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—¡Pero sólo nos faltaban cuatro!

—Cuatro años para llegar a casa. —Tu Shan apretó los puños sobre la mesa—. ¿Cuánto más lejos nos llevarías?

Hanno titubeó.

—Entre Estrella Tres y el sol de Faecia hay trescientos años-luz —respondió Svoboda—. Desde la partida, dieciséis o diecisiete años de a bordo. No abandonáremos nuestro propósito original, sólo lo postergaremos.

—Eso dices —protestó Peregrino—. Vayamos adonde vayamos, necesitaremos más antimateria para zarpar de otra parte. Construir la planta de energía y generarla nos llevará diez años.

—Los alienígenas deberían tenerla en abundancia. —¿Deberían? ¿Y la compartirán sin problemas? ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes qué quieren de nosotros, ante todo?

—Espera, espera —intervino Macandal—. No nos pongamos paranoicos. No pueden ser monstruos, bandidos ni nada maligno. En esta etapa de su civilización, eso no tendría sentido.

—¿Cómo puedes decirlo con tanta certeza? —rezongó Aliyat.

—¿Qué sabemos de Estrella Tres? —preguntó Yukiko.

Su calma aplacó un poco los ánimos. Hanno meneó la cabeza.

—No mucho en realidad, salvo el tipo y la edad —admitió—. Siendo normal, debe tener planetas, pero no tenemos información sobre ellos. Nunca fue visitada. Por Dios, una esfera de novecientos años luz de diámetro alberga cien mil estrellas.

—Pero dices que ésta no es tan brillante como la nuestra —le recordó Macandal—. Entonces las probabilidades de que tenga un planeta donde podamos respirar son pobres. Aun con candidatos mucho mejores…

Tu Shan sacudió la mesa de un puñetazo.

—Eso es lo que importa —dijo—. Se nos prometió que al cabo de quince años caminaríamos libremente por un suelo viviente. Tú deseas tenernos encerrados en este casco durante ocho años más que eso, y al final del viaje aún estaríamos encerrados, durante décadas o siglos o una eternidad. No.

—Pero no podemos pasar por alto esta oportunidad —protestó Svoboda.

—No la pasaremos por alto —intervino Peregrino—. Cuando lleguemos a Feacia, ordenaremos a los robots que construyan un transceptor adecuado y envíen un haz a Tres, para entablar conversación. Finalmente, iremos allí en persona, aquellos que lo deseemos. O quizá los alienígenas vengan a nosotros.

Hanno lo miró irritado.

—Te he dicho que hay trescientos años luz entre Feacia y Tres —dijo.

Peregrino se encogió de hombros.

—Tenemos tiempo de sobra.

—Si Feacia no nos mata primero. Nadie nos ha garantizado que allí estemos seguros.

—La Tierra también se pondrá en contacto, una vez que hayamos enviado el informe.

Svoboda habló con voz cortante.

—Sí, por haz, y por robots que retransmiten haces. ¿Quién, salvo nosotros, irá en persona y conocerá a los Otros tal como son?

—Es verdad —dijo Yukiko—. Las palabras e imágenes solas, con siglos de por medio, son buenas pero insuficientes. Creo que nosotros tendríamos que entenderlo mejor que nuestros congéneres humanos. Conocimos a los muertos de tiempo atrás como cuerpos, mentes, almas vivientes. Para todos los demás, ellos son sólo reliquias y palabras.

Svoboda la miró.

—¿Entonces quieres ir hacia Estrella Tres?

—Sí, oh, sí.

Tu Shan la miró atónito.

—¿Eso dices, Pequeña Nieve, Gloria de la Mañana? —preguntó al fin—. Bien, no será así.

—Claro que no —declaró Patulcio—. Debemos fundar nuestra comunidad.

Aliyat le cogió el brazo y se apoyó en él. Desafió a Hanno con la mirada.

—Crear nuestros hogares —dijo.

Macandal asintió.

—Es una decisión difícil, pero… creo que deberíamos ir a Feacia primero.

—¿Y último? —ironizó Hanno—. Os digo que si perdemos esta oportunidad, quizá nunca la recobremos. ¿Quieres cambiar de parecer, Peregrino?

Peregrino permaneció impávido unos instantes.

