando atrás su cuerpo de niña y semana tras semana iba adquiriendo la apariencia de una mujercita.

Celebró sus catorce años a finales del mes de enero de 1993 y ocho cómplices de clase se sumaron a su fiesta de cumpleaños. Su piel era cada vez más oscura, y sus pupilas cada vez brillaban con mayor independencia y carácter. A veces Mary se sentía molesta por la emergencia de la belleza de Lisa, en particular cuando las dos iban por la calle. Las miradas de deseo de los adolescentes, y también de los menos adolescentes, le recordaban el paso del tiempo. Entonces experimentaba una forma de celos que se negaba a admitir. La insolencia y las contestaciones eran a menudo pretextos para entablar discusiones; Lisa se encerraba entonces en su habitación, donde sólo su hermano tenía derecho a entrar, y se hundía en su cuaderno secreto, que ocultaba bajo el colchón. La jovencita prestaba poca atención a sus estudios, trabajando lo mínimo para sacar el curso. Para desconcierto de Philip, no compraba discos ni cómics ni maquillaje, ni jamás iba al cine. Ahorraba toda su semanada y la confiaba a un conejo de peluche de color azul, que hacía las veces de hucha gracias a la discreta cremallera que tenía en la parte de atrás. Lisa parecía no aburrirse nunca, ni siquiera cuando pasaba horas enteras contemplando el vacío. Vivía en su mundo propio y sólo por momentos se unía a quienes estaban a su alrededor. A medida que pasaban los días, más distante era su planeta.

La llegada del verano anunciaba el final del curso escolar. Un hermoso mes de junio se acababa y el día siguiente sería festivo: el picnic de la escuela. Desde hacía tres días Philip, Mary y Thomas se preparaban para la ocasión.