El Jefe de personal se puso en pie y arrastró la silla hasta dejarla en su sitio. «Lo haré como usted manda… y me lavo las manos.» «¿Las tiene usted sucias?» «El señor Director me entiende.» Cerró la puerta sin ruido.
El Director se puso en pie, se frotó las manos, se acercó al ventanal y contempló la calle a través de los visillos; luego volvió sobre sus pasos y apretó un timbre. Entró doña Julia. «Que venga a verme ese nuevo, ya sabe, el poeta, ese que llaman Pepe Ansúrez.» «¿Pasa algo con él, señor Director? He oído que lo hace muy bien. En cambio, su mujer…» «Cuando él termine, que venga ella a verme.» «No irá a despedirla, ¿verdad? ¡Pobrecitos! Recién casados como están… Yo creo que con ponerla a ella en un puesto inferior…»
El Director contempló la figura escuálida, el crucifijo tembloroso sobre la blusa negra… «Que venga ella también, cuando el marido salga.» «Sí, señor Director, pero no sea severo con ella.» Salió doña Julia.
El Director permaneció de pie hasta que alguien llamó a la puerta con los nudillos. Dijo «Adelante» y se sentó. Doña Julia entró para anunciarle que don José Ansúrez esperaba en el antedespacho. «¡Que pase, que pase!» Doña Julia salió; su lugar en la puerta lo ocupó el poeta Ansúrez. «¡Adelante, adelante! Haga el favor de sentarse. ¿Quiere tomar una copa conmigo? No me lo agradezca; me sirve usted de pretexto para la segunda de la mañana… quiero decir del mediodía. Porque ya serán las doce. ¡Ay, las doce y diez! La copa y dos palabras… Pero, siéntese, siéntese…»
El poeta le obedeció y se sentó con muchos miramientos. «Considérese como en su casa… bueno, quiero decir como en su oficina. Ya habrá tomado su café, ¿verdad? Pues la copita encima no viene mal… A estas horas de la mañana… bueno, quiero decir del mediodía. Perdone, ya volvía a equivocarme… Es que con un hombre como usted, que domina el lenguaje…» Sacó la pitillera y ofreció a Pepe Ansúrez un cigarrillo emboquillado. «Fume del mío, ahora traerán las copas… Pues quería decirle…»
Entró doña Julia y recibió la orden de pedir dos copas urgentes. «Pues quería decirle que tengo de usted los mejores informes, vamos, que ha sido usted una excelente adquisición para el Banco, de lo cual me congratulo y quiero felicitarle… Supongo que no habrá inconveniente para proponerle para una subida de sueldo, a partir del mes próximo, sí, para el mes próximo, porque antes los reglamentos lo impiden y ya sabe usted lo que son los reglamentos… Hay quien dice que letra muerta. ¡Sí, sí, letra muerta! Ahí están, no hay quien los toque. Y es que, claro, en Madrid no entienden las necesidades locales, ni las diferencias regionales. Ahí van reglamentos para toda España, como si toda España fuese igual. Pero usted bien lo sabe: quien manda, manda, y cartuchera al cañón. Bueno, aquí están las copas. He pedido coñac para los dos. ¿Le parece que brindemos? Por su llegada al Banco, por su permanencia entre nosotros y que llegue usted a este lugar que ocupo, por sus pasos, claro, y cuando yo me haya jubilado.» Mientras levantaba la copa, miraba a Ansúrez con ojillos pícaros. «¡Algún tiempo, aún nos queda algún tiempo!» Ansúrez también se había levantado, y chocaba la copa con la del Director. «De acuerdo con el brindis, señor Director, completamente de acuerdo.» Bebieron juntos, apuraron las copas. «Y ahora, Ansúrez, váyase ya. Tengo algunas visitas anunciadas para esta hora y además no quiero que digan en su oficina…» «Comprendo, señor Director, lo comprendo todo. Muchas gracias por sus palabras y por su copa. Lo tendré todo en cuenta.» Ansúrez cogía va el pomo de la puerta; el Director pensó en decirle algo de su atuendo pero se detuvo y decidió comentarlo en la próxima entrevista.
«Por cierto, que tu marido no venía hoy de poeta, sino de ejecutivo.» «Mi trabajo me costó -respondió ella-; el traje es el mismo, pero a fuerza de plancha parece otro, y, luego, cambiar la chalina por una corbata. Supongo que ésa, colorada, con lunares, te habrá parecido bien.» «Sí, claro, me pareció muy bien, sobre todo si fuiste tú quien la escogió. Pues quería decirte… Pero siéntate, ponte cómoda. Mi mujer aún tardará en venir. Quería decirte… Bueno, tus compañeros de oficina no están lo que se dice contentos.» «¿Cómo van a estarlo? A ellas no les cabe el culo en la silla, y en cuanto a él… me tiró un par de viajes a las tetas, pero mis tetas muerden.» «Pues por eso.» «Ya pensaba yo que alguna de esas razones habría. Además -continuó ella-, son unos burros. Necesitan de una semana para lo que bastan dos días. Y como yo les metí prisa…» «Desde la semana próxima tendrás otro puesto. Pero tienes que cambiarte de ropa: que no se te note tanto el culo, ni las tetas…» «¿Un traje como el de tu secretaria?» «O una cosa así.»