Habiéndolo escuchado hasta este punto, Randall decidió seguirle el juego un poco más.
– Y tal defecto…, ¿se lo ha comunicado usted a Plummer y a De Vroome?
Bogardus titubeó.
– No, no lo he hecho. Aún no.
– ¿Por qué no?
– Eso… eso es un asunto personal.
Randall recargó las palmas de las manos sobre la mesa y se puso de pie.
– Bueno, ahora sí estoy seguro de que usted está mintiendo. Si hubiera algún error en la Biblia, se lo habría informado a Plummer de inmediato. Por eso le paga él, ¿no es verdad?
Bogardus se puso de pie de un salto. Su rostro estaba rojo de ira.
– Cedric no me paga nada. ¡Lo hago por amor!
Randall permaneció de pie, inmóvil. Ésa era la conexión. Bogardus y Plummer eran una pareja de enamorados. Había tocado un centro nervioso homosexual.
Bogardus giró la cara hacia otro lado.
– He guardado en secreto lo que sé; no se lo he dicho a Cedric. Sé el valor que eso tendría para él. Sería aún más importante que la nueva Biblia. Si él escribiera y publicara un artículo acerca de esa imperfección, del defecto, se… se haría rico y famoso. Pero no se lo he dicho, porque… ¿cómo es lo que dicen en las películas norteamericanas?… es mi as escondido. Porque, últimamente, Cedric no ha sido tan afectuoso conmigo y… y sé, aunque él no sabe que yo lo sé, que me ha sido infiel. Con alguien aún más joven y más… más atractivo. Cedric me ha dicho que, cuando todo esto termine, me llevará de vacaciones al norte de África. Me lo ha prometido, para después de que le entregue yo la nueva Biblia. Sí, la nueva Biblia será suficiente para que yo lo retenga por el momento. Pero, por si algo saliera mal, tengo mi as, mi última carta, mi descubrimiento secreto que arruinará todo lo que hay aquí.
Randall sintió un sobresalto ante la lastimera desesperación que reflejaba la aturdida voz del holandés; la desesperación de uno que teme perder al otro. Ahora, Randall se preguntaba qué tan cierto sería lo que clamaba el bibliotecario al decir que conocía algo del Nuevo Testamento Internacional que lo desacreditaría. Bogardus tenía que estar fraguando una mentira; cualquier cosa que atemorizara a los editores para que lo retuvieran y le entregaran el texto del nuevo descubrimiento. No había más remedio que desafiar al traidor.
– Hans… -le dijo Randall al holandés.
Bogardus, abstraído en su propia vileza frente a Plummer, apenas parecía recordar que no se hallaba solo.
– Hans, todavía no me ha dado una razón para que no lo denuncie yo ante los editores y lo despidan inmediatamente. Usted presume de que ha encontrado una incongruencia en uno de los pasajes de la nueva Biblia. Supongo que a eso se refiere al hablar de una imperfección. Si eso es cierto, ahora es el momento de sustentarlo o callar. Por mi parte, yo no creo que usted haya descubierto ni una maldita cosa que me pudiera impedir echarlo de aquí.
– ¿No lo cree usted? -dijo Bogardus ferozmente.
Pero no agregó más.
Randall titubeó.
– Estoy esperando su respuesta.
Bogardus se relamió los labios y permaneció callado.
– Está bien -dijo Randall-, ahora estoy seguro… Usted no es sólo un traidor sino también un farsante, y voy a decirles que se deshagan de usted.
Dio la media vuelta y se dirigió hacia la puerta.
– Espere -gritó Bogardus de pronto, interponiéndose apresuradamente frente a Randall-. Puede decirles que me despidan, pero más le valdrá no detenerse ahí. No me importa que se enteren ellos. De todos modos es demasiado tarde. Dígales que vean el Papiro número 9, la cuarta línea de arriba hacia abajo. Nadie, excepto yo, se ha dado cuenta de lo que eso significa. Si le entrego esta información a Cedric, al mundo, sobrevendrá el fin de Resurrección Dos. Pero -hizo una pausa para tomar aire- les prometo que nunca la revelaré, si es que me entregan la Biblia de inmediato. De lo contrario, estarán completamente perdidos.
– Lo van a echar de aquí hoy mismo, Hans -dijo Randall.
– Dígales que vean el Papiro número 9, la cuarta línea. Ya lo averiguarán.
Randall lo apartó de su camino, abrió la puerta y salió.
Por supuesto que él lo averiguaría.
