– Pero el contenido de su informe de Petronio y su evangelio de Santiago -dijo Randall-, ¿cómo es que pudo imaginar que semejantes documentos serían aceptables para los teólogos y los estudiosos más doctos del mundo?
La boca de Lebrun dibujó una gran sonrisa.
– Primero, porque había una desesperada necesidad de ambos documentos. Había, dentro de la religión, hombres ambiciosos de dinero o de poder que deseaban que se realizara tal hallazgo. Los dirigentes religiosos estaban preparados para aceptarlo. Lo deseaban. El clima y los tiempos estaban maduros para un Jesús resucitado. Además, porque ni una sola idea o acción de las que asenté en nombre de Petronio y de Santiago fue completamente inventada por mí. Casi todo lo que utilicé había sido sugerido ya, cuando menos una vez, por los padres de la Iglesia o por los historiadores o por otros antiguos evangelistas en los años posteriores al siglo i. Todo estaba allí, convirtiéndose en polvo, abandonado y completamente ignorado, excepto por los teóricos contemporáneos.
– ¿Qué es lo que estaba allí? -inquirió Randall-. ¿Puede usted darme algunos ejemplos? Tomemos el Pergamino de Petronio. ¿Existió realmente una persona llamada Petronio?
– El Evangelio Perdido de San Pedro dice que existió. -¿El Evangelio Perdido de San Pedro? Nunca había oído hablar de eso.
– Pues existe -dijo Lebrun-. Fue encontrado en una sepultura antigua cerca del pueblo de Akhmim, la antigua Panópolis, en el Alto Nilo, en Egipto, durante 1886, por unos arqueólogos franceses. El evangelio de Pedro es un códice en pergamino que fue escrito hacia el año 130 A. D. Difiere de los evangelios canónicos en veintinueve aspectos. Dice que Herodes (no los judíos ni Pilatos, sino Herodes) fue el responsable de la ejecución de Jesús. Dice además que el capitán que encabezaba a los cien soldados que estuvieron a cargo de Jesús se llamaba Petronio.
– ¡Maldita sea! -dijo Randall-. ¿Quiere usted decir que el evangelio de Pedro es verdadero?
– No solamente es verdadero, sino que Justino Mártir (quien se convirtió al cristianismo en el año 130 A. D.) nos dice que en su tiempo, cuando era leído, el evangelio de Pedro era más respetado que los cuatro evangelios actuales. Sin embargo, cuando el Nuevo Testamento fue integrado en el siglo iv, ese evangelio de Pedro no fue incluido, sino que lo desecharon, lo relegaron a los Apócrifos… es decir, a los escritos de autoridad dudosa o que están fuera del canon católico.
– De acuerdo -dijo Randall-. En su Pergamino de Petronio, usted presenta a Jesús como un ser subversivo y rebelde que se considera a Sí mismo por encima del César. ¿Qué le hizo a usted pensar que uno se tragaría eso?
– Porque muchos de los estudiosos bíblicos que hay en el mundo creen que así fue -replicó Lebrun-. Basta con hacer una cita de una obra desafiante aunque iconoclasta, El Evangelio Nazareno Restaurado, de Graves y Podro: «No hay duda de que Jesús fue ungido y coronado Rey de Israel; pero los editores del Evangelio hicieron todo lo posible por ocultar esto debido a motivos políticos.»
– ¿Y su falsificación del Evangelio según Santiago? -inquirió Randall-. Las palabras que usted atribuye a Jesús, ¿son hechos o ficción?
Los ojos de Lebrun brillaron tras sus anteojos con arillos de acero.
