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Telefoneó a la suite de Wheeler y esperó.

Una voz femenina contestó. Randall reconoció la voz. Pertenecía a Naomí Dunn.

– Habla Steven -dijo-. Quería hablar con George Wheeler.

– Salió de la ciudad -respondió Naomí-. He estado recogiendo algunos papeles que había tirados en su habitación. ¿Se trata de algo en lo que yo pueda ayudarte?

– Tal vez puedas. Leí lo de Petronio y lo de Santiago esta noche, por primera vez. Fabuloso. Me sacudió bien y bonitamente.

– Así me lo esperaba.

– Estaba yo tan entusiasmado por el descubrimiento que traté de encontrar al genio responsable; es decir, al profesor Monti. Sucede que tengo su expediente conmigo. Acabo de leerlo. Casi nada. Endeble. No le da color al hombre. No hay detalles acerca del descubrimiento…

– Estoy segura de que el señor Wheeler y el señor Gayda pueden suministrártelos.

– No es suficiente, Naomí. Lo que yo quiero debe provenir directamente del corazón y las entrañas del propio arqueólogo. Cómo dio con el sitio donde había que buscar. Qué estaba buscando. Cómo se sintió cuando encontró lo que encontró. Y no solamente qué hizo, sino qué estaba ocurriendo en su interior antes, durante y después del hallazgo. Ésta es una historia fantástica y no podemos inflarla.

– Tienes razón -dijo Naomí-. ¿Qué sugieres que hagamos al respecto?

– Para comenzar, ¿alguien que pertenezca a este proyecto ha entrevistado personalmente alguna vez al profesor Monti?

– Déjame pensar. Al principio algunos de los editores; y luego los cinco se reunieron con él varias veces, en Roma, después de que arrendaron del Gobierno italiano los derechos a los papiros y el fragmento. No han tenido motivos para verse con el profesor Monti recientemente. Sin embargo, recuerdo algo. Cuando el personal de publicidad fue aceptado, antes de que tú fueras contratado para dirigirlo, una de las muchachas del equipo, Jessica Taylor, pensó que debía conocer a Monti para obtener más material. Además, Edlund trató de concertar una cita para ir a Roma y tomar algunas fotos de él. Ninguno de los dos llegó a verlo. En ambas ocasiones, Monti se hallaba en algún remoto lugar, representando al Gobierno italiano en diversas excavaciones. Una de sus hijas le dijo a Jessica, y más tarde a Edlund, que ella le avisaría cuando su padre regresara a Roma. Pero me temo que nunca hemos tenido noticas de ella.

– ¿Cuándo fue eso?

– Quizás haga unos tres meses.

– Bueno, el viejo Monti debe estar de vuelta en Roma para ahora. Quiero verlo. De hecho, debo verlo. No tenemos mucho tiempo. Naomí, ¿puedes llamarle a Roma y concertar una cita para pasado mañana? No, espera. Será domingo. Hazla para el lunes. Y cuando llames, si él no está allí, le dices a su hija que yo iré y lo hallaré donde se encuentre. No aceptaré un no por respuesta.

– Considéralo hecho, Steven.

Randall se sintió cansado y repentinamente decaído de espíritu.

– Gracias, Naomí, y ya que vas a andar en eso, podrías de una vez concertarme citas para después con Aubert en París y con Hennig en Maguncia. Debo ver a toda la gente clave que está involucrada en esta Biblia lo antes posible. Puedo hacerme de tiempo para eso ahora, trabajando por las noches. Además, me gustaría mantenerme tan ocupado como sea posible.

Hubo un breve silencio al otro extremo, y luego escuchó la voz de Naomí de nuevo, menos impersonal.

– ¿Estoy detectando una nota, la más ligera, de… de autocompasión en tu tono de voz?

– Sí. Finalmente me agarró. He estado bebiendo y sintiendo un poco de pena por mí mismo. Supongo… no lo sé… que nunca me he sentido tan solo como me siento esta noche.

– Pensé que Petronio y Santiago te tenían ocupado. Pueden ser buenos amigos.

– Pueden serlo, Naomí. Ya me han ayudado. Pero tendré que darles más tiempo.

– ¿Dónde está Darlene?

– Rompimos. Se vuelve a casa definitivamente.

