– Gracias -dijo Randall-. Entonces, ¿puedo preguntarle qué cosa desea obtener de mí?
– Principalmente, su atención. El propósito lo sabrá pronto. Primero, es vital que usted sepa cuál es mi postura y cuál la de sus patronos y lacayos. Usted cree saberlo, cuando en realidad lo ignora.
– Trataré de ser receptivo -prometió Randall.
Los huesudos dedos de De Vroome revolotearon por el aire.
– Nadie puede ser totalmente receptivo. La mente de todo el mundo es una selva de prejuicios, tabúes, cuentos y mentiras. No pretendo que usted sea tan completamente receptivo como para aceptar todo lo que le voy a decir. Sólo le pido que su actitud mental no sea enteramente negativa hacia mí.
– No es negativa -dijo Randall, preguntándose qué le podría importar a De Vroome que lo fuera o no.
– Aquello en lo que yo creo, y en lo que millones de personas en todo el mundo creen y que, como yo, aprueban y exigen, es una nueva Iglesia, una que tenga significación y sea apropiada para la sociedad de hoy y sus necesidades. Esto requiere, de antemano, una nueva comprensión de las Escrituras, que deberán leerse a la luz de nuestros conocimientos científicos y de nuestro progreso. El doctor Rudolf Bultmann, el teólogo alemán, fue el primero en llamar a la lucha dentro de nuestra revolución pacífica. Para él, la búsqueda de un Jesús terrenal es una pérdida de tiempo. Para el doctor Bultmann, lo que importa es buscar la esencia, los significados profundos, las verdades de la fe de la Iglesia primitiva (la kerigma), desmitificando el Nuevo Testamento, desvistiendo, como dijo él, el mensaje evangélico de sus elementos no históricos. Para reunir al hombre moderno con la religión, debemos desprender del Nuevo Testamento el Nacimiento Virginal de Cristo, los milagros, la Resurrección, las promesas no científicas del cielo y las amenazas del infierno. Como herederos de todos los investigadores, de Galileo y Newton a Mendel y Darwin, no podemos reconocer, como ha señalado Alan Watts, «la herencia del Pecado Original de Adán, la Inmaculada Concepción de María, el Nacimiento Virginal de Jesús, la Expiación de los pecados a través de la Crucifixión, la Resurrección física de Jesús, la Ascensión a los Cielos, y la resurrección de nuestros cuerpos en la mañana del Juicio Final que nos sentenciará, tanto física como espiritualmente, a la felicidad o el castigo eternos». Para poder creer, lo que el hombre contemporáneo quiere y puede aceptar es el mensaje de un sabio o un maestro, que pudo haberse llamado Jesús; un mensaje que ayude al hombre a lidiar con la realidad de su existencia… o, como un teólogo de Oxford resumió el pensamiento del doctor Bultmann, dar a cada persona un mensaje «a través del cual pueda afrontar su condición de ser mortal y así comenzar a vivir auténticamente». En pocas palabras, para parafrasear algo que se ha dicho de Renán, tenemos que producir un ser que no esté poseído por la fe, sino que posea la fe. ¿Me explico, señor Randall?
– Sí, dominee.
– Hemos alcanzado la etapa donde yo creo que es necesario, para nuestros tiempos, revisar más radicalmente las Escrituras, si es que el evangelio ha de ser un instrumento útil para salvar al hombre contemporáneo. La creencia en Jesucristo como un Mesías o como un personaje histórico no es importante para la religión de hoy. Lo que vale es volver a leer, a una nueva profundidad, el mensaje social de los primeros cristianos. No importa quién predicó el mensaje o quién lo escribió; lo que importa es la significación que el mensaje pueda contener hoy en día, especialmente cuando se le libera de sus elementos míticos y sobrenaturales, cuando se le filtra y purifica para que queden sus residuos de amor del hombre por el hombre y su fe en la fraternidad humana. Esto me lleva a hablar de los conservadores, los guardianes del antiguo Cristo y de los viejos mitos, a quienes usted está dispuesto a servir…
– ¿Cómo sabe usted que son tan conservadores? -interrumpió Randall-. ¿Cómo puede usted estar tan seguro de que no están también preparados para el cambio drástico?
