Era una brillante tarde de octubre y Skye estaba sentada bajo un manzano del jardín, cerca del río. Tenía la falda amarilla extendida a su alrededor como una flor abierta. Willow, de dos años y medio, jugaba cerca sometida a la mirada vigilante de su niñera. El bebé dormitaba sobre una manta, cerca de su madre, en el tibio sol de la tarde. Skye estaba relajada y contenta cuando llegó Daisy y le anunció:
– Milord Burke ha venido a saludaros, milady. Os espera en vuestra biblioteca privada.
Skye se levantó con más calma de la que sentía en realidad.
– Llévate a Robin, Daisy. Entrégaselo a la nodriza -ordenó, y después caminó por el jardín hasta la casa. Se detuvo un momento para mirarse en un espejo y acomodó un rizo perdido dentro de la red dorada que recogía su cabello negro.
Le temblaba la mano, y eso no la sorprendió, porque el corazón le latía con fuerza. Respiró hondo y tomó el picaporte de la puerta, enderezó los hombros y entró, resuelta, en la biblioteca.
– Milord, me alegra veros de nuevo. -Su melodiosa voz no tembló y ella supo que había conseguido el tono de cordialidad que requería una reunión como ésa.
Niall se volvió. Los ojos plateados estaban llenos de vitalidad y eran límpidos y brillantes y valientes como antes, pero ahora tenían arrugas en las comisuras de los párpados. Su piel seguía siendo clara y estaba tan fuerte y alto como siempre. Pero había una madurez, una fuerza tranquila y seductora ante él, un crecimiento marcado por el tiempo y cincelado por el sufrimiento. Ya no era el joven impetuoso que ella había conocido. En lugar de ese joven había un hombre maduro, seguro de sí mismo y tremendamente atractivo.
– Estás todavía más hermosa, si es que eso es posible. La maternidad te sienta bien, Skye.
– Gracias, milord. -Skye se acercó a la mesa-. ¿Deseáis un poco de vino? -¡Qué formales eran esas palabras! ¿Acaso él se estaba riendo de ella?
– ¿Te sientes incómoda conmigo, Skye?
– Es…, es difícil, Niall. Hasta hace seis semanas, no recordaba nada de mi vida, excepto de los últimos cuatro años en Argel.
– Siéntate conmigo, Skye. Siéntate y cuéntame lo que pasó. Casi me volví loco cuando te perdí.
Ella se sentó frente a él en una silla de terciopelo castaño y empezó a rememorar con calma:
– Me llevaron a otro barco. Esa parte no la recuerdo muy bien. No me hicieron daño, porque los musulmanes creen que los locos están tocados por la mano de Dios. Yo creía que habías muerto y perdí la razón. Cuando recuperé la consciencia, estaba en casa de Khalid el Bey. Él me cuidó. Y me amó. Y se casó conmigo. -Skye contaba la historia con sencillez y la terminó así-: Cuando huí de Argel estaba preñada de la semilla de Khalid. Willow es hija suya. El resto ya lo sabes. -Sus ojos azules no se desviaron de los de él.
– ¿Amaste a ese infiel?
Skye sintió una rabia fría al escuchar esas palabras. ¿Cómo se atrevía a hablarle así?
– Khalid el Bey era un gran caballero -dijo lenta, deliberadamente-. Y sí, lo amé muchísimo. Él era amable y bueno, y todos los que lo conocían lo querían. ¿Cómo te atreves a llamarlo así?
– Skye, perdóname. Mis problemas me confunden cuando pienso en las mujeres últimamente. Gracias a Dios por ese hombre, gracias a Dios por Khalid el Bey. Si él no te hubiera rescatado, quién sabe lo que te habría sucedido en Argel.
– ¿Por qué has venido, Niall?
– Me voy a casa, a Irlanda, Skye. He pensado que tal vez querrías que llevara algún mensaje tuyo, que tal vez querías que le comunicara a tu familia cuándo piensas volver.
– No sé cuándo voy a volver -dijo ella-. Me dicen que el tío Seamus se ha hecho cargo de los intereses de la familia con pericia. Ahora mi vida está aquí. Pero quiero a mis hijos. Me gustaría que me los enviaran a Londres.
– Pero tú eres la O'Malley de Innisfana, Skye.
