Выбрать главу

Pero no eran los futuros, previsibles problemas de la nueva guionista de Goransky los que me preocupaban. Ni el dinero. La estúpida realidad es que estaba loco de celos porque me había reemplazado, porque había pensado -aunque yo supiera que eso no era cierto ni posible- que otra persona iba a hacer mi trabajo mejor que yo, porque Goransky estaba decidido a intentarlo con esa chica despeinada, bizca, demasiado joven para entender lo que se esperaba de ella. En un rinconcito de mi cabeza que trataba de esconder a mí mismo, se alzaba la amenaza horrible de que Goransky y La Otra fueran capaces de inventar esa maldita historia, de escribir ese maldito guión, y hasta de filmarlo.

Goransky se detuvo en cuanto me vio, avergonzado. Él también sentía que me estaba engañando.

– Qué haces, Ernesto. Transpiraste -comentó. Yo tenía la ropa empapada de sudor-. ¿Siempre hace tanto calor para esta época?

– No sé, no me acuerdo. Debe ser el agujero de ozono -le dije.

Nos presentó. La chica no me miraba. ¿Sabría ya que estaba actuando una escena que pronto tendría que repetir haciendo mi papel? Goransky tenía preparado el sobre con mis honorarios, me lo entregó y me acompañó hasta la salida. No hablamos del guión. Lo que hizo fue describirme en breves trazos la desorbitada fiesta con la que pensaba atraer el interés de los medios en su película y, como consecuencia, el de los potenciales inversores. Yo sabía que debía reservar la compasión para mí mismo y sin embargo me dio lástima ese hombre grande y rico parecido a un chico que desea desesperadamente un juguete que sus padres no aprueban y no considera justo comprarlo con sus propios ahorros.

Pronto empezaría la filmación, me decía Goransky. Ahora estaba seguro de que el guión no iba a tardar en estar terminado y quería tener a los periodistas interesados desde el primer día de rodaje, siguiéndolo paso a paso hasta el estreno. Nada mejor que inaugurar el proyecto con una fiesta gigante. Hablamos de su propia caracterización y de su mujer, que deseaba parecerse a una joven esquimal. También me aseguró que ya estaba contratado como jefe de maquillaje para la película. En cuanto empezara el rodaje, deliraba Goransky, tendría a mi cargo un equipo de cinco maquilladores-peinadores, expertos en efectos especiales.

En ese momento tuve conciencia de que podría haber pasado entre vos y yo algo peor que ese simple dejar de amarme, algo peor que enamorarte de otro. Goransky me degradaba de guionista a jefe de maquillaje: como si después de haber sido tu amante, hubieras decidido contratarme como mucamo de mesa. Muy cerca tuyo dos veces por día, alcanzándote las fuentes por la izquierda.

Pero otra vez estaba cayendo en la trampa de la ilusión: antes por pasión, ahora por despecho. Tuve que recordarme que la película no existía, no existiría nunca, era solamente un sueño, y en cambio la fiesta era real, estaba ahí, en un futuro cercano, tenía fecha, ya habían empezado la organización y la inversión. Goransky estaba en tratativas con varias empresas de ferrocarriles para alquilar la estación Retiro. Como aquellas fiestas de la corte de Versalles, en que los nobles se disfrazaban de pastores o arlequines, las fiestas de los ricos tienen tema. Alguna vez fue la invitación a que todos se vistieran de un color determinado; otra vez, la propuesta de parecerse a los artistas clásicos de Hollywood. En esta fiesta el tema era el Frío, y el disfraz quedaba librado a la fantasía de los invitados. Para permitir cierta variedad en los disfraces, el continente Ártico y el Antártico, tanto más árido, iban a mezclarse con mucho menos rigor que en la película severamente sureña que planteaba Goransky. Habría Focas, Morsas, Ballenas, Caribús, Petreles, Huskies, Renos, atrevidas jóvenes Pingüinas y recatados Osos de cierta edad. Los originales de siempre se vestirían de Iglú, de Trineo, de Témpano y hasta de Tormenta de Nieve. Los estudiosos se darían el lujo de adoptar las arbitrarias y feroces formas de los Tornraks, los espíritus mágicos. Y los más clásicos se limitarían a parecer Exploradores o Esquimales, con estilizados disfraces preparados para soportar el calor pero también el aire acondicionado.

Sin quererlo, empecé a pensar en mi trabajo. Iba a tener que estudiar ciertos efectos, el brillo de la grasa con que se untaban los esquimales por ejemplo, y averiguar si se pintaban la cara para las ceremonias guerreras o religiosas. El desafío era interesante: la sobriedad del tema imponía pocas variantes. Diferenciar los disfraces dependería de la habilidad de los profesionales. Nos veríamos obligados a trabajar con pocos colores y tonos suaves, los auténticos colores del Frío, buscando las diferencias a través de tonos, matices y sutilezas: negro, blanco, amarillento, todos los grises, todos los castaños, el rojo reservado para la sangre.

Catorce

La fiesta de Goransky promete ser una fuente de trabajo importante. Es una lástima que Cora no quiera ayudarme. Sería bueno para ella ganar algo de dinero.

Ojalá la hubieras conocido, no tendría que explicarte tantas cosas. Cora vivía sostenida por una suerte de rabia interna que la mantenía erguida, alerta, fuerte, siempre lista para una respuesta desagradable, en constante pie de guerra contra mi padre. Sus movimientos eran violentos, espasmódicos, como los de un muñeco que se rebela contra los hilos que el titiritero usa para manejarlo, obedeciendo al movimiento contra su voluntad, dando constantes tirones para romperlos. Ahora que ya no está el titiritero, Cora ha caído a un costado del escenario, incapaz de moverse por sí misma.

Tuvimos que vaciar el departamento de mis padres. Había que dejarlo listo para los nuevos ocupantes. A medida que avanza el proceso burocrático que desencadenó la internación, la posible evasión de mi padre se va revelando cada vez más como una fantasía absurda. ¿Adonde iría? La Casa de Recuperación, a través de su agencia, ya está ofreciendo el departamento en alquiler.

Ahora entiendo mejor otros casos que conocí, viejos a los que sus hijos internaban con la promesa de un rápido reencuentro que no se producía nunca. Tal vez me apresuré a juzgarlos. Pero además, las Casas son lugares cómodos, agradables. No todos los viejos ansían la libertad. A partir de cierta edad, de cierto grado de impedimento físico, la verdadera cárcel es el cuerpo y todo otro encierro no es más que una consecuencia menor.

También yo escuché alguna vez esos rumores acerca de la comunidad de Viejos Cimarrones, gente que con o sin ayuda de sus familiares se propuso y logró escapar de Casas, viejos de los que no se tienen más noticias, ni siquiera la noticia de su muerte. Nadie parece saber exactamente dónde o cómo sobreviven, pero a quién le interesa averiguarlo. Los parientes no quieren problemas y prefieren hacerse los tontos, decir que no saben nada, insinuar que los viejos han muerto internados, culpar vagamente al gobierno o a las Casas por esa confusa situación.