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Erg Noor, perdidos sus bríos, se sentó lentamente ante la astronauta.

— ¡Si usted supiera, Niza, con qué brutalidad ha destruido el destino mis sueños allá abajo, en Zirda! — dijo de pronto, con sorda voz, empuñando con cuidado la palanca para poner en marcha los motores de anamesón, como si quisiera acelerar al máximo el raudo vuelo de la astronave.

— Si Zirda no hubiera perecido y nos hubiésemos reaprovisionado de combustible — prosiguió en respuesta a la muda pregunta de Niza —, yo habría continuado la expedición.

Así se acordó con el Consejo. Zirda habría cursado a la Tierra los mensajes necesarios, y la Tantra habría partido con quienes lo deseasen… A los demás los habría recogido allí el Algrab, después de hacer aquí la guardia.

— ¿Quién hubiera accedido a quedarse en Zirda? — preguntó, indignada, la muchacha —. ¿Cree que Pur Hiss? ¡Un gran hombre de ciencia como él no habría resistido al deseo de investigar, de saber!

— ¿Y usted, Niza?

— ¿Yo? ¡Qué duda cabe!

— Bien… Pero ¿dónde? — inquirió de súbito Erg Noor, con acento firme, mirándola fijamente.

— Donde fuera, incluso aquí… — respondió ella, mostrando un negro abismo que se extendía entre dos ramas de la Galaxia, y devolvió a Noor la tenaz mirada, entreabiertos los labios.

— ¡Oh, no tan lejos! Usted, querida astronauta, sabe que hace cerca de ochenta y cinco años se llevó a cabo la treinta y cuatro expedición astral, conocida con el nombre de «Escalonada». Tres astronaves, que se aprovisionaban mutuamente de combustible, partieron hacia la Lira, alejándose cada vez más de la Tierra. Las dos que no llevaban investigadores a bordo regresaron al globo terráqueo cuando hubieron suministrado todo su anamesón. Así escalan los alpinistas las más altas cimas. En cuanto a la tercera, llamada Argos…

— ¡La que no volvió!.. — dijo emocionada Niza, en un susurro.

— Cierto, el Argos no volvió. Pero alcanzó su objetivo. Pereció al regreso, después de haber enviado un mensaje. Su objetivo era llegar al gran sistema planetario de la estrella azul Vega o Alfa de la Lira. A través de innumerables generaciones, ¡cuántos ojos humanos han contemplado sus azules fulgores en el cielo boreal! Vega se encuentra a ocho parsecs de nuestro Sol o treinta y un años de camino, calculando por el tiempo independiente, y el hombre no había logrado aún franquear esa distancia. De todos modos, el Argos llegó a su destino… No se sabe si, luego, la causa de su perecimiento fue un meteorito o una avería grave. Tal vez continúe vagando por los espacios y vivan todavía los héroes que creemos muertos…

— ¡Qué espanto!

— Ésa es la suerte de toda astronave que no pueda volar a la velocidad sublumínica.

Entre ella y su planeta se interpondrán al instante milenios de camino.

— ¿Y qué comunicó el Argos? — se apresuró a preguntar la muchacha.

— Bien poca cosa. Transmitió un mensaje entrecortado que luego se interrumpió por completo. Lo recuerdo textualmente: «Habla el Argos, habla el Argos, regresamos de la Vega, desde hace veintiséis años… suficiente… esperaremos… cuatro planetas de la Vega… no hay nada más maravilloso… ¡qué dicha!..» — ¡Pero ellos pedían socorro, querían esperar en algún sitio!..

— Desde luego; de lo contrario, la astronave no habría gastado la enorme energía necesaria para la emisión. Mas ¿qué se podía hacer? No volvió a recibirse ni una sola palabra del Argos.

— Veintiséis años independientes de viaje de regreso. Hasta el Sol le quedaban cerca de cinco años… La nave se encontraba en nuestra región, en alguno de estos parajes, o aún más cerca de la Tierra.

— No lo creo… A no ser que hubiese sobrepasado la velocidad normal y se hallase cerca del límite cuántico. ¡Pero eso es peligrosísimo!

Erg Noor empezó a explicarle brevemente el principio de la destrucción que amenaza a la materia cuando su velocidad de desplazamiento se aproxima a la de la luz, mas advirtió que la muchacha no le escuchaba con atención.