– También soy la condesa de Lynmouth, Niall. Pero, dime, ¿has encontrado a tu pobre esposa?
– Sí, Skye. No está bien. Estará mejor en Irlanda.
Se le notaba muy amargado, pensó Skye. El destino no había sido benigno con él.
– Lo lamento, Niall -dijo ella-. Realmente lo lamento.
– No quiero tu piedad, Skye. No la necesito -le ladró él. Las palabras que no dijo colgaron en el aire entre ambos: «¡Lo que necesito es tu amor!» Pero Niall siguió adelante, como para taparlas-. Constanza me cuidó hasta que sané. Todos me decían que habías muerto, que una dama no podía haber sobrevivido en manos de esa gente. Primero no quise escucharlos, pero hasta el Dey de Argel dijo que no podía encontrarte. Finalmente tuve que creerles. Estaba solo y Constanza era hermosa y… tan inocente. Tenía que casarme por el bien de mi familia, por el MacWilliam, por el apellido Burke. Me había olvidado de la diferencia entre una dama cualquiera y cierta dama irlandesa. -Suspiró con tanta tristeza que Skye sintió que iba a ponerse a llorar.
– Cualquiera que hubiera sido tu destino, Niall, el mío sería el mismo. De todos modos, me hubiera casado con Geoffrey.
– ¿Tú crees? -El tono y las palabras la desafiaban.
Por primera vez desde que había entrado en la biblioteca, Skye lo miró cara a cara, extrañada. Sus ojos color zafiro con un tinte verde parecían morderlo.
– Sí. Si hubiera conservado mi memoria, habría removido cielo y tierra para volver junto a ti, Niall Burke, pero la idea de que habías muerto casi me destruyó por completo. En mi mente y en mi corazón me creí responsable de tu muerte y no pude enfrentarme a lo que había hecho. Mi mente se quedó en blanco. Ahora he recuperado la memoria, y doy gracias a Dios por eso, porque me permite reencontrar a mi familia y a mis hijos. Pero quiero que entiendas esto, Nialclass="underline" no puedo cambiar lo que ha sucedido durante estos cuatro años y no estoy segura de querer cambiarlo. ¿Cuántas mujeres pueden decir que han tenido el amor que yo he recibido?
– ¿Amor? -le espetó él-. Supongo que lo que quieres decir es sexo. ¡Eso es lo que queréis vosotras, las mujeres! Solamente eso. Y yo que pensé que Dom O'Flaherty te había hecho aborrecer para siempre el deseo carnal.
– Si lo hubiera hecho -le gritó ella-, ¿habrías estado tan deseoso de acostarte conmigo? ¡No! Entonces no me habrías querido. -Y de pronto, su corazón se acercó al de Niall, bruscamente-. Niall, querido mío, pobrecito, ¡te han hecho tanto daño! Una vez mi señor Khalid me contó lo que pasaba con mujeres como Constanza, me dijo que era una enfermedad, Niall. No puede evitar lo que le pasa.
Pero a él le irritaba la piedad que descubría en la voz de ella.
– ¿Y cuál es vuestra excusa, señora? Ese muchachito hermoso que grita en brazos de vuestra nodriza no fue sietemesino, os lo aseguro.
– ¡Vaya, qué bastardo moralista eres ahora, Niall! -ironizó ella con suavidad.
Él gruñó, y tomándola por sorpresa, la acercó con rudeza a su cuerpo. Ella descubrió que no podía moverse. Él había puesto sus grandes manos en el cabello negro y la besaba. Con deliberación, con lentitud, una y otra vez, hasta que ella tuvo que responderle. La boca de él buscó la de ella. Y después le besó los párpados, las sienes y la boca de nuevo. Skye se estremeció, una y otra vez. ¡Ah, Dios! La boca de él estaba obligándola a recordar lo que no deseaba. La muchacha que había sido gritaba de amor por él. Y luego, con la misma brusquedad con la que la había agarrado, Niall la soltó, apartándola de él con un empujón.
– Sí -escupió-. Sois todas iguales, las mujeres. Listas para levantar la cola ante cualquier macho que os excite.
Ella lo abofeteó con todas sus fuerzas.
– Con razón tu esposa busca otros hombres -le espetó, y le alegró ver cómo la cara de él acusaba el golpe. Él la había herido y ella quería hacer lo mismo.