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Para proteger a su hijo del infanticidio, María y José habían tomado a Jesús huyendo hacia Hebrón, en la planicie costera, y después habían ido a Gaza y Rafia, y luego (por medios desconocidos, aquí faltaban palabras) habían llegado a Pelusio, en Egipto. Había un millón de judíos en Egipto, y Jesús se había refugiado con parientes judíos en Alejandría hasta que Herodes el Grande murió. Luego de que el reinado de Arquelao hubo comenzado, María, José y el niño habían vuelto a Palestina, estableciendo su hogar en Galilea.

Los años hasta ahora desconocidos de la juventud de Jesús fueron esquemática aunque brillantemente expuestos a la luz por Santiago. Jesús estudió en una beth hasefer, una casa del libro, una escuela primaria, y antes de la edad de trece años (su edad se deduce a través de las anotaciones) estudió la Ley de Yahweh, el Libro de Jonás, los relatos de varios Mesías y los comentarios de los predicadores. En varias ocasiones visitó la cercana comunidad ascética de los esenios y conversó con ciertos sabios, discutiendo los libros de Enoch. De ellos surgió Su deseo de abolir la esclavitud, la fabricación de las armas y las ofrendas de sacrificios. De ellos también le vino el deseo de ver realizado el reino Mesiánico. Durante un tiempo, su tutor fue un maestro fariseo en Jerusalén, y en el templo los sacerdotes quedaron muy impresionados por Su sabiduría, precocidad y santidad. Santiago estuvo presente en la confirmación de su hermano Jesús.

El padre de ambos, José, había sido en verdad un trabajador de la madera [Anotación: En tiempos de Jesús no había en hebreo o arameo palabra que equivaliese a carpintero], y derribaba los cedros y los cipreses en los bosques y reparaba vigas y hacía baúles y pértigas de arar y artesas, pero su hijo mayor, Jesús, no había sido trabajador de la madera, excepto para ayudar ocasionalmente a José en el labrado de algún objeto de ese material. Jesús había dedicado sus años de adolescente a trabajar la tierra como labriego y a pastorear, arando primero el pequeño sembrado de trigo de la familia, cuidando del viñedo y, ya mayor, atendiendo el rebaño de ovejas. La familia de José había vivido austeramente en una pequeña morada de adobes, de la cual los animales venían a ocupar la mitad.

A la muerte de José (el fragmento que indicaba el tiempo se había deteriorado, pero los anotadores creían que había sido tres años después del bar mitzvah de Jesús), Cristo había conmovido a Sus familiares y vecinos con Su Plegaria junto al cuerpo de Su padre: «Padre de infinita misericordia, de ojos que ven y oídos que oyen, escucha ¡oh! mi oración por José, el anciano, y envía a Miguel, el jefe de tus ángeles, y a Gabriel, tu mensajero de luz y a tus ejércitos de ángeles, para que puedan marchar con el alma de mi padre, José, hasta llevarla a ti que estás en las alturas.»

De ahí en adelante, Jesús se convirtió en el jefe del hogar, consistente de Su madre y Sus hermanos y hermanas, y trabajó la granja y los viñedos y estudió aplicadamente las antiguas escrituras. Al fin, divinamente inspirado, cedió la granja a Santiago, y comenzó a predicar apaciblemente una doctrina de amor, unión y esperanza en las aldeas de la remota Galilea. Él sabía el koine, el griego común de las ciudades, pero se dirigía a las comunidades judías en el cotidiano lenguaje arameo.

En el decimoprimer año del reinado de César Tiberio, Jesús [Anotación: Cuando tenía veintinueve años de edad] fue en busca de aquel a quien conocía con el nombre de Juan el Bautista, y fue bautizado. En los días que siguieron, se retiró a los bosques y colinas para meditar acerca de su rumbo y para buscar la guía de Su Dios en el cielo. Cuando volvió entre los hombres, Su misión era clara* y Sus prédicas se volvieron más audaces y más intensas.

