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Levantó la mano para pedir silencio y la habitación se llenó de calma.

– La última de mis hijas se ha casado hoy. Como he hecho con todas las demás, me enorgullezco en mostraros que llega al matrimonio inmaculada, sin marcas de viruela ni de ningún otro tipo. -Hizo un gesto a Peigi y Moire, que retiraron la bata de los hombros de Skye y la dejaron caer al suelo. La muchacha estaba desnuda. Se volvió y las hermanas apartaron el cabello largo y negro para mostrar a los huéspedes que nadie había escondido nada tras él. A la luz de las velas, el bellísimo cuerpo brillaba como si fuera de nácar.

Un suspiro recorrió la habitación mientras hombres y mujeres admiraban y envidiaban la perfección de la joven virgen. El novio estaba impresionado, eso era evidente. Skye era exquisita, con los pequeños senos color de rosa, las largas piernas que terminaban en pies arqueados de línea delgada y elegante.

De pronto, los invitados se apartaron impresionados mientras Niall Burke se abría paso hacia la recién esposada y dejaba que sus ojos de plata se deslizaran sobre ella para anunciar:

– ¡O'Malley! ¡Como tu señor, reclamo el derecho de pernada!

El dueño de Innisfana tragó saliva.

– Una broma de pésimo gusto, milord -replicó, muy sobrio ahora. Esperaba que Burke estuviera borracho pero vio que no lo estaba-. Mi hija no es una campesina -dijo con firmeza.

Lord Burke se irguió en toda su altura. Su orgullosa mirada barrió la habitación.

– Soy tu señor, Dubhdara O'Malley. Me juraste obediencia cuando cumplí diez años. Fue gracias a mi generosidad que recibiste la baronía de Innisfana. Nuestras leyes exigen que cumplas con mi mandato.

– ¡No! -gritó Dom-. ¡Ella es mía! ¡Mía! Y yo no soy vuestro vasallo…

Lord Burke miró con desprecio al jovenzuelo.

– Quiero recordaros, O'Flaherty, que vuestra familia juró obediencia a mi padre… y que yo represento aquí a mi padre. Reclamo el derecho de pernada sobre vuestra esposa. ¿Alguno de los caballeros aquí presentes piensa arriesgarse a insultarme sólo por la virginidad de una mujer? Además, O'Flaherty, cuando termine de enseñarle, será mucho mejor para vos. Me dijeron que no sois… muy bueno con las vírgenes.

Todos retuvieron el aliento. Dubhdara O'Malley cambió de posición, incómodo. Luego, de pronto, se dio cuenta de que la decisión correspondía a su yerno.

– Lo dejo en vuestras manos, mi señor -dijo con rapidez, casi suspirando de alivio.

El silencio de la pequeña habitación fue roto de pronto por la voz de Dom.

– Pagaré lo que me digáis, milord -aseguró el muchacho-. Poned un precio.

Niall Burke miró a Dom, con arrogancia y ladró:

– Tu vida o la virginidad de tu esposa.

Todos los presentes respiraron hondo. Estaban asistiendo a un drama del más alto rango, a una escena de la que se hablaría durante años en todos los salones y chozas de Irlanda. ¿Por qué estaba tan decidido lord Burke? Claro que la joven era una criatura hermosa, pero era muy raro que un señor reclamara el derecho de pernada sobre la esposa de un vasallo.

Dom O'Flaherty se puso pálido, después rojo, de miedo, de impotencia, de rabia. Sus ojos recorrieron el cuerpo de Skye, luego volvieron a mirar a lord Burke. Los imaginó unidos en un abrazo.

«¡Al demonio con ese bastardo hijo de perra! -pensó-. ¡Me tiene bien atrapado!» Finalmente, dijo con la voz llena de furia:

– De acuerdo. ¡Al diablo con vos, lord Burke! -Dio media vuelta y salió con estruendo de la habitación, seguido por O'Malley y el resto de los invitados.

Niall Burke caminó lentamente hasta la puerta y la cerró. Pasó el pestillo con furia. Luego volvió a mirar a Skye. Durante toda la escena anterior, ella había permanecido callada y quieta como un conejito asustado.

– Realmente pienso tomarte -aseguró él con calma.

Los ojos de Skye eran enormes, azules y verdes en su cara pálida.

