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Al no encontrar a ninguno se apagaron. El autómata gritó de nuevo, con más furia, según le pareció a Chara:

— Después del toque de campanas, vuélvanse de espaldas a la astronave y cierren los ojos. No los abran hasta el segundo toque. ¡Vuélvanse de espaldas y cierren los ojos! — rugió el robot en tono de amenaza y alarma.

— ¡Es espantoso! — murmuró Veda.

Dar Veter sacó tranquilamente del cinturón dos antifaces con gafas negras; los desplegó, le puso uno a Veda y empezó a ponerse el otro. Apenas hubo cerrado el broche de la correílla, resonó una tremenda campanada, de agudo tono.

Su sonido se interrumpió, y en el silencio oyóse el indiferente chirrido de las cigarras.

De súbito, la astronave comenzó a aullar furiosamente y apagó sus luces. Aquel alarido desgarrador se repitió dos, tres, cuatro veces… Y a la gente más impresionable se le antojó que la propia nave gritaba en el dolor de la despedida.

El alarido aquel cesó tan inesperadamente como había empezado. Un cerco de llamas, de un fulgor inimaginable, se alzó en torno del Cisne. Y por un instante no existió en el mundo más que aquel fuego cósmico. La ígnea torre se elevó alargándose en alta columna para convertirse luego en una línea de cegador brillo. La campana tocó por segunda vez, y la gente, al volverse, sólo vio la llanura desierta en la que rojeaba la inmensa mancha del candente terreno. Una gran estrella titilaba en la altura: era el Cisne, que se alejaba sin cesar.

La multitud se dirigía lenta hacia los electrobuses, mirando ya al cielo, ya al lugar del despegue, que había tomado de pronto un aspecto muerto, como si hubiera renacido allí la hammada de El Homra, espanto e infortunio de los caminantes de antaño.

En la parte Sur del horizonte encendiéronse las conocidas estrellas. Todas las miradas se tornaron hacia donde se alzaba, azul y rutilante, Achernar. El Cisne llegaría a ella después de ochenta y cuatro años de viaje a una velocidad de novecientos millones de kilómetros por hora. Ochenta y cuatro años, para nosotros; para el Cisne, cuarenta y siete. Tal vez fundaran allí un mundo nuevo, tan bello y jubiloso como el nuestro, bajo los verdes rayos de la estrella de circonio.

Dar Veter y Veda Kong alcanzaron a Chara y Mven Mas. El africano contestaba a una pregunta de la muchacha:

— No, no es pena, sino un orgullo grande y triste lo que hoy me embarga. Siento orgullo de nosotros, que nos elevamos más y más sobre nuestro planeta para fundirnos con el Cosmos. Y tristeza, porque nuestra querida Tierra se va volviendo pequeña. En tiempos inmemoriales, los mayas, indios pieles rojas de América Central, dejaron una inscripción orgullosa y triste. Se la he entregado a Erg Noor, que ornará con ella la bibliotecalaboratorio del Cisne.

El africano volvió la cabeza y, al advertir que sus amigos le escuchaban, prosiguió en voz más alta:

— «¡Tú, que mostrarás más tarde tu faz en estos lugares! Si tu razón se esclarece, preguntarás quiénes somos nosotros. ¿Quiénes somos? Pregúntale a la aurora, al bosque, a la ola, a la tempestad, al amor. Pregúntale a la tierra, a la tierra de los sufrimientos, a la tierra bien amada. ¿Quiénes somos nosotros? ¡Somos la tierra!» — ¡Y yo también soy tierra hasta la medula! — agregó Mven Mas.

A su encuentro, jadeante, llegó corriendo Ren Boz. Los amigos rodearon al físico y conocieron la pasmosa nueva: por vez primera se habían puesto en contacto los pensamientos de dos gigantescas islas estelares.

— ¡Tenía tantos deseos de llegar antes del despegue — exclamó apenado Ren Boz — para comunicárselo a Erg Noor! El, en el planeta negro, comprendió ya que el espirodisco era una astronave de un mundo ajeno por completo, extraordinariamente lejano, y que el extraño ingenio había volado en el Cosmos durante muchísimo tiempo.

— ¿Será posible que Erg Noor no sepa nunca que su espirodisco procede de las abismales profundidades del Universo, de otra galaxia, de la Nebulosa de Andrómeda? — dijo Veda —. ¡Qué pena!

— ¡Lo sabrá! — repuso Dar Veter con firmeza —. Pediremos al Consejo energía para una emisión especial, a través del sputnik 36. ¡El Cisne estará todavía doce horas al alcance de nuestra llamada!

FIN

1 Unidad de medida de distancias astronómicas, equivalente 3,087 X 1013 km., o sea 3,26 años-luz 2

2 Año independiente: año terrestre, cuyo cómputo no está en dependencia de la velocidad de la astronave.(N. del t.) 3

3 0 Kelvin equivalen a -273 Celsius.(N. del T.) 39