Y luego, de la pluma de carrizo de Santiago, venía una descripción de su hermano mayor conforme emprendía Su ministerio de salvación de los oprimidos, de la gente común que estaba agobiada por los irrelevantes legalismos de la ortodoxia judía y aplastada por las legiones romanas de ocupación. Jesús era de estatura ligeramente superior a la normal [Anotación: La estatura normal de Sus compatriotas era de aproximadamente un metro sesenta y tres centímetros de estatura, así que la de Jesús probablemente fue de un metro sesenta y ocho centímetros] y llevaba el cabello hasta los hombros, con mechones ondulados más abajo de las orejas, un amplio bigote y una espesa barba. Su cabello, del color de las castañas, estaba dividido hacia ambos lados por una raya que llevaba a la mitad de la cabeza. Tenía una amplia frente poblada de cicatrices, los ojos grises y hundidos, la nariz muy larga, chueca y en forma de gancho, los labios llenos. Su semblante estaba cubierto de llagas y Su cuerpo estaba igualmente ulcerado: «El Señor estaba desfigurado en la carne, pero era hermoso de espíritu.» Su mirada era dominante, aunque a menudo era reservado e introspectivo. Sus maneras eran amables, aunque a veces se ensombrecían por la severidad. Su voz era profunda y musical, y daba consuelo a Su creciente multitud de seguidores y discípulos. Su postura era ligeramente encorvada y Su paso era desigual, debido a una deformidad corporal; cojeaba de una pierna lisiada, lo que había llegado a ser evidente el año anterior a Su Crucifixión en Jerusalén y que le ocasionaba muchas dificultades. [Anotación: En el año 207 A. D., uno de los primeros escritores de la Iglesia, Tertuliano, nacido en Cartago, convertido al cristianismo en Roma, señalaba que Jesús había sido inválido: «Su cuerpo no era siquiera de genuina forma humana.»]

Viajaba con un asno, que cargaba Su botijo de agua, Su escudilla, Sus pergaminos enrollados en cilindros, Sus sandalias de repuesto, y caminaba delante del asno, vistiendo algunas veces un manto de lana, una túnica de lino ceñida con una cuerda; calzaba sandalias con tiras de cuero e iba cargando Su bolso y Su bastón.

Al mensaje de Jesús, Santiago dedicaba lo que ahora constituían siete páginas completas en el Nuevo Testamento Internacional. Jesús se dirigía a los pobres y a los que sufrían, y los despertaba. Besaba a todo aquel que era amigo y le decía: «La paz sea contigo», y agregaba que Él venía del Padre que está en los cielos, aseverando: «Aquellos de vosotros que creyeren en mí, aunque estuvieren muertos, vivirán.» Les decía que había sido enviado para implantar en la Tierra un nuevo reino de amor y paz.

«Todos los que le vieron y escucharon, supieron igualmente de Su compasión.» Todos eran como uno solo a Sus ojos. Hablaba de la tiranía, la brutalidad, la pobreza y el caos sobre esta Tierra, que debían desaparecer ante Su promesa de justicia, bondad, desprendimiento y paz. Aquellos que creyeran triunfarían sobre la muerte, y en el reino por venir conocerían la felicidad eterna.

A menudo, escribió Santiago, Jesús era específico en sus prédicas. Demandaba igualdad para las mujeres. «Una hija tiene el derecho de heredar parte por parte con sus hermanos.» Santiago corroboraba la autenticidad del pasaje de San Juan acerca de la mujer sorprendida en adulterio, sólo que el relato de Santiago difería del de aquél. Jesús había ido a predicar al templo en el Monte de los Olivos cuando los fariseos, esforzándose por ponerle una trampa, lo confrontaron con una mujer casada hallada en adulterio. «Ellos le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido descubierta en adulterio. Nos fue ordenado que sufra la estrangulación. ¿Qué dices a esto? " Y Jesús les dijo a aquellos que trataban hacerle errar: "Aquel de vosotros que esté libre de pecado, que la estrangule." Así, convicto por su propia conciencia, cada uno salió del templo. Jesús tocó la frente de la mujer y le preguntó: "¿Te ha condenado algún hombre?" Ella replicó: "Ninguno, Señor." Y Jesús dijo: "Ni yo te condeno. Vete, y de ahora en adelante no peques más."»

Santiago había asentado numerosos proverbios de su hermano Jesús que resultaban de sobrecogedora relevancia para el mundo de hoy en día. Proverbios relativos a la explotación de los pobres por los ricos y por la clase dominante; frases que se referían a la necesidad de un pacto entre las naciones para terminar con la guerra y el colonialismo; dichos acerca de la necesidad de educación para todos; palabras que desaprobaban la superstición, el dogma y el rito, y dos sentencias que en realidad profetizaban que un día los hombres saltarían a los planetas del cielo en una época en la que la Tierra estaría al borde de su autodestrucción.