– Pongámoslo de esta manera, Monsieur: los hechos sirvieron de base para mi ficción. Los Logia o Dichos del Señor presentaron muy pocos problemas. Una vez más consulté los Apócrifos, los antiguos documentos de cuestionable exactitud. Tomemos por ejemplo, un antiguo documento que se halló enterrado (la Epistula JacobiApocrypha), la Epístola Apócrifa de Santiago o Apocrifón de Santiago, una compilación de advertencias atribuidas a Jesús. Yo me apropié de algunas de ellas, meramente revisándolas o mejorándolas. En el Apocrifón, cuando Jesús se despide de Santiago dice: «Luego de que Él hubo dicho esto se fue. Pero nosotros nos arrodillamos, y Pedro y yo dimos gracias y elevamos nuestros corazones hacia los cielos.» En la Versión Revisada según Lebrun, yo puse: «Y allí nos dijo que nos quedáramos, y nos. bendijo, y con su bastón en la mano desapareció en la niebla y en la oscuridad. Entonces nos arrodillamos y dimos gracias, y elevamos nuestros corazones a los cielos.»
Satisfecho consigo mismo, Lebrun miró de soslayo a Randall, aguardando su reacción.
Una vez más, Randall sacudió la cabeza ante la osadía de todo aquello y, refunfuñando, concedió su aprobación.
– Ya comprendo -comentó Randall-. Los hechos al servicio de la fricción. Quisiera saber más. ¿Qué hay de la descripción de Jesús que hace Santiago? ¿No esperaba usted que ese Jesús, de ojos estrechos, nariz muy larga, rostro desfigurado por cicatrices y llagas…? ¿No esperaba usted que se resistirían a aceptarlo?
– No. En cuanto a esto también había antiguos indicios de que Él tenía una apariencia poco atractiva. Clemente de Alejandría, cuando reprendía a los seguidores a quienes preocupaban las buenas apariencias, les recordaba que Jesús era «feo de aspecto». Andrés de Creta escribió que Jesús tenía «cejas que se juntaban». Cirilo de Alejandría asentó que Cristo poseía «un aspecto muy feo», pero agregaba que «comparado con la gloria de la divinidad, la carne no tiene valor». Eso me bastó.
– Pero, ¿qué orientación tuvo usted para justificar el haber escrito que Jesús sobrevivió a la Cruz?
– Hay una vieja tradición que dice que Jesús no murió al ser crucificado. Ignacio, quien fuera obispo de Antioquía, en Siria, en el año 69 A. D., aseveró que Jesús estaba «en la carne» después de Su Resurrección. Según Ireneo, el respetado Papías (obispo de Hierápolis) conoció personalmente al discípulo Juan, y este Papías afirmó que Jesús no murió sino hasta la edad de cincuenta años. Los rosacruces han sostenido siempre que poseen documentos antiguos que prueban que Jesús se salvó de la muerte en la Cruz en Jerusalén. Un historiador rosacruz escribió: «Cuando entraron al sepulcro encontraron a Jesús reposando tranquilamente y recuperando la fuerza y la vitalidad con gran rapidez.» Estas fuentes aseveran, además, que la secta de los esenios ocultó a Jesús. Incidentalmente, «esenio» no sólo quiere decir «santo», sino también «el que cura». Bien puede ser que un esenio hubiera curado a Jesús. Ése era el argumento de Karl F. Bahrdt y Karl H. Venturini, quienes escribieron una biografía de Jesús a finales del siglo xviii. Ellos sostenían la teoría de que los esenios habían representado teatralmente los milagros de Cristo y la Resurrección, y que el Señor fue bajado de la Cruz inconsciente, mas no muerto, y que luego fue revivido por un curandero o médico esenio.
– ¿Y eso de traer a Jesús a Roma? -preguntó Randall.
– Roma -repitió Lebrun, acariciando la palabra amorosamente. Mi mayor riesgo, pero, ¿por qué no? Los fariseos judíos del siglo ii creían firmemente que el Mesías aparecería en Roma. Pedro vio a Jesús en carne y hueso camino a Roma. Suetonio, el historiador romano, acusó a Cristo de provocar desórdenes en Roma. De hecho, existe una tradición que describe a Santiago diciendo a sus seguidores que si alguno de ellos se preguntara dónde está su Dios, él podía asegurarles: «Vuestro Dios está en la gran ciudad de Roma» -Lebrun hizo una pausa, considerando lo que acababa de decir. Pareció satisfecho-. Creo que lo de Roma era bastante lógico.