— ¡Ya le comprendo! — exclamó Niza cuando él hubo terminado la explicación —. Lo habría comprendido inmediatamente si la pérdida del Argos no me hubiese ofuscado el pensamiento… ¡Estas catástrofes son tan terribles, cuesta tanto trabajo aceptarlas!

— Ahora ya ha captado usted lo esencial del mensaje — dijo sombrío Erg Noor —. Ellos descubrieron unos mundos de singular belleza. Y yo vengo soñando desde hace tiempo con recorrer de nuevo esa misma ruta del Argos, provisto de aparatos más perfectos. La empresa es ya completamente factible con un solo navío. Desde mi juventud, mi sueño dorado es la Vega, ¡ese sol azul, rodeado de magníficos planetas!

— ¡Quién pudiera ver esos mundos!.. — repuso Niza, con voz alterada por la emoción —. Mas para volver hacen falta sesenta años terrestres o cuarenta dependientes… Es decir, media vida.

— Las grandes realizaciones exigen grandes sacrificios. Aunque para mí esto ni siquiera constituye un sacrificio. Mi vida en la Tierra no ha sido más que unas breves escalas entre los viajes astrales. ¡Yo nací a bordo de una astronave! — ¿Cómo fue eso? — inquirió ella asombrada.

— La treinta y cinco expedición astral constaba de cuatro navíos. Mi madre era astrónomo de uno de ellos. Yo nací a mitad de camino de la estrella doble MN1906 + 7AL, infringiendo con ello las leyes por dos veces. Sí, por dos veces, pues crecí y me eduqué junto a mis padres, en la astronave, en lugar de hacerlo en la escuela. ¡No hubo más remedio! Cuando la expedición regresó a la Tierra, yo tenía ya dieciocho años. Al llegar a mi mayoría de edad, se me contaba, como un «trabajo de Hércules», el haber aprendido a conducir el navío y ser ya un astronauta.

— A pesar de todo, sigo sin comprender… — empezó a decir Niza.

— ¿A mi madre? Cuando tenga usted algunos años más, la comprenderá. Por aquel entonces, el suero AT-Anti-Tia no se conservaba mucho tiempo. Y los médicos no lo sabían… Pues bien, el caso es que me llevaban de niño a un puesto central de comando, parecido a éste. Yo abría mis deslumbrados ojillos infantiles ante las pantallas reflectoras en que danzaban las estrellas. Volábamos hacia la Théta del Lobo, donde se encontraba una estrella doble próxima al Soclass="underline" dos enanillos — el uno azul, el otro anaranjado — tras una nube opaca. Mi primera impresión consciente fue el cielo de un planeta sin vida que yo observaba bajo la cúpula de cristal de una estación provisional. Los planetas de las estrellas dobles suelen ser inanimados, debido a la irregularidad de sus órbitas. La expedición, que había tomado tierra en uno de ellos, realizó durante siete meses trabajos de prospección. Según recuerdo, encontraron allí fantásticas riquezas, yacimientos de platino, osmio e iridio. Cubos de este metal, de un peso increíble, me servían de juguetes.

Y sobre mí, aquel cielo, mi primer cielo, negro, tachonado de claras estrellas inmóviles, y dos soles de una belleza indescriptible: uno, de vivo color naranja; el otro, intensamente añil. Recuerdo que sus rayos se entrecruzaban a veces e inundaban nuestro planeta de una luz verde, tan alegre y espléndida, ¡que me hacía gritar de entusiasmo y cantar de alegría!.. — Erg Noor calló un instante y concluyó —: Bueno, basta. Me he dejado llevar por los recuerdos, y hace tiempo que debía usted estar descansando.

— Continúe, nunca he oído nada tan interesante — suplicó Niza, pero el jefe se mantuvo inflexible.

Trajo el hipnotizador automático pulsatorio, y la muchacha — magnetizada por la mirada imperiosa de Erg Noor o por la acción soporífera del aparato — quedó sumida en tan profundo sueño, que no se despertó hasta la víspera de la sexta vuelta. La fría expresión del jefe le advirtió en seguida que el Algrab continuaba sin aparecer.