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—¿Evidencia o engreimiento? —desafió ella—. ¿Cómo vamos a saberlo? Apenas hemos iniciado nuestra pequeña empresa en el espacio profundo. ¿Cuánto tiempo han explorado ellos? ¿Miles de años? ¿Millones? ¿Qué han descubierto, qué saben hacer?

Él sonrió preocupado.

—Lo lamento. Es un gran momento y no quiero ensombrecerlo. —Suspiró—. Pero he tenido muchos grandes sueños a través de los siglos, y la mayoría resultaron ser sólo eso. Hace tiempo que nuestros físicos decidieron que habían descubierto todas las leyes de la naturaleza, todas las posibilidades e imposibilidades. —Alzó la mano—. Entiendo que es una proposición que no puede demostrarse. Pero la probabilidad de que sea así se ha vuelto muy elevada, ¿verdad? Me encantaría saber que los alienígenas tienen alfombras mágicas más rápidas que la luz, pero no lo creo.

—Al menos —asintió de mala gana—, debemos razonar a partir de lo que sabemos. Sospecho que es mucho menos de lo que tú crees, pero… ¿Qué haremos?

—Responder.

—¡Desde luego! ¿Pero cómo? Es decir, estamos desacelerando, pero aún estamos cerca de la velocidad de la luz. Cuando esa máquina reciba nuestra señal, ¿no habremos pasado de largo? ¿Su respuesta no tardará años en alcanzarnos?

Hanno le estrujó la mano. —Siempre fuiste una muchacha lista. —A la nave—: Queremos establecer contacto cuanto antes. ¿Qué aconsejas?

La respuesta los puso a ambos alerta.

—Eso es contingente. La transmisión se ha modificado. Se ha vuelto mucho más compleja.

—¿Quieres decir que saben que estamos aquí? ¿Dónde están?

—Estoy afinando las cifras mientras obtengo más paralaje. La fuente más cercana está aproximadamente a un año luz de nuestra ruta, casi el doble de esa distancia vectorialmente.

—¡Baal! ¿Entonces ellos pueden detectarnos al instante?

—No. No, espera, Hanno —dijo Svoboda con voz trémula—. No es preciso que sea así. Supongamos que la transmisión es automática, un ciclo. Primero una señal de alerta, luego el mensaje, luego de nuevo la señal de alerta, y así sucesivamente. No habríamos reconocido el mensaje por lo que era, lo habríamos tomado por un fenómeno natural.

—Cuando lo recibí por primera vez —dijo la Piteas—, entendí que era una fluctuación en el ruido de fondo, quizás interesante para los astrofísicos pero irrelevante para esta misión. El efecto Doppler lo distorsionaba haciéndolo imposible de identificar. La transmisión de baja información que siguió aclaró que no hay flujo aleatorio. También brindó datos inequívocos por los cuales se podían determinar las funciones de distorsión. Ahora las estoy compensando para reconstruir el mensaje en sí.

Hanno se relajó.

—¿Con cuánta frecuencia lo han hecho —susurró—, con cuántos otros?

—La reconstrucción aún no es perfecta, pero mejora continuamente a medida que llegan datos adicionales —continuó Piteas—. Como el ciclo es cortos en tiempo de a bordo, pronto tendré buena definición. El mensaje ha de ser breve, con alta redundancia, aunque también preveo alta resolución. Éste es un mapa visual.

La oscuridad ennegreció una pantalla. De golpe se llenó de gran cantidad de diminutos puntos de luz. Eran borrosos, pero pronto cobraron nitidez. Aparecieron colores en ellos, y con esa ayuda los ojos empezaron a discernir formas tridimensionales, autorrecurrentes en infinita complejidad.

—Los números primos definen un espacio de coordenadas —dijo la nave—. Los impulsos digitales identifican puntos dentro de él, y a la vez son miembros de conjuntos fractales. Esas funciones deberían brindar imágenes, pero las combinaciones correctas se deben hallar empíricamente. Mi componente matemático está efectuando la búsqueda. Cuando surja algo inteligible, tendremos pistas para obtener más refinamiento y finalmente extraer todo el contenido.

