Выбрать главу

Horrorizado y con ánimo suspendido, aunque sus sentimientos eran de compasión y simpatía, Randall continuó escuchando al anciano.

Prisionero ejemplar, a Lebrun le había sido concedida mayor libertad de movimientos que a los otros. Mediante el tallado de cocos y chucherías de fantasía y la preparación de imitaciones de rollos de pergamino para regalo que vendía en Cayena, mediante algunos robos menores, mediante la falsificación de manuscritos medievales (que enviaba por correo a París a través de un guardia que se quedaba con el treinta por ciento de comisión), que eran vendidos a negociantes por conducto de sus amigos criminales, Lebrun se hizo de dinero para adquirir más libros de referencia acerca de la religión. Además, pudo comprar materiales para falsificar billetes de Banco, los mismos que vendía a precios de descuento y que le proporcionaban ingresos adicionales para adquirir libros aún más costosos para realizar investigaciones acerca de su proyecto.

Durante los treinta y cinco años de su segundo encarcelamiento, Lebrun se había convertido en un gran experto acerca de Jesús, del Nuevo Testamento, del arameo y el griego, y de los papiros y los pergaminos. En 1949, gracias a su buen historial, su condición cambió de relégué (condenado a cadena perpetua) a libéré (liberado); es decir, que ya no tenía que permanecer dentro de la propia prisión sino que podía andar por los alrededores de la colonia penal. Al cambiar su uniforme listado de prisionero por la tosca indumentaria azul oscura del libéré, Lebrun se mudó a una casucha a orillas del río Maroni, a corta distancia de St. Laurent, y continuó sosteniéndose con la confección de chucherías y la falsificación de manuscritos. En 1953, cuando la colonia penal de la Guayana fue clausurada, los relégués fueron enviados de regreso a Francia para seguir purgando sus sentencias en prisiones federales, y Lebrun, junto con otros libérés, fue devuelto a Marsella a bordo del barco Athesli y al fin puesto en libertad sobre suelo francés.

Fijando su hogar en París una vez más, Lebrun reanudó sus falsificaciones clandestinas de billetes de Banco y de pasaportes para obtener dinero con el cual sostenerse y adquirir los costosos materiales requeridos para perpetrar su largamente urdido fraude. Cuando estuvo preparado, le volvió la espalda a Francia para siempre. Luego de contrabandear a Italia un baúl repleto de materiales para falsificación, él mismo entró al país, buscó alojamiento en Roma y comenzó a crear su temible falsificación bíblica.

– Pero, ¿cómo pudo siquiera ocurrírsele la posibilidad de engañar a los estudiosos y a los teólogos? -quiso saber Randall-. Puedo comprender que usted llegara a aprender suficiente griego, pero me han dicho que el arameo es verdaderamente difícil, además de ser una lengua extinta…

– No del todo extinta -dijo Lebrun con una sonrisa-. Una cierta forma de arameo se habla aún hoy día entre musulmanes y cristianos en una zona fronteriza de Kurdistán. En cuanto a que el arameo sea, como usted dice, verdaderamente difícil… pues lo es, lo era, pero consagré cuatro décadas de mi vida a estudiarlo, mucho más tiempo del que jamás dediqué a aprender los refinamientos de mi natal francés. Estudiaba las publicaciones académicas de filología, etimología y lingüística, en las cuales aparecían artículos técnicos escritos por las principales autoridades, desde el abad Petropoulos, de Simopetra, hasta el doctor Jeffries, de Oxford. Estudié libros de texto, como el del alemán Franz Rosenthal, Gramática del arameo bíblico, que encontré en Wiesbaden. Y lo más importante de todo es que conseguí y estudié, en reproducciones (habiéndolas copiado a mano cientos de veces para que pudiera yo escribir el lenguaje con facilidad) los antiguos manuscritos arameos del Libro de Enoch, el Testamento de Levi y los Apócrifos del Génesis, todos los cuales existen hoy en día. Es una lengua difícil, en verdad, pero con aplicación la dominé.

Impresionado, Randall quería saber más.

– Monsieur Lebrun, la autenticidad del papiro es lo que más me intriga. ¿Cómo pudo usted manufacturar papiro que pudiera pasar nuestras complicadas pruebas científicas?

