Wheeler fue el primero en hablar.
– ¿En dónde diablos ha estado, Steven? -dijo malhumoradamente-. Olvídelo. -Con un ademán impaciente señaló a Randall la silla que estaba vacante entre Deichhardt y él mismo-. Convocamos a esta junta de emergencia hace media hora. Necesitamos su ayuda.
Torpemente, Randall tomó su lugar, mientras observaba a Heldering cerrar la puerta con el pasador y volver a su asiento. Puesto que la mayoría fumaba cigarrillos o puros, Randall buscó nerviosamente su pipa.
– Bien -dijo-, ¿qué sucede?
Escuchó que la voz gutural del doctor Deichhardt le respondía.
– Señor Randall, para que estemos de acuerdo acerca de un punto… -Deichhardt revolvió varios papeles que estaban frente a él sobre la mesa y levantó una hoja de papel oficio color de rosa-. Éste es el memorándum confidencial que nos envió usted esta mañana, ¿no es verdad?
Randall echó un vistazo al papel.
– Así es. El mensaje mediante el cual yo propongo que hagamos el anuncio del Nuevo Testamento Internacional desde un estrado colocado en el gran salón de ceremonias del Palacio Real de los Países Bajos, y que transmitamos nuestro anuncio y la subsecuente conferencia de Prensa por el Intelsat. Hemos logrado los acuerdos para proceder, si ustedes están dispuestos.
– Claro que estamos dispuestos; eso es unánime -«lijo el doctor Deichhardt-. Es una idea brillante y digna de nuestro proyecto.
– Gracias -dijo Randall cautelosamente, aún ignorando cuál era el problema.
– Ahora bien, con respecto a este memorándum… -susurró el doctor Deichhardt-. ¿A qué hora lo envió esta mañana?
Randall trató de recordar la hora.
– Aproximadamente… yo diría que aproximadamente a las diez de la mañana.
El doctor Deichhardt sacó del bolsillo de su chaleco un pesado reloj de oro, y lo abrió.
– Ahora son casi las cuatro de la tarde. Así que… -Sus ojos se encontraron con los de los otros que estaban a la mesa-. Así que el memorándum confidencial fue enviado hace seis horas. Muy interesante.
– Steven -Wheeler asió a Randall del brazo para que le prestara atención-. ¿Cuántas copias del comunicado fueron distribuidas?
– ¿Cuántas? Pues creo que diecinueve.
– ¿A quiénes se las envió? -inquirió Wheeler.
– Bueno, no tengo la lista a mano. Pero a todos los aquí presentes…
– Somos sólo siete -dijo Wheeler-. ¿Qué hay con las otras doce copias?
– Déjeme pensar…
En ese instante habló Naomí:
– Yo tengo la lista. La recogí por si acaso ustedes quisieran los nombres.
– Léala -dijo Wheeler-; los nombres de los que no están presentes en esta sala.
Leyendo de una hoja de papel, Naomí pronunció los nombres:
– Jeffries, Riccardi, Sobrier, Trautmann, Zachery, Kremer, Groat, O'Neal, Cunningham, Alexander, De Boer, Taylor. Doce más siete presentes, suman 19 en total.
Sir Trevor Young sacudió la cabeza.
– Increíble. El personal con el más alto grado de seguridad. Señor Randall, ¿no habremos pasado por alto a alguien? ¿Transmitió usted oralmente la información del memorándum a alguna otra persona?
– ¿Oralmente? -Randall frunció el ceño-. Bueno, claro. Lori Cook, siendo mi secretaria, sabía que estábamos gestionando los permisos del palacio real y el Intelsat, pero, por supuesto, ella nunca vio el memorándum. Ah, sí, también se lo mencioné a Ángela Monti, que se encuentra aquí en representación de su padre…
El doctor Deichhardt, asomándose a través de sus anteojos sin arillos, preguntó al inspector Heldering:
– ¿Se certificó la seguridad total de la señorita Monti?
– Completamente -respondió el inspector-. No hay problema. Todos los que han sido nombrados aquí han sido investigados y son dignos de toda la confianza.