—Vaya —dijo la aturdida Svoboda—, si los ordenadores de la Tierra te pudieron diseñar a ti en sólo un año…

Aguardó, con Hanno a su lado. La danza de curvas y superficies fluía en la pantalla. Afloró una imagen que mostraba estrellas.

21

Los seis que estaban sentados a la mesa del comedor volvieron la cabeza cuando entraron ellos dos. El café y las sobras de comida, así como las ojeras y la tensión, indicaban que habían transcurrido varías horas. —Bueno —exclamó Patulcio—. ¡Ya era hora!

—Silencio —murmuró Macandal—. Han venido lo antes posible. —Su mirada añadió: Un inmortal debería ser más paciente. Pero la espera ha sido dura.

Hanno y Svoboda se sentaron cerca de la puerta.

—Tienes razón —dijo el fenicio—. Conseguir un mensaje claro y completo y decidir qué significa nos ha llevado todo este tiempo.

—Pedimos disculpas, sin embargo —añadió Svoboda—. Debimos daros informes paulatinos. No pensamos en ello, ni advertimos que pasaba tanto tiempo. No hubo ninguna revelación repentina, ningún momento preciso en que al fin supiéramos. —Sonrió fatigosamente—. Estoy hambrienta. ¿Qué hay?

—Quédate sentada —dijo Macandal, levantándose—. Tengo bocadillos. Supuse que esta sesión sería larga.

Aliyat la siguió con los ojos, como preguntando: ¿Acaso ella, en nuestro compartido desconcierto, ha vuelto al Viejo Sur, o simplemente a su viejo afecto?

—Será mejor que me traigas alguno a mí también, o tendrás que luchar por ellos a brazo partido —bromeó Hanno.

—Bien —dijo Peregrino—. ¿Qué novedades hay?

—Corinne tiene derecho a oírlo desde el principio —respondió Svoboda.

Los dedos de Peregrino aferraron el canto de la mesa. Las uñas se le pusieron blancas.

—Sí, lo lamento.

—No importa. Todos estamos fuera de quicio.

—Bien. A Corinne no le interesan los detalles técnicos —dijo Hanno—. Empezaré por allí. Con disculpas para aquellos de vosotros que tampoco tengáis interés. Como bien sabéis, no soy científico, así que será breve.

Macandal regresó cuando Hanno describía el aspecto teórico de la comunicación. Además de la comida, traía más café y una botella de coñac.

—Una celebración —rió—. ¡Espero!

Las fragancias eran como capullos en primavera.

—Sí, sí —exclamó Svoboda—. El descubrimiento del milenio.

—Más de ellos que nuestro —dijo Hanno—. De los alienígenas, quiero decir. Pero tenemos que resolver qué haremos.

Tu Shan se acodó en la mesa encorvando los gruesos hombros.

—Bien, ¿cuál es la situación? —preguntó con calma.

—Estamos recibiendo el mismo mensaje, repetido una y otra vez —explicó Hanno mientras comía y bebía—. Proviene de dos fuentes, una más cercana a nuestra ruta que la otra. Es probable que haya otras en cuyo alcance no hemos entrado. Si continuamos en nuestro curso actual, quizá los recibamos. La más cercana está a un par de años-luz. Parece hallarse estable con relación a una línea trazada entre nuestro Sol y el sol de Feacia, el camino que estamos siguiendo. La Piteas dice que es fácil de nacer, sólo tienen que evitar el desplazamiento orbital. Como decía antes, Corinne, todo sugiere que los alienígenas enviaron robots para mandar transmisiones continuas. Un poco de antimateria daría energía de sobra durante siglos.

—El mensaje es pictórico —intervino Peregrino.

—Bien, gráfico —continuó Hanno—. Todos lo veréis luego. A menudo, sin duda, para tratar de hallarle más significados. Sospecho que fallaréis. No hay imágenes reales, sólo diagramas, mapas, representaciones. Transmitir hacia una nave que viaja a velocidad einsteiniana, y para colmo una velocidad cambiante, debe ser un problema difícil, especialmente si los alienígenas no saben cuál es nuestra capacidad para recibir y decodificar…, ni cómo pensamos, ni muchas otras cosas sobre nosotros. Las figuras detalladas podrían resultarnos imposibles de desentrañar. Evidentemente compusieron un mensaje simple y poco ambiguo. Eso haría yo en su lugar.