– No intentando manufacturarlo -dijo Lebrun simplemente-. Tratar de reproducir papel antiguo habría sido temerario. En realidad, el papiro y también el pergamino fueron los elementos menos dificultosos de la falsificación. Quizá los más peligrosos, pero los más sencillos. Como usted sabe, señor Randall, yo había sido no sólo falsificador sino también ladrón. Mis amigos del bajo mundo eran criminales y ladrones. Juntos, durante un lapso de dos años, adquirimos los antiguos materiales para escritura. A través de mis estudios, yo conocía la ubicación de todos los rollos y los códices catalogados del siglo i, al igual que la de los descubrimientos que todavía estaban fuera de catálogo. Conocía los museos privados y públicos donde se guardaban o exhibían, y conocía también a los millonarios coleccionistas privados. Muchos rollos están en blanco al principio o al final, así como muchos códices tienen hojas sin usar, y eso fue lo que yo robé.

La audacia del hombre asombraba a Randall.

– ¿Puede usted ser más específico? Quiero decir, ¿cuáles colecciones… dónde?

Lebrun sacudió la cabeza.

– Prefiero no decirle a usted los sitios exactos de los cuales sustraje el papiro y la vitela, pero no tengo inconveniente en hablarle de las colecciones que nosotros… examinamos, algunas de las cuales eventualmente visitamos de nuevo con intenciones más serias. Fuimos a la Biblioteca del Vaticano y al Museo de Turín, en Italia; a la Bibliothèque Nationale, en Francia; a la Oesterreichische Nationalbibliothek, en Austria; a la Biblioteca Bodmer, cerca de Ginebra, en Suiza; y a numerosos repositorios en la Gran Bretaña. Entre estos últimos estaban la Colección Beatty, en Dublín; la Biblioteca Rylands, en Manchester; y el Museo Británico, en Londres.

– ¿En realidad cometió usted robos en esos lugares?

Lebrun se compuso la ropa.

– Sí, lo hicimos; en algunos, no en todos… porque no todos… porque no todos poseían papiros y pergaminos que dataran precisamente del siglo i. El Museo Británico fue particularmente fructífero. Una de las fuentes más tentadoras, ya que ofrecía un rollo de papiros del siglo i con superficies blancas; un papiro de Samaria con una porción de regular tamaño en blanco. Y lo mejor de todo fue que una gran cantidad de los papiros del Museo Británico, también con muchas zonas en blanco, estaba desorganizada y sin catalogar, debido a la falta de personal y de fondos de mantenimiento, y por lo tanto estaba relativamente mal protegida. Luego, naturalmente, había verdaderos tesoros en mi París natal, en la Bibliothèque Nationale. La biblioteca ha acumulado miles de esos manuscritos en sus bodegas, sin traducir, sin publicar, sin catalogar. Qué lástima, semejante desperdicio. Así que me hice de unas cuantas hojas en blanco de pergamino del siglo i, y les di un buen uso. ¿Me comprende usted, Monsieur?

– Ciertamente -dijo Randall-. Pero, por Dios, ¿cómo se las arregló usted para sacarlas?

– Simplemente haciéndolo -dijo Lebrun ingenuamente-. Procediendo audazmente pero con cautela. A algunos museos entraba yo mucho antes del amanecer, y en otros me ocultaba adentro hasta después de la hora de cerrar. En todos los casos, una vez que había inutilizado los sistemas de alarma, llevaba a cabo mis robos. En los museos más ampliamente protegidos, recurría yo a colegas que tenían más práctica y a quienes les pagaba bien. En dos casos logré negociar. Esos pobres guardianes de los museos y las bibliotecas están miserablemente pagados, usted lo sabe. Algunos tienen familias; muchas bocas que alimentar. Los sobornos modestos abren muchas puertas. No, señor Randall, no me fue difícil allegarme la pequeña cantidad de papiro y pergamino que yo necesitaba. Y tenga usted en cuenta que todas las piezas eran auténticas; los pergaminos no eran anteriores al año 5 a. de J., y los papiros no eran posteriores al año 90 A. D. Para la tinta empleé una fórmula usada entre los años 30 y 62 A. D., que reproduje con un ingrediente envejecedor especial añadido a negro de humo y resina vegetal, la misma usada por los escribanos del siglo i.