El sistema de ordenadores se perfeccionó a sí mismo. Nada que ese hombre hubiera descubierto con sus más potentes y sutiles instrumentos estaba fuera del alcance del sistema. Podía predecir de antemano, con todo detalle, todo lo que él pudiera encontrar en los laboratorios. Su ciencia había llegado al final de la búsqueda.
El hedonismo ocioso le desagradaba. Inventó un artefacto para cerrar el cuerpo mientras introducía en el sistema los programas de su mente.
¿Eres feliz?
Tu pregunta no tiene sentido. Estoy ocupado. Participo en operaciones, soy uno con los logros. Dispongo de tiempo para actuar a voluntad. Pues puede llevar una hora planificar el clima terrícola con un año de anticipación, con las medidas necesarias para frenar el caos; puede llevar un día diseñar una extensión de la Red o computar el destino de una galaxia a diez mil millones de años luz sobre la que se han acumulado datos suficientes; pero cada bit de información procesada es un acontecimiento, y para mí esas horas son como un millón de años o más. Luego puedo descender al ritmo del pensamiento humano y aprender qué ocurrió mientras estaba transfigurado. Medito sobre ello. Es pequeño pero interesante. Magnifícate, Flora, y al fin compartirás el esplendor, promete la sombra.
Phyllis me da a entender que pocos desean semejante destino. Permanecerán orgánicos, aunque abiertos al cambio. El enlace es placer, entendimiento, desafío. Unidos, comprendemos lo que no podemos comprender individualmente, acerca de cada uno y del cosmos. Regresamos con nuestras revelaciones y las remodelamos por separado. Surgen nuevas artes, aptitudes, filosofías, gozos, novedades para las cuales no hay viejos nombres. Así nos ampliamos y nos realizamos.
Ven. Inténtalo. Entrega lo que eres para averiguar qué eres.
Me fundo con Phyllis, Faunus, el fantasmal Nils. Somos una identidad que no existía antes. Soy la esclava que ganó la libertad, maestra y deportista, fotoescultora y sibarita, matemática aficionada y atleta profesional. Necesitaremos muchas uniones para limar las asperezas y crear una sola criatura.
Un torbellino, un giro, un paso en la danza. Otros han estado con nosotros. Me retiro y me fundo de nuevo. Soy una criada que llegó a reina, una habitante del mar con agallas, imaginadora profesional, personalidad artificial diseñada por la totalidad en conjunción con el ordenador…
Vuelan juntos, se pierden, la mente colmena arde y truena…
¡No! ¡Dejadme salir! Caigo por corredores largos y resonantes. El miedo aúlla a mis talones. Me persigue.
Estaba sola, salvo por el aparato médico que la cuidaba. Por un instante sólo tembló. El aliento le raspaba la garganta. La transpiración era fuerte.
El terror se esfumó. La sensación de pérdida inefable que siguió fue más profunda y duradera. Sólo cuando eso también se disipó cobró fuerzas para sollozar.
Lo lamento, Phyllis, Faunus, Nils, todos, dijo a la habitación vacía. Vuestras intenciones eran buenas. Yo quería integrarme, hallar sentido en este mundo vuestro. No puedo. Para mí, transformarme en lo que me debo transformar sería destruir todo lo que soy, todos los siglos y la gente olvidados por todos los demás y la camaradería secreta que me formó. Nací demasiado temprano para vosotros. Ahora es demasiado tarde para mí. ¿Podéis entenderlo, y perdonarme?
9
Se reunieron en la realidad. No se puede abrazar una imagen. La fortuna los favoreció. Pudieron usar una casa de la reserva de control del lago Mapourika, en la isla Sur de lo que Hanno aún llamaba Nueva Zelanda.
El tiempo era tan acogedor como el lugar. Se reunieron alrededor de una mesa de picnic. Hanno recordó una reunión similar bajo otro cielo, mucho tiempo atrás. Aquí la hierba bajaba hacia aguas remansadas que reflejaban el bosque y las blancas montañas. Las fragancias del bosque crecían mientras se elevaba el sol. Desde el cielo llegaba el canto de los pájaros.
