Выбрать главу

– ¿Qué estás tratando de hacer?

Él le soltó las muñecas.

– No vamos a celebrar nuestro matrimonio. Yo no me voy a casar con nadie; al menos no por ahora.

– ¿Que no… qué? Debes estar bromeando.

– Darlene, el matrimonio nunca fue parte de nuestro arreglo. Recuérdalo. ¿Te prometí matrimonio alguna vez? Desde el principio te lo aclaré; que si querías simplemente mudarte conmigo y que viviéramos juntos estaba bien, estupendo. Viviríamos juntos. Nos divertiríamos un poco. Yo nunca hablé de nada más.

El suave ceño de Darlene se había fruncido.

– Pero eso fue antes, hace siglos, porque estabas atado. Quiero decir, como… bueno, así era, y yo lo entendí. Tú siempre dijiste que me amabas. Y yo me imaginaba que así era y que si alguna vez obtenías el divorcio querrías unirte a mí. Para siempre, digo. -Ella trató de recuperar su buen humor-. Steven, escucha, podría ser maravilloso para nosotros. Ha sido estupendo hasta ahora. Podría ser diez veces mejor. Escuché esa parte cuando estabas hablando al teléfono acerca de tu hija. Eso está muy bien, que te ocupes de ella, pero está creciendo y está fuera de tu vida; no tienes que preocuparte por eso. Porque me tendrás a mí. Tengo veinticuatro años, y estoy dispuesta y deseosa de darte cuántos hijos quieras. Por la ventana arrojaré las píldoras. Tú y yo; nosotros podemos producir tantos hijos e hijas como tú desees, y darnos un gran placer haciéndolos. Steven, tú puedes comenzar de nuevo.

Randall se apoyaba incómodamente en un pie y en otro, y miraba fijamente la alfombra.

– Darlene, puedes creerlo o no, si no quieres -le dijo él en voz baja-, pero no quiero comenzar todo de nuevo. Sólo deseo resolver este asunto en el que estoy metido y descubrir qué puedo hacer después. Tengo algunos planes, pero el matrimonio no es uno de ellos.

– Querrás decir el matrimonio conmigo -la voz de Darlene se estaba haciendo chillona. Él la miró y vio cómo sus rasgos se tornaban tensos-. Quieres decir que no soy lo suficientemente buena para ti -prosiguió ella-. Tú no crees que yo sea lo bastante buena.

– Nunca dije eso, ni lo diría, porque no es verdad. Lo expresaré de otro modo. Tener un trato sin complicaciones, tal como el que tenemos, es una cosa; el matrimonio es otra muy distinta. Lo sé. He pasado por ello. No somos el uno para el otro; no para el largo viaje. Ciertamente, no soy para ti. Yo soy demasiado viejo para ti y tú eres demasiado joven para mí. No tenemos los mismos intereses. Y una docena más de cosas. No funcionaría.

– Mierda -dijo ella disparatadamente. Estaba enojada y lo estaba demostrando, algo que nunca había osado hacer frente a él-. No me engañes, Steven, como engañas a todo el mundo. Puedo ver a través de ti. Es lo que yo dije. No piensas que yo sea lo suficientemente buena para la gran cosa que tú eres. Pues te voy a decir algo. Muchos hombres se arrastrarían por casarse conmigo. Muchos me lo han pedido. Cuando Roy fue hasta el barco para despedirme… Roy Ingram, ¿lo recuerdas?…, viajó desde Kansas City para rogarme que me casara con él. Tú lo sabes, y sabes que lo rechacé. Te estaba siendo fiel a ti. Así que si era lo bastante buena para Roy, ¿por qué diablos no lo soy para ti?

– Maldita sea, ser lo bastante bueno no tiene nada que ver con esto. ¿Cuántas veces he de decírtelo? Ser el uno para el otro es lo que importa. Yo no soy la persona adecuada para ti, y quizá Roy sí lo es. Tú no eres adecuada para mí, pero tal vez lo seas para Roy.

– Tal vez vaya a averiguarlo -dijo ella en voz alta, comenzando a abotonarse la blusa-. Tal vez vaya a averiguar si Roy es adecuado para mí.

– Haz lo que quieras, Darlene. No voy a interponerme en tu camino.

Ella afrontó su mirada calmadamente.