– Ya veo -hubo una larga pausa antes de que Naomí hablara de nuevo-. ¿Sabes?, detesto que alguien esté solo. Yo sé lo que es eso. Yo puedo sobrellevarlo, pero no puedo sufrirlo en otra persona. Especialmente en alguien a quien le tengo afecto -hubo una segunda pausa, y luego Naomí dijo-: ¿Querrías compañía, Steven? Puedo pasar la noche contigo, si tú quieres.

– Sí, eso ayudaría.

– Sólo esta noche. Nunca más. Sólo porque no quiero que estés solo.

– Baja, Naomí.

– Allá voy. Pero sólo porque no quiero que estés solo.

– Estaré esperándote.

Randall colgó el teléfono y comenzó a desvestirse.

No tenía idea de por qué estaba haciendo esto. Naomí nunca lo sabría, pero hacer el amor con ella era como… como estar solo.

Sin embargo, él necesitaba a alguien, algo, quien fuera, lo que fuera… sólo por ahora, por este fugaz ahora, antes de que se aproximara a la verdadera pasión y a la plena revelación de la Palabra en Roma.

V

Resulta que no fue en Roma sino en Milán donde Steven Randall iba a reunirse, ya avanzada la mañana del lunes, cálida y húmeda, con el profesor Augusto Monti.

Tres días antes, el viernes, en Amsterdam, Randall se había despertado muy temprano a causa de los ruidos que hacía Naomí al vestirse y salir de su suite. Recordando todo lo que tenía que hacer, Randall tampoco se quedó en la cama. Después de un ligero desayuno había comprobado que la puerta de Darlene estaba todavía firmemente cerrada y, con su portafolio en la mano, se dirigió hacia el vestíbulo del «Hotel Amstel» para reservar los boletos del jet de Amsterdam a Kansas City. En un sobre cerrado le dejó a Darlene una nota de despedida y algo de dinero para gastos imprevistos, y explicó al conserje que quería que se le enviara al cuarto de ella junto con sus boletos, cuando estuvieran listos.

Después de eso, y aun cuando la diferencia de tiempo implicara despertar a su abogado, Randall pidió una comunicación telefónica trasatlántica con Thad Crawford. Habían hablado largamente. Randall le repitió su conversación con Bárbara, y Crawford pareció claramente aliviado porque Randall no iba a oponerse a la demanda de divorcio de su esposa. Habían discutido las condiciones para un arreglo razonable. Resuelta la cuestión conyugal, analizaron el asunto de Cosmos. Se habían realizado varios arreglos con Ogden Towery, y pronto estarían redactados los documentos definitivos. En cuanto al molesto asunto de abandonar la cuenta del Instituto Raker, Jim McLoughlin todavía no había sido localizado ni había respondido a ningún mensaje.

A las diez de la mañana, Randall se había presentado en la Zaal F, su oficina del «Hotel Krasnapolsky», con su preciado portafolio. Aquella mañana no había habido caminata por Amsterdam. Había permitido que Theo lo condujera directamente a la entrada del «Kras». Todavía tenía presente el intento de asalto de la noche anterior, y había llamado a su secretaria para dictarle un memorándum al respecto. Los ojos de Lori Cook se habían agrandado mientras anotaba los detalles del ataque. Randall le había dado instrucciones de que se cerciorara que el inspector Heldering recibiera la nota, enviándoles copias a los cinco editores.

Hecho esto, Randall había decidido devolver las pruebas del Nuevo Testamento Internacional al doctor Deichhardt, tal como le había prometido. Mientras se preparaba para salir de su oficina, había recibido una llamada de Naomí, quien le dijo que tenía que verlo inmediatamente en relación con sus próximas reuniones con el profesor Monti, el profesor Aubert y Herr Hennig, y que ya iba en camino con las notas.

Randall había vuelto a llamar a Lori y le había dado las pruebas.

– Ponga este libro en un sobre de papel manila. No se lo enseñe a nadie. Entréguelo personalmente al doctor Deichhardt. No se lo deje a la secretaria. Y usted no se deje secuestrar.

Minutos después de que Lori salió cojeando de la oficina, Naomí llegaba con las noticias.

No había habido problemas para concertar las citas de Randall con Aubert en París y Hennig en Maguncia.