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– Tiene usted toda la razón -dijo Valerie simplemente-. Hay mucho más que eso y creo que debo decírselo, si usted se lo reserva confidencialmente.

– Le prometo que así lo haré.

– Muy bien. No tengo mucho tiempo. Tengo que regresar de nuevo y dormir un poco. Lo que le voy a decir se lo revelo por el propio bien de Florian; por su supervivencia. No siento estarlo traicionando.

– Ya tiene usted mi palabra -le reaseguró él-. Esto queda entre nosotros.

La regordeta cara de Valerie era solemne, y su tono de voz también era formal y apremiante.

– Señor Randall, Florian está más sordo de lo que él mismo admite. Su aparato para la sordera ayuda a establecer la comunicación con él, pero no es realmente efectivo. Florian se las arregla solamente porque aprendió a leer los labios hace mucho tiempo. Él puede hacer cualquier cosa que se proponga; creo honestamente que es un genio. Sea como fuere, hasta donde puede saberse, los tímpanos de Florian se perforaron o semidestruyeron a raíz de una infección que sufrió después de su adolescencia. La única posibilidad de curación implica cirugía y trasplantes… tal vez una serie de operaciones. La intervención quirúrgica se llama timpanoplastia.

– Pero, ¿podrá recuperar el oído totalmente?

– Su otólogo siempre lo ha creído así. La cirugía… la posible serie de intervenciones quirúrgicas, es costosa. El cirujano recomendado para hacer ese trabajo está en Suiza, lo cual siempre ha estado más allá de las posibilidades económicas de Florian. Apenas le alcanza para su alimentación. Además, él mantiene a su madre viuda, que vive en Manchester y depende enteramente de él. Yo me he ofrecido para ayudar a Florian (bastante poco puedo hacer), pero él es demasiado orgulloso para aceptar siquiera eso. Ya vio usted cómo vive. Su pequeño apartamento le cuesta ocho libras a la semana. Él necesita un automóvil, de cualquier clase, pero no puede costeárselo. Con toda su brillantez, siendo un respetable científico de Oxford y trabajando tan valiosamente para el doctor Jeffries, sólo gana tres mil libras al año. Ya se imaginará lo poco que puede hacer con eso. Consecuentemente, Florian ha resuelto ganar más dinero. Su sordera lo obsesiona. No sólo por las dificultades que actualmente eso le crea, sino también por el aspecto psicológico. Ese defecto lo ha amargado; así es que su meta más importante ha sido ganar el suficiente dinero para llevar a cabo la cirugía. Después de eso, a él… bueno, a él le gustaría poder casarse conmigo y formar una familia. ¿Se da usted cuenta?

– Sí, ya veo.

– Su única gran esperanza era que el doctor Jeffries, su superior, se jubilara antes de la edad obligatoria de setenta años, lo que le brindaría a Florian una oportunidad para ocupar el puesto de Primer Catedrático de Hebreo. Al principio era sólo una esperanza, pero hace dos años se convirtió en promesa. De hecho, el doctor Jeffries le prometió a Florian que si aceptaba irse como lector al Museo Británico, sería recompensado; recompensado con la pronta jubilación del doctor Jeffries y la recomendación de éste para que Florian lo reemplazara. El ascenso significaría un salario suficiente para que Florian se operara y, eventualmente, pudiera casarse. Bajo tal entendimiento, Florian estuvo muy complacido de dedicarse a los asuntos del doctor Jeffries en Londres. Pero, demasiado pronto, Florian oyó un inquietante rumor (de una fuente fidedigna) en el sentido de que Jeffries había cambiado de parecer con respecto a su jubilación. Los motivos eran ambiciones políticas egoístas. Según lo que Florian escuchó, el doctor Jeffries había sido nominado candidato principal para presidir el Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra. Para promover su propia candidatura, el doctor Jeffries había decidido retener su puesto en Oxford tanto tiempo como le fuera posible.

– Aprovechando ese puesto como una mera vitrina -inquirió, afirmando, Steven.

