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– Estaba abajo con Heldering, cerciorándome de que todos los memorándums hubieran sido entregados -Randall señaló la libreta-. ¿Quiénes fueron los otros?

Ángela pasó la hoja.

– Elwin Alexander y… -Se detuvo abruptamente-. ¡Ya lo recuerdo! Qué tonta soy; se me olvidaba. Aquí tengo su nombre. Lo anoté. Mira, Steven, puedes verlo…

El dedo de Ángela recorrió las líneas de la libreta hasta señalar el nombre del doctor Florian Knight escrito con lápiz.

– ¿Knight? -exclamó Randall.

– Fue el doctor Knight -dijo Ángela con alivio-. Gracias a Dios que se ha aclarado esto. Ahora me creerás. Sí, el doctor Knight vino cuando yo estaba archivando. Quería verte. Dijo que había asistido a una conferencia de publicidad que tú habías convocado, y que después le habías ofrecido algún material para que se documentara acerca del tipo de información que tú le pedirías. ¿Es verdad que se lo ofreciste?

– Sí.

– Cuando tú no estabas aquí, Knight vio mis carpetas sobre el escritorio y dijo que tal vez ahí podría encontrar lo que tú le habías ofrecido. Me mostró su tarjeta de seguridad, que era igual que la mía y las de los demás asesores, así que no había razón para no acceder a su petición. Revisó todas las carpetas y dijo que la mayor parte de lo que necesitaba estaba probablemente en tu oficina, pero que por el momento quería que le prestara las copias de tus memorándums recientes, ya que él se había unido tarde al proyecto y quería enterarse de tus planes. Me dijo que me devolvería el material de archivo por la mañana, cuando viniera a buscarme de nuevo.

– ¿Lo devolvió esta mañana?

Preocupada, Ángela buscó sobre el escritorio.

– Aparentemente no. Aún debe tenerlo.

– No, no lo tiene -dijo Randall inflexiblemente-. Maertin de Vroome es quien lo tiene. -Con el puño golpeó la palma de su mano-. El doctor Knight. Maldita sea. Debí haberlo sabido.

– ¿Sabido qué?

– Olvídalo.

– ¿Hice mal en prestarle el material?

– Eso no importa ahora. Tú no podías saber que estaba mal.

– Steven, pero ahora ya sabes que yo no tuve nada que ver con De Vroome. Ahora me creerás. Ven, yo te acompañaré a la oficina del doctor Knight. Él confirmará lo que yo te he dicho, y tal vez tenga alguna explicación.

– No necesito que me dé explicaciones -dijo Randall amargamente.

En su interior, Randall maldecía su propio sentimentalismo. Cuando se enteró del odio que Knight sentía por el doctor Jeffries y por Resurrección Dos, de boca de Valerie Hughes, la prometida de Knight, en aquella taberna londinense, se había dado cuenta de que no debería alentar al caballero de Oxford para que se le uniera al proyecto. Desde un principio, Knight había sido el eslabón débil, el que más probablemente cometería una traición con tal de recuperar el dinero que él sentía que la nueva Biblia le había negado. Randall recordó que aun el día de ayer se había preocupado por Knight, y que deliberadamente no le había enviado una copia del comunicado, con la vana esperanza de que el verdadero saboteador fuera alguien más. Pero, después de todo, el traidor era el doctor Florian Knight.

– ¡Maldita sea!

Ángela estaba esperando.

– ¿Vamos a verlo?

– No es necesario que tú vayas -Je dijo él, tratando de sonreír-. Ángela, perdóname por haber desconfiado de ti. Sólo puedo decirte… que te quiero.

Ella lo abrazó, con los ojos cerrados, y presionó sus labios contra los de él. Cuando terminaron de besarse, ella le murmuró al oído:

– Yo te amo más, mucho más de lo que tú me podrías querer a mí.

Él sonrió.

– Ya veremos -le dijo, separándose de ella-. Ahora, me voy a buscar al doctor Knight. Quiero verlo a solas.

Rápidamente, Randall caminó por el pasillo hacia la oficina del doctor Knight.