Una hora después lo había averiguado ya.
Randall estaba sentado a su escritorio, sosteniendo el auricular del teléfono entre el oído y el hombro. Aguardaba a que la operadora del conmutador de los talleres de Karl Hennig en Maguncia, localizara a George Wheeler.
Mientras esperaba, Randall revisó nuevamente los apuntes mecanografiados que sostenía en las manos. Esos apuntes representaban lo que él había logrado averiguar del «defecto fatal» que Bogardus atribuía al Papiro número 9, línea 4, del Evangelio según Santiago.
Había sido difícil obtener esa información. Por un lado, Randall no era un erudito. Por otro, él no tenía acceso a los fragmentos originales que estaban en la bóveda. Y por otro más, no sabía leer el arameo. Esta última razón se convirtió en un muro impenetrable cuando recordó que poseía un juego completo de las fotografías que Edlund había tomado de los papiros, el único juego de copias existente, y que se hallaba en los confines de su propio archivo de seguridad.
Había analizado la copia en papel brillante del acercamiento fotográfico del fragmento marcado con el número 9, y le había resultado completamente indescifrable e ininteligible, con sus rasgos ondulados, sus caracteres y sus puntos, como si fueran hormigas en un desfile imposible de distinguir claramente. Pero la copia fotográfica venía acompañada por una lista de los encabezados de los capítulos y los números de párrafos que marcaba dónde aparecía cada línea del arameo en las traducciones del Evangelio según Santiago. El Papiro número 9, línea 4, correspondía a Santiago 23:66 en la edición inglesa del Nuevo Testamento Internacional.
Puesto que a él no se le había permitido retener la copia que había leído de la Biblia, Randall había tratado de averiguar quién podría tener otra a mano. Los editores estaban fuera de la ciudad y el doctor Knight había destruido su propia fotocopia. Entonces, Randall recordó que el doctor Knight había utilizado las galeradas que se encontraban dentro del portafolio del doctor Jeffries.
Randall localizó a Jeffries en su oficina, y el teólogo británico había colaborado con mucho gusto. Umm, Santiago 23:66, umm, veamos. Randall había obtenido la línea traducida. «Y Nuestro Señor, al huir de Roma con sus discípulos, hubo de caminar aquella noche a través de los abundantes campos del Lago Fucino, que había sido desaguado por órdenes de Claudio César y cultivado y labrado por los romanos.»
Simple, directo, inocente.
¿Dónde estaba el defecto fatal que Bogardus había señalado?
Los judíos habían sido expulsados de Roma en el año 49 antes de Jesucristo, Jesús se encontraba entre ellos y era el año en que había muerto, el último año de Su vida, según Santiago. ¿Qué estaba mal en todo eso?
Sin decir qué era lo que buscaba, Randall había asignado a Elwin Alexander y a Jessica Taylor para averiguar lo que pudieran acerca del Emperador Claudio, la expulsión de los judíos de Roma en el año 49 A. D., y esas hectáreas de tierra cultivada que una vez habían constituido el Lago Fucino cerca de Roma. Sus investigadores habían escudriñado los escritos de los antiguos historiadores… Tácito, Suetonio, Dion Casio y el grupo que había escrito la Historia Augusta, así como los de los historiadores modernos, anteriores y posteriores a Gibbon. En poco tiempo, el equipo publicitario de Randall había vuelto con fotocopias del material que había encontrado.
Randall hojeó el material desesperadamente, y de pronto una fecha lo dejó estupefacto. En pocos segundos reconoció el tal defecto fatal al cual se refería Bogardus.
El Fucino había sido un lago cercado de tierra en las proximidades de Roma. No tenía salida. Regularmente, cuando la temporada de lluvias llegaba a la antigua Roma, las aguas del Lago Fucino crecían, se desbordaban e inundaban la campiña. El Emperador Claudio había ordenado a sus ingenieros que desaguaran el lago para siempre, y ellos desarrollaron un proyecto que se convirtió en una tarea formidable. Tendrían que excavar un túnel de cinco kilómetros de longitud desde el Lago Fucino, a través de las rocas de una montaña adyacente, hasta el Río Ciris. Claudio había dirigido a treinta mil obreros que trabajaron en el proyecto durante más de una década, excavando y construyendo el túnel. Cuando terminaron, Claudio soltó las aguas del Lago Fucino a través del túnel, desaguando y secando el lago por completo, y convirtiéndolo en un lecho de tierra cultivable.