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Niall tuvo que esforzarse mucho para no desmoronarse cuando encontró a su esposa, delirando por la fiebre en el suelo de una minúscula habitación. Estaba recostada sobre un jergón sucio y el olor del orinal sin vaciar impregnaba el aire de la habitación. Hasta la pequeña Polly, que se había criado en la pobreza, jadeó impresionada.

– No os va a servir -gruñó la vieja dueña de la casa-, a menos que os guste tomarlas así, medio muertas…

– Cierra la bocaza, vieja -ladró Polly-. Vamos a sacar a la dama de aquí.

– ¿Dama? ¿Dama? -chilló la vieja-. Esa me debe el alquiler.

– ¿Dónde está el hombre que vive con ella? -preguntó Niall.

– ¿Harry el buen mozo? No ha aparecido desde que ella está enferma. Tiene otra, una joven.

– ¿Cuánto te debe de alquiler?

La vieja miró a lord Burke con ojos astutos.

– Un chelín -dijo.

El irlandés buscó en su bolsa, pero Polly se interpuso.

– No conseguirías un chelín ni en dos años, vieja asquerosa -le gritó, furiosa-. No le deis más de dos peniques de plata, milord.

Pero Niall sacó media corona de su bolsa y se la dio a la mujer, cuyos ojos brillaban de codicia y sorpresa.

– Esta mujer nunca ha estado aquí -dijo-. Y nosotros tampoco.

La vieja tomó la moneda, la mordió y se la metió en el bolsillo del delantal.

– Nunca os he visto. Ni a ella -declaró, y desapareció de la habitación.

Niall y Polly levantaron a Constanza entre los dos.

– Tú irás con ella, muchacha, y yo llevaré el caballo -dijo él, feliz con la noche lluviosa que resguardaría la vuelta a la casa de los ojos indiscretos.

Niall Burke se había cansado hacía ya mucho de alimentar los chismes de la corte. Cuando finalmente llegaron a casa, los sirvientes se habían retirado; todos menos el muchacho del establo que se llevó el caballo a las cuadras casi sin abrir los ojos por el sueño. Lord Burke llevó a su inconsciente esposa a sus habitaciones, donde él y Polly le quitaron la ropa sucia del cuerpo flaco y consumido. Niall llenó la tina de roble con agua tibia que él y Polly trajeron de la cocina y la lavaron de arriba abajo. Constanza, no del todo en sus cabales, protestó con voz débil. La sacaron de la tina, la secaron, le pusieron un camisón limpio, armaron dos trenzas con su cabello y, finalmente, la llevaron a la cama.

Lord Burke bajó a las cocinas; vació la tina, que era pequeña y manejable, y se sentó a la mesa. Polly rebuscó en la alacena y encontró un pollo cocido. Lo puso sobre una bandeja de madera con un poco de cerveza negra de octubre en una copa y se alejó de la mesa. Pero Niall le hizo un gesto para que se sentara con él. Cortó parte de la pechuga del pollo y se la alcanzó.

– Come, muchacha. Has trabajado mucho esta noche. Y sírvete cerveza también.

Polly lo obedeció con timidez, sorprendida.

– Gracias, milord.

– Te agradezco lo que has hecho, muchacha. Tal vez nunca hubiera encontrado a mi esposa sin tu ayuda. Es una mujer enferma, Polly. Enferma de cuerpo y espíritu.

– Nunca pensé que una dama pudiera actuar así, si me permite decirlo, milord.

Él sonrió. Polly era una pequeña inocente. Él podría haberla impresionado con historias de grandes damas de la corte que se convertían en putas por una razón u otra.

– Polly, pareces una muchacha muy inteligente. Voy a darte una oportunidad de mejorar, pero no será fácil. Necesito a alguien que cuide de mi esposa. No puedo dejarla sola. Si yo no estoy con ella, tiene que haber otra persona. Ahora está enferma, pero cuando se mejore, tratará de sobornarte para escapar, y no debes dejar que lo haga. ¿Crees que podrás hacerlo?