El doctor Knight no estaba.

La secretaria lo disculpó.

– Me telefoneó para decir que no vendría hoy.

– ¿Dónde está?

– Está trabajando en su hotel. El «Hospice San Luchesio».

– ¿El San qué?

– Se lo anotaré en un papel. «San Luchesio». Se encuentra en Waldeck Pyrmontlaan número 9. La mayoría de los clérigos y teólogos que trabajan en nuestro proyecto están hospedados ahí. Es un hotel extraño.

Randall no tuvo tiempo de preguntarle qué tenía de extraño. Tomó la dirección y se dirigió a la puerta.

– ¿Debo llamar al doctor Knight para avisarle que va usted a verlo? -le preguntó la secretaria.

– No. Prefiero darle una sorpresa.

Era en verdad un hotel extraño.

A primera vista, el «San Luchesio» era engañoso. Parecía un ordinario edificio de apartamentos, una construcción moderna de cinco pisos ubicada sobre una ancha calle.

El «San Luchesio» era un lugar del que Randall jamás había oído hablar… un pequeño hotel construido exclusivamente para clérigos protestantes, católicos romanos y monjas que estuvieran de paso por la ciudad.

Theo había conducido a Randall hacia el lugar donde se hospedaba el doctor Florian Knight, y había sido su fuente de información. Durante el año pasado, Theo había transportado a innumerables clérigos (así como a teólogos seculares que tenían que ver con Resurrección Dos y a quienes se había otorgado permiso especial para alojarse allí) del «San Luchesio» al «Krasnapolsky» y viceversa, y bastó una pregunta de Randall para que Theo le diera los pormenores.

El «San Luchesio», que llevaba el nombre del primer seguidor de San Francisco de Asís, había sido construido en 1961. El hotel eclesiástico tenía 34 habitaciones con 50 camas. El precio diario de una habitación con desayuno era de catorce florines (aproximadamente cuatro dólares). Theo le había explicado que a un lado del vestíbulo había una sala de doble uso con muchas ventanas. Durante las horas regulares se empleaba como sala para orar; durante las horas de comida se acondicionaba como comedor. Ese salón estaba amueblado con oscuras sillas movibles, cada una con su propia mesa. Si un huésped deseaba rezar o meditar, podía hacer que la silla movible diera hacia los cuadros sagrados que estaban colgados en la pared. A la hora de las comidas, podía cambiar la dirección de su asiento hacia el centro del salón y comer en su mesa. A un lado del vestíbulo, de acuerdo con Theo, estaba la propia capilla del hotel, que tenía un enorme vitral. Siempre había dos sotanas colgadas junto al vitral, una para sacerdotes católicos y otra para ministros anglicanos, y un armario central contenía todos los atavíos necesarios para decir misa.

Theo detuvo la limusina «Mercedes-Benz» frente al «San Luchesio» y Randall se apeó, cruzó la acera, y entró en el hotel.

El vestíbulo no tenía la apariencia de un vestíbulo de hotel, sino que más bien parecía la sala de una mansión inmaculada y alegre. Las paredes circundantes tenían franjas horizontales de madera con cojines tapizados, adosados a ellas, y Randall se dio cuenta de que servían como respaldos para cuando alguien deseaba sentarse en los bancos que había debajo de las franjas. Había alegres cuadros colgados de la pared, escenas bíblicas pintadas sobre tela, dando un maravilloso efecto de colorido. Adelante se encontraba el único toque parecido al de un hoteclass="underline" un mostrador de recepción en el que estaba una dama robusta como de unos cincuenta años de edad.

Todo el ambiente transpiraba pureza y bondad.

Era un lugar estupendo, pensó Randall, para enfrentarse a ese teólogo y ponerlo al descubierto como lo que era, un hijo de puta y un maldito traidor.

Randall se encaminó directamente a la recepción.

– Vengo a ver al doctor Florian Knight. Trabajamos juntos.

La corpulenta recepcionista tomó el teléfono.

– ¿Lo espera el doctor Knight?

– Posiblemente.

– Llamaré a su habitación. ¿Quiere darme su nombre?