– Steven, te estoy dando una última oportunidad. Ya estoy harta de andar puteando contigo. Soy una buena muchacha y quiero ser tratada con respeto. Si estás preparado para hacer eso, para hacer lo que deberías, me quedaré. De otra manera, te dejaré en este instante, en este mismo instante, y tomaré el primer avión que salga de aquí, y no regresaré jamás. Nunca volverás a verme. Depende de ti.

Randall se sintió tentado. Estuvo a punto de atraerla hacia sí, de ir y tomarla bruscamente entre sus brazos, apretándola hasta hacerle daño. La deseaba. Y no quería quedarse solo. Sin embargo, se contuvo. El precio que Darlene se había fijado era demasiado alto. Otro matrimonio miserable. Sencillamente no podía encararlo. En especial ahora que estaba buscando a tientas un camino, un sendero que lo conduciría a un lugar mejor. Darlene no era el camino. Darlene era un callejón sin salida. Peor aún, viéndola como era, viéndola como un ser humano joven con toda una vida por delante, él sabía que destruiría esa vida, la destruiría por falta de amor y comunicación. Era imposible. Unidos, serían víctimas; él de suicidio y ella de asesinato.

– Lo siento, Darlene -dijo él-. No puedo hacer lo que tú quieres.

Destellos de cólera distorsionaron el joven rostro de la muchacha.

– Está bien, inútil bastardo infame; ya no me volverás a tocar jamás. Me voy a mi habitación a empacar. Puedes hacerme la reserva del vuelo, y puedes pagar el pasaje. Diles que recogeré el boleto en la administración por la mañana.

Él empezó a seguirla hacia el pasillo de entrada.

– Si estás segura de que eso es lo que quieres… -dijo él débilmente.

– Estoy segura -dijo ella girando sobre sí- de que quiero un boleto de ida para Kansas City, ¿me oíste? ¡Y no vuelvas a acercárteme jamás!

Salió dando un portazo.

Pasado un rato, Randall fue a prepararse un trago fuerte y a ver si podía atender más trabajo esa noche.

Una hora y tres tragos después, Randall estaba todavía demasiado absorto en sus labores para sentir autocompasión.

Había revisado los expedientes de papel manila que contenían las entrevistas y el material con antecedentes acerca del doctor Bernard Jeffries, experto en traducción, en juicio crítico de textos y en papirología; acerca del profesor Henri Aubert, experto en radiocarbono; acerca de Herr Karl Hennig, experto en formato e impresión de libros. Había dejado la última carpeta hasta que pudiera releer las traducciones del pergamino de Petronio y el Evangelio según Santiago una vez más. Había releído los textos que estaban en las páginas de prueba, y con los descubrimientos se había estremecido esta vez tanto como antes. Ahora estaba ansioso y listo para indagar lo que pudiera acerca del descubridor.

Tomó el último expediente suministrado por su personal de publicidad. Éste contenía los derechos acerca del arqueólogo, profesor Augusto Monti.

Randall abrió la carpeta del papel manila. Adentro, para su sorpresa, no había más que cinco cuartillas mecanografiadas, unidas por un clip. Rápidamente, Randall leyó las cinco cuartillas.

Había una insípida biografía del profesor Monti. Sesenta y cuatro años de edad. Viudo. Dos hijas, Ángela y Claretta; una de ellas casada. El historial académico del arqueólogo, los cargos que había desempeñado, sus premios. Actualmente, director del Istituto di Archeologia Cristiana, profesor de Arqueología en la Universidad de Roma. Una lista de varias excavaciones realizadas en Italia y en el Medio Oriente, en las cuales Monti había participado o que había supervisado. Finalmente, dos cuartillas, atestadas de datos y abstrusos términos técnicos arqueológicos, dedicadas a la excavación en Ostia Antica hacía seis años. Punto.

¿Era éste un expediente de publicidad?

Randall no lo podía creer. El profesor Monti había hecho uno de los más trascendentales descubrimientos en la historia del mundo, y todo lo que se reflejaba de esto era alguna información que resultaba tan emocionante como un horario de ferrocarriles.

Frustrado, Randall terminó su escocés y se estiró para alcanzar el teléfono.

Era casi la una de la mañana. Le habían dicho que Wheeler siempre trabajaba hasta tarde. Valía la pena el intento de llamar al editor, decidió Randall, aunque lo despertara. Monti era la personalidad clave para hacerle publicidad en la promoción del Nuevo Testamento Internacional. Randall tenía que conocer la razón de esa ausencia de informes, y por cuáles medios podía obtener más información de inmediato.