Los ocho compartían la serenidad de la mañana. El día anterior habían tronado las pasiones. En la cabecera de la mesa, Hanno dijo:
—Tal vez no sea necesario que hable. Parece que estamos de acuerdo. No obstante, es preciso conversar con calma antes de tomar una decisión.
»No tenemos un hogar en la Tierra. Hemos intentado adaptarnos, y la gente intentó ayudarnos, pero al fin afrontamos el hecho de que no podemos ni podremos nunca. Somos dinosaurios en la era de los mamíferos. Aliyat sacudió la cabeza.
—No, somos humanos —declaró amargamente—. Los últimos que quedan con vida.
—Yo no diría eso —replicó Macandal—. Ellos están cambiando con una celeridad que nos deja rezagados, pero yo no sería tan presuntuosa como para definir qué es humano.
—Irónico —suspiró Svoboda—. ¿Lo habríamos previsto? Un mundo donde al fin pudiéramos darnos a conocer sería necesariamente un mundo totalmente distinto de todo lo anterior.
—Autocomplaciente —dijo Peregrino—. Volcado en sí mismo.
—Tú también eres injusto —respondió Macandal—. Están sucediendo cosas increíbles. Simplemente, no son para nosotros. La creatividad, el descubrimiento, se han desplazado hacia… el espacio interior.
—Quizá —susurró Yukiko—. ¿Pero qué encuentran allí? Vacío. Falta de sentido.
—Desde tu punto de vista —replicó Patulcio—. Admito que yo también soy desdichado, por mis propias razones. Aun así, cuando los chinos dejaron de recorrer los mares, bajo los Ming, no dejaron de ser artistas.
—Pero ellos ya han navegado más —dijo Tu Shan—. Hoy los robots nos hablan de un sinfín de nuevos mundos entre los astros, y a nadie le importa.
—La Tierra es muy especial, como debimos suponer desde siempre —le recordó innecesariamente Hanno—. Por lo que sabemos, el planeta más cercano donde podrían vivir seres humanos en un ámbito natural está a casi cincuenta años-luz. ¿Para qué montar un enorme esfuerzo para enviar a un puñado de colonos tan lejos, tal vez hacia su condenación, cuando todos están satisfechos aquí? —Para que de nuevo pudieran…, pudiéramos vivir nuestra vida en nuestro propio suelo —dijo Tu Shan.
—Una comunidad —intervino Patulcio.
—Si fracasamos, podemos buscar en otra parte —dijo Svoboda—. Cuando menos, allá seríamos humanos, actuando y arriesgándonos por nuestra cuenta.
Dirigió a Hanno una mirada desafiante. Los demás también se volvieron hacia él. Aunque hasta entonces Hanno no había mencionado sus intenciones, sus palabras no sorprendieron a nadie. Aun así, fueron como una espada desenvainada de golpe.
—Creo que puedo conseguir una nave.
10
La conferencia no era una reunión de personas, ni siquiera de imágenes. La representación de Hanno recorrió el globo y sus ojos vieron caras fluctuantes, pero esto era un mero suplemento, un diminuto ingreso de datos adicionales. Algunas de las otras mentes estaban enlazadas por ordenador, o en contacto directo entre sí, en ocasiones o todo el tiempo. Otras eran electrónicas. Él no pensaba en ellas por el nombre, aunque conocía nombres, sino por la función; y la misma función a menudo hablaba con diferentes voces. Aquello a lo que Hanno se enfrentaba, aquello que lo envolvía, eran los intelectos que regían el mundo.
Hemos recorrido un largo camino desde Richelieu, pensó Hanno. Ojalá no lo hubiéramos hecho.
—Sí, es posible construir esa nave espacial —dijo el Ingeniero—. De hecho, se dibujaron diseños preliminares hace más de un siglo. Se indicaba la magnitud de la empresa. Precisamente por eso no se llevó a cabo.