– Y también estoy yo -dijo Randall suavemente-. Aunque… yo redacté el memorándum.
El doctor Deichhardt emitió un gruñido.
– Veintiuno, exceptuando a la señorita Cook, que está en el hospital -dijo-. Son veintiuna personas, y nadie más, las que han leído o escuchado el contenido de este mensaje confidencial. Y todos son dignos de confianza. Estoy desconcertado.
– ¿Por qué? -preguntó Randall un poco irritado.
El doctor Deichhardt tamborileaba con los dedos sobre la mesa.
– Por el hecho, señor Randall, de que precisamente tres horas después de que usted envió el memorándum confidencial, esta mañana, el contenido estaba en manos del reverendo… el dominee Maertin de Vroome, Hervormd Predikant… pastor de la Westerkerk, la cual forma parte de la Iglesia Reformista Holandesa. Él es, además, el líder del MCRR… el Movimiento Cristiano Reformista Radical en todo el mundo.
Randall se enderezó sobre su silla, con los ojos bien abiertos. Estaba totalmente estupefacto.
– ¿De Vroome… se apoderó de nuestro memorándum confidencial?
– Exactamente -contestó el editor alemán.
– Pero, ¡esto es imposible!
– Imposible o no, Steven, lo obtuvo -dijo Wheeler-. De Vroome se ha enterado del lugar, el sistema y la fecha del gran acontecimiento.
– ¿Cómo sabe usted que él lo sabe? -inquirió Randall.
– Porque, así como el reverendo De Vroome ha penetrado nuestra seguridad, nosotros hemos logrado abrirnos paso hacia la de él. Ahora tenemos un informador dentro del movimiento que se está ostentando como…
El inspector Heldering se levantó de su silla meneando un dedo.
– Cuidado, cuidado, señor profesor.
El doctor Deichhardt asintió con la cabeza al jefe de seguridad del proyecto, y se dirigió nuevamente a Randall.
– Los detalles están sobrando. Tenemos a alguien dentro del MCRR, y hace unas cuantas horas me llamó por teléfono para informarse de los datos del mensaje confidencial que el propio De Vroome había enviado a su jefatura. Me lo dictó por teléfono. ¿Desea verlo? Aquí está.
Randall tomó la hoja de papel blanco de manos del editor alemán y la leyó cuidadosamente:
«Querido Hermano de la Causa:
»Le informo, confidencialmente, que el consorcio ortodoxo anunciará sus descubrimientos y la nueva Biblia desde la sala de ceremonias del palacio real de Amsterdam, y lo televisará a través del satélite de comunicaciones Intelsat, el viernes 12 de julio. Los preparativos para este acontecimiento están en marcha. Pronto se le informará a usted acerca de una junta que se llevará a cabo en la Westerkerk. Para entonces tendremos en nuestro poder un ejemplar de la edición anticipada de esa Biblia. En dicha junta discutiremos nuestro propio anuncio ante la Prensa mundial, el mismo que daremos a conocer dos días antes que ellos. Haremos algo más que mitigar su propaganda. Los destruiremos y los acallaremos para siempre.
»En el nombre del Padre, del Hijo y del Futuro de Nuestra Fe,
»DOMINEE MAERTIN DE VROOME.»
Con mano temblorosa, Randall devolvió la hoja al doctor Deichhardt.
– ¿Cómo se habrá enterado? -Randall preguntó, casi para sí mismo.
– Ése es el asunto -dijo Deichhardt.
– ¿Y qué es lo que van a hacer? -Randall quiso saber.
– Ése es el otro asunto -dijo el doctor Deichhardt-. En cuanto a este asunto, ya hemos decidido cuál será nuestro primera paso. Puesto que el reverendo De Vroome está enterado de la fecha de nuestro anuncio, hemos resuelto anticiparla y guardar la nueva en secreto entre los aquí presentes (incluyendo a algunos más, como Hennig) hasta el último momento. Hemos modificado la fecha de la conferencia de Prensa del viernes 12 de julio, al lunes 8 de julio; cuatro días antes. Usted podrá, sin duda, hacer nuevos arreglos para las reservaciones del palacio real y la transmisión vía satélite.