– Exactamente. El pobre Florian estaba muy disgustado, pero no podía verificar el rumor, así es que mantuvo una leve esperanza de que el doctor Jeffries se jubilaría, tal como se lo había prometido. No obstante, a sabiendas de que no podría depender de eso, Florian urdió otro plan para ganar dinero. Él siempre había deseado escribir y publicar una nueva biografía de Jesucristo, basada en lo que hoy se sabe acerca de Jesús (lo mismo por los evangelios que por las fuentes no cristianas y las especulaciones de los teólogos), así como por deducciones originales que el propio Florian había hecho. Así pues, desde hace dos años, trabajando mañana y tarde para el doctor Jeffries, esclavizándose todas las noches hasta pasadas las doce, incluyendo los días festivos, casi todos los fines de semana, y hasta durante sus vacaciones, Florian realizó sus investigaciones y finalmente escribió su libro. Una maravilla de libro que tituló Simplemente Cristo. Hace algunos meses, Florian mostró una parte del libro a uno de los más importantes editores británicos, quien se impresionó profundamente y estuvo de acuerdo en suscribir con Florian un contrato de publicación y en otorgarle un jugoso anticipo de dinero (lo suficiente para costear su operación y hasta para poder casarnos) contra la entrega del libro terminado. Pues bien, Florian había concluido la obra y estaba haciendo ya la revisión final. Planeaba entregar el manuscrito en un lapso de dos meses, firmar su contrato y vivir una posición holgada (o, digamos, solvente) después de lo que parecía haber sido una eternidad. No puedo describirle cuan feliz estaba. Hasta ayer.

– ¿Quiere usted decir cuando el doctor Jeffries le dijo…?

– Cuando el doctor Jeffries le reveló el secreto del descubrimiento de Ostia Antica, cuando le informó que el Nuevo Testamento Internacional estaba ya en las prensas y le manifestó todos esos hechos acerca de Jesucristo, hasta ahora desconocidos, que van a hacerse públicos. Para Florian, aquello fue como si lo golpearan en la cabeza con un mazo. Estaba deshecho, completamente aterrado. A causa de sus sueños y esperanzas había puesto en Simplemente Cristo hasta el último grano de energía. Ahora, con este nuevo descubrimiento, esta nueva Biblia, la hermosa biografía de Florian resultaba obsoleta, impublicable; carecía de sentido. Lo más amargo de todo fue que si hace dos años le hubieran hablado acerca de ese nuevo descubrimiento, Florian no hubiera desperdiciado sus esperanzas y energías específicamente en ese libro suyo. Peor aún, se dio cuenta de que el doctor Jeffries, sin saberlo, lo había usado para ayudar en la investigación y traducción del libro que había destruido su propia obra y su futuro. ¿Puede usted comprender ahora lo que le sucedió ayer a Florian y explicarse por qué estaba tan agobiado, tan amargado como para verlo y aceptar ir con usted a Amsterdam?

Steven Randall contemplaba desconcertado su cerveza.

– Eso es espantoso; ha ocurrido una cosa terrible -dijo finalmente-. No puedo decirle cuánto lo siento por el doctor Knight. Si eso me hubiera sucedido a mí… bueno… me habría querido suicidar.

– Ya lo intentó Florian -espetó Valerie-. No… no se lo iba a decir a usted… pero… es igual. Ayer estaba tan enfermo de desesperación, después de que dejó al doctor Jeffries, que cuando regresó a su apartamento tomó una docena (o dos) de somníferos y se tendió en su cama listo para morir. Afortunadamente, yo le había prometido venir y prepararle la cena. Tenía llave, así que entré y lo encontré inconsciente. Cuando vi el frasco vacío, llamé al médico de mi madre (el que me trajo al mundo) porque sabía que podía confiar en él; llegó a tiempo y salvó a Florian. Gracias a Dios. Estuvo muy enfermo toda la noche, pero comenzó a recuperar sus energías hoy.

Impulsivamente, Randall tomó la mano de la muchacha entre las suyas.

– Honestamente, no puedo decirle cuán mal me siento, Valerie.

Ella inclinó la cabeza.

– Yo sé cómo se siente. Usted es un hombre decente.

– Lamento mucho haber molestado al doctor Knight esta noche. Francamente, no puedo culparlo por rehusarse a colaborar en nuestro proyecto.

– Oh, pero en eso está usted equivocado, señor Randall -dijo Valerie con repentina animación-. Si usted no hubiera venido esta noche, no estaría yo aquí para decirle lo que le voy a decir. Mire usted, yo creo que éste es justo el momento en que Florian necesita un entretenimiento; mantenerse ocupado, relajarse en su trabajo. Yo siento que él definitivamente debe participar en Resurrección Dos. Antes de su visita, yo pensaba que no habría ninguna oportunidad; pero cuando usted sacó el asunto a colación, yo estaba observando la cara de Florian, escuchándolo hablar. Conozco cada matiz de su voz. A él lo conozco tan íntimamente que, con cualquier cosa que diga, sé lo que realmente está sintiendo. Lo escuché decir que no estaba rechazando completamente el descubrimiento de Ostia Antica. También le oí decir que lo creería sólo si pudiera verlo por sí mismo. Yo conozco a Florian, y sé distinguir las diferentes señales entre cuando está resentido y cuando está volviendo a la vida. Allí estaban las señas, sólo que él estaba demasiado disgustado para que por sí mismo pudiera admitirlo.