– Porque los conozco personalmente, a todos y cada uno de ellos, y sé cuál es su postura. No hablaré de sus cinco editores, los promotores de la nueva Biblia; ellos están por debajo del desprecio. Sus intereses son egoístas, comerciales; su única Escritura es el libro mayor de utilidades, y su única religión es el producto nacional bruto individual. Para sobrevivir, necesitan el apoyo de personas como Trautmann, Zachery, Sobrier, Riccardi y Jeffries, así como también de los anticuados concilios eclesiásticos y las sociedades bíblicas. Éstos son aquellos cuya fe en Cristo y cuyo esmerado cuidado y protección del Señor han embrutecido y retardado a la religión y a la Iglesia durante siglos. Ellos saben que la razón básica de la existencia de la religión es la muerte, así que simultáneamente predican el falso temor y la esperanza falsa, y dejan caer una cortina de ritos y dogmas entre ellos mismos y los genuinos problemas de los seres humanos. La verdadera teología, nos dice Tillich, se refiere a aquello que debe interesarnos en esencia… la significación de nuestra existencia y nuestra vida. Sin embargo, los teólogos ortodoxos ignoran esto. Como dicen mis amigos del Centro pro Unione de Roma, éstos son los que sólo desean proteger al antiguo club religioso, al statu quo ortodoxo, del proceso inevitable de la disolución. Y a menos de que ellos hagan reformas, o que nos abran camino a nosotros, los reformistas, el mundo consistirá en nuevas generaciones sin religión, sin fe, sin el corazón de la supervivencia que puede crecer sólo en la fe.
– Usted me ha hablado de la necesidad de purgar la Biblia -dijo Randall-; pero, ¿cómo reformaría usted la organización de la Iglesia en sí?
– ¿Quiere decir en una forma práctica?
– Sí, prácticamente.
– Para sintetizarlo… -dijo De Vroome, acariciando distraídamente al gato siamés que le restregaba la pierna mientras pensaba lo que iba a decir-. La nueva Iglesia por la cual yo abogo será una sola Iglesia, protestante y católica a la vez. Tendrá unidad cristiana. Prevalecerá un espíritu ecuménico… un mundo en una sola Iglesia. Esta Iglesia no promoverá la fe ciega, ni los milagros, ni el celibato, ni la autoridad irrefutable de su clero. Esta Iglesia rechazará las riquezas, gastará su dinero en sus fieles y no en enormes catedrales como la Westerkerk, la Abadía de Westminster, Notre Dame o San Patricio. Trabajará en la comunidad, a través de pequeños grupos que no tendrán que soportar sermones, sino que disfrutarán de las celebraciones espirituales. Integrará a las minorías, reconocerá la igualdad de las mujeres, promoverá la acción social. Apoyará el control de la natalidad, el aborto, la inseminación artificial, la ayuda psiquiátrica y la educación sexual. Se opondrá a los Gobiernos y a las industrias privadas que se dedican al asesinato, la opresión, la contaminación y la explotación. Será una Iglesia de compasión social, y su clero y sus congregaciones verdaderamente realizarán y vivirán, no sólo de palabra, el Sermón de la Montaña.
– Y, ¿no cree usted que los teólogos y los editores de Resurrección Dos también desean esa clase de cristianismo?
La boca de De Vroome esbozó una nueva sonrisa.
– ¿Cree usted que ellos quieren lo que yo quiero, lo que las grandes masas quieren? Si es así, pregúnteles a ellos. Pregúnteles por qué se oponen a mi movimiento, si no es meramente para preservar sus formas tradicionales y su jerarquía. Y pregúnteles por qué, en asuntos de ética cristiana, siempre vacilan entre la avenencia y el fanatismo obstinado. La avenencia implica holgazanería. El fanatismo es fervor excesivo y, por lo tanto, carencia de amor. Existe una tercera solución (la del presente), la de resolver las necesidades inmediatas del prójimo. Pregúnteles a sus compañeros si están dispuestos a sacrificar las enseñanzas eclesiásticas dogmáticas por discusiones libres. Pregúnteles qué cosa están haciendo (ahora) acerca de las relaciones sociales, la pobreza, la desigual distribución de las riquezas. Pregúnteles si están preparados para sacrificar sus instituciones lucrativas por una comunidad cristiana universal, donde el ministro o el sacerdote no sea una persona especial, un dignatario, sino sencillamente un siervo que pueda atraer a una vida espiritual a aquellos que lo empleen. Hágales estas preguntas, señor. Randall, y cuando obtenga sus respuestas, usted comprenderá lo que ellos no comprenden. Es decir, que el principal problema de la vida no es prepararse para lo que venga después de la muerte… la cuestión esencial es cómo suministrar el cielo aquí en la Tierra, hoy en día.