—Es una dura decisión —dijo al fin—. La mayor y más importante aventura de la Tierra, el riesgo de perderla, contra lo que podría ser Nueva Tierra, un nuevo comienzo para nuestra especie. ¿Qué es mejor, el bosque o las estrellas ? —Calló de nuevo, cavilando. Y de repente—: Bueno, lo dije antes. Las estrellas pueden esperar.

—Cuatro contra tres —contó Tu Shan, triunfante—. Continuamos como estábamos. —Calmándose—: Lo lamento, amigos.

La voz, la cara, el porte de Hanno perdieron energía.

—Me lo temía. Por favor, pensadlo de nuevo.

—Hemos tenido siglos para pensar —dijo Tu Shan.

—Para añorar la Tierra del pasado, querrás decir —le dijo Yukiko—, una Tierra que nunca existió de veras. No, tú no negarías a la humanidad semejante oportunidad de conocimiento, de acercarse a la unión con el Universo. Eso sería egoísta. Tú no eres una persona egoísta, querido.

Él sacudió la cabeza con terquedad.

—La humanidad ha esperado mucho tiempo el contacto, y en general no ha demostrado mucho interés —dijo Patulcio—. Puede esperar un poco más. Nuestro primer deber es hacia los hijos que tendremos, y que sólo podemos tener en Feacia.

—Ellos pueden esperar más aún —argumentó Svoboda—. Lo que aprendamos de los alienígenas, la ayuda que nos brinden, nos otorgará mayor seguridad cuando fundemos nuestro nuevo hogar.

—La oportunidad puede ser única —intervino Hanno—. Repito, es probable que los alienígenas de Tres sean pocos y recién llegados. De lo contrario, la Red de Sol habría recibido señales de ellos, o sus naves habrían llegado allá. A menos… Pero no lo sabemos. ¿Están necesariamente instalados en Tres? Ellos no tienen modo de saber que hemos recibido la invitación. Si no la aceptamos, ¿se quedarán allí o seguirán viaje? ¿Y viajarán hacia Sol?

—¿Estarán en Tres cuando lleguemos? —replicó Macandal—. Si están allí, ¿serán necesariamente criaturas con quienes nos podamos comunicar? No, es un largo y peligroso desvío por algo que puede ser grandioso pero también fútil. Continuemos con nuestra misión.

—Tal como planearon los ordenadores y señores de la Tierra —se burló Hanno. Se volvió hacia Peregrino—. ¿Por una vez no te gustaría hacer algo que no estaba planeado, que mandara al cuerno los esquemas del mundo de hoy?

Peregrino suspiró.

—Me pones en un brete. Sí, tengo tantas ganas de ir a Tres que casi puedo saborearlas. Y espero hacerlo algún día. Pero ante todo, vida libre en una naturaleza libre. —Con tono de súplica—: Y no puedo hacerle eso a Corinne y Aliyat. No puedo.

—Eres un caballero —jadeó Aliyat.

Yukiko sonrió con tristeza.

—Bien, Hanno, Svoboda, nosotros tres no estamos peor que ayer, ¿verdad? Mejor, en realidad, con un nuevo sueño por delante.

—Para algún día —masculló Svoboda. Irguió la cabeza—. No estoy enfadada con vosotros, amigos. Estoy harta de máquinas y hambrienta de tierras. Así sea.

La tensión empezaba a disiparse entre sonrisas.

—No —dijo Hanno.

Todos se volvieron hacia él. Hanno se levantó.

—Estoy más apenado de lo que podéis imaginar —declaró—. Pero creo que nuestra necesidad y nuestro deber han cambiado. Debemos ir a Tres. Hasta ahora, esta empresa era desesperada. Fingíamos lo contrario, pero así era. Había muchas probabilidades de que pereciéramos míseramente, como los noruegos en Groenlandia, o de caer en la uniformidad, como los polinesios en el Pacífico.

—Tú promoviste el viaje —acusó Patulcio.

—Porque también estaba desesperado. Todos lo estábamos. Al menos era un intento. Contra toda esperanza, quizá lográramos llenar nuestro planeta con gente que continuara buscando y explorando. ¿Qué podíamos perder? Bien, hoy hemos descubierto qué. El Universo.