– Lo sé -respondió con suavidad-. Tendrás que indicarme qué debo hacer. Nadie me ha explicado lo que hay que hacer y soy muy ignorante. Anne no tuvo tiempo de explicármelo -dijo con voz trémula.

Una tibia sonrisa iluminó los labios de lord Burke y, en ese momento, se transformó en su Niall otra vez.

– Creo, amor mío -dijo con una voz muy tierna- que lo primero que deberías hacer es meterte en la cama. Pareces congelada. -Con un movimiento rápido apartó las sábanas y la tomó en sus brazos, para meterla entre ellas.

– Bésame, Niall. -Era un modesto ruego y era también la primera vez que ella pronunciaba su nombre de pila.

– Te aseguro que voy a hacerlo, Skye. Dame un momento para desvestirme.

– Ahora, por favor.

Si ella hubiera sido cualquier otra, él habría hecho una broma. Pero Skye era tan apasionada…, estaba tan necesitada de amor. En lugar de bromear, se inclinó y la besó en los labios que ella le ofrecía. Fue un beso muy dulce y les costó separar sus bocas, pero, finalmente, él se apartó.

– Tenía que estar segura de que seguía siendo tan hermoso como la primera vez -dijo ella-. Cuando Dom me besó hoy, quería morirme porque me daba asco.

– ¿Y todavía te parece hermoso, amor mío? -Los ojos de plata la acariciaron con cuidado.

– Sí, Niall. Es hermoso.

Él se quitó la ropa sin prisas y se acercó a la cama.

– ¿Has visto a un hombre desnudo alguna vez, Skye? -El resplandor del fuego de la pequeña chimenea del rincón temblaba sobre su poderoso cuerpo.

– Solamente de la cintura para arriba. Los marineros se quitan la camisa muchas veces cuando hace calor. He visto pies desnudos y parte de las piernas también…, en los barcos. -Los ojos de Skye recorrieron el cuerpo de Niall y se detuvieron un instante sobre su sexo, después continuaron el examen hacia arriba.

Él sonrió con gesto travieso.

– Espero que te guste, amor mío -bromeó, metiéndose en la cama con ella.

La cara con forma de corazón estaba muy sería cuando habló:

– No sé qué debo hacer.

– Deja que yo me ocupe de eso -la tranquilizó él. La tomó entre sus brazos, la colocó bajo su cuerpo-. ¡Oh, Skye! ¡Skye! Me he atrevido a mucho por ti, amor mío. -Su boca buscó la de ella, pero esta vez fue diferente. Los labios jugaron con su cara, con sus largas pestañas, con la frente y las mejillas, con el mentón, y, finalmente, con la punta de la nariz.

La sorpresa de ese dulce asalto la dejó sin aliento y, además, no se esperaba la suave caricia que envolvió su seno.

– ¡Oh! -murmuró y luego-: ¡Oh, Niall, lamento ser tan poca cosa! -se disculpó con timidez, sin atreverse a mirarlo.

– Tú eres la perfección, Skye. ¿Ves cómo anida tu seno en mi mano? Es como una palomita blanca. -Niall inclinó su morena cabeza y besó el rosado pezón. Satisfecho al ver que, respondiendo a su caricia, se endurecía casi inmediatamente entre sus labios.

Lentamente, la acomodó contra las almohadas y se abalanzó sobre ese cuerpo anhelante. Su cálida boca recorrió los senos y se apasionó al contrastar la respuesta. El hermoso cabello de Skye estaba extendido como un gran remolino negro sobre las sábanas de lino blanco. Con la cabeza hacia atrás y el grácil cuello curvado, ella invitaba a los labios que la recorrían a dejar un rastro de besos ardientes sobre su palpitante carne.

Las manos de Niall se deslizaron sobre el torso perfecto de Skye, gozando de su piel suave como la seda. De pronto, Skye se incendió y gimió asustada sin poder contenerse. Sentía el cuerpo líquido. Se notaba lánguida, pero llena de una fuerza extraordinaria. La voz de él le murmuraba palabras de aliento y de confianza.

Ella jadeaba con suavidad, sorprendida cuando los dedos de Niall la exploraban, buscando con ternura, invitándola a dejarse llevar. Después, se dio cuenta de que la caricia era distinta, de que lo que la estaba acariciando era el órgano de él, terso contra su suave pierna.