– Sí, mi señor. Pero hay algo que tenéis que saber. Harry también fue mi amante y, una vez, cuando milady nos descubrió, ella… -La cara de Polly se puso roja-. Ella se nos unió -terminó con rapidez-. Sé que puedo cuidarla, pero creo que tenéis que saber esto.

Niall casi se ahoga con su cerveza. Constanza había tenido inventiva, no había duda.

– Parte del trabajo de cuidarla consistirá en decirles a los que pregunten por ella que no está del todo bien de la cabeza, Polly.

– De acuerdo, señor.

Así que Niall había contratado a la señora Tubbs para que vigilara a Constanza de noche y a la joven Polly para que lo hiciera durante el día. El primer médico que la vio recibió la información de que lady Burke había sido raptada y la experiencia le había afectado la razón de algún modo.

El médico la llenó de ampollas y le hizo sangrías. Lo único que consiguió fue debilitarla aún más. Niall lo despidió y contrató a otro, recomendado por lord Southwood.

El segundo médico era moro y sabía lo que hacía. Examinó cuidadosamente a Constanza, tomó notas y todo el tiempo dio señales de comprenderla y querer ayudarla. Finalmente, se reunió con lord Burke en otra habitación.

– Milord, vuestra esposa está muy enferma, emocional y físicamente. Necesita una dieta especial, descanso, sol y medicación. -Se detuvo un momento, como si tuviera que tomar una decisión. Después preguntó-: ¿Tenéis sífilis, milord?

– ¡Dios, no!

– Vuestra esposa, sí. -El médico sabía ser directo cuando quería-. Uno de los peores casos que he visto.

– No me sorprende -dijo Niall con calma-. Doctor, mi esposa está enferma, en eso tenéis razón. Es una mujer a la que no le basta un amante. ¿Comprendéis lo que quiero decir?

– Sí, milord, y lo lamento. He oído hablar de casos así. Puedo tratar sus síntomas, pero a menos que podáis impedirle que siga con su locura, se matará. Francamente, no estoy seguro de que no sea ya demasiado tarde.

Niall se retiró a su estudio. No encendió ninguna vela. Se sentó en silencio frente al fuego. «Bueno, padre -pensó-, no voy a llevar a mi esposa a Irlanda, todavía.»

El doctor Hamid volvió al día siguiente.

– Buenas noches, doctor -lo recibió Niall.

– Milord.

– Venid a verme cuando hayáis revisado a Constanza.

– Muy bien, milord.

Niall suspiró. Se quedó un rato pensando hasta que, de pronto, se dio cuenta de que no estaba solo.

– ¿Milord?

– Ah, doctor, habéis vuelto. Venid a mi estudio y sentaos. ¿Cómo está Constanza?

– Un poco más fuerte, pero no tan bien como yo esperaba, milord.

– ¿Podría viajar?

– ¿A Irlanda? No. Eso la mataría.

– No, doctor Hamid. A Mallorca. Expresó sus deseos de volver a su hogar. Si es posible, quiero darle el gusto.

– El sol le iría muy bien, milord. Pero todavía no está suficientemente fuerte para emprender el viaje.

– ¿Dentro de unas semanas?

– Tal vez. Sí, en realidad, puede que mejore si sabe que la vais a enviar allí.

– Entonces, se lo diré. Mientras tanto, iré a Irlanda a ver a mi padre. Hace cuatro años que no nos vemos.

Niall Burke partió hacia su casa cuatro días después cabalgando a través de la verde Inglaterra hasta el puerto más occidental, donde encontró fácilmente una nave que pudiera llevarlo a Irlanda.

Cuando vio de nuevo su adorado hogar, las onduladas, suaves y verdes colinas; los dramáticos cielos, llenos de nubes que solamente se pueden ver en Irlanda, pensó en su larga ausencia y se echó a llorar. Pero cuando tomó tierra y volvió a cabalgar, el sentimiento de nostalgia desapareció, reemplazado por un deseo de llegar cuanto antes al castillo de los MacWilliam. Se quedó atónito al ver que su familia lo había estado esperando y se le detuvo el corazón al ver a su padre. El viejo estaba más delgado, y se le veía más frágil. Niall lo notó apenas se acercó a él. Pero no había perdido nada de su autoridad ni de su orgullo.