Выбрать главу

Ella sonrió con tristeza.

– Honestamente, todavía no sé lo que voy a hacer. Pero como súbdito leal de la reina, creo que no te conviene saberlo.

– Ah -suspiró el hombrecito-. Te recuerdo que antes que ninguna otra cosa, soy tu amigo, milady. -Después se puso serio-. Ten cuidado, Skye. Bess Tudor es una cachorra de león y es tremendamente peligrosa.

– Acabo de descubrirlo, Robbie. Tendré cuidado. Creo saber cómo vengarme sin que ella sepa quién lo está haciendo. Primero quiero ir a Irlanda. Después, veremos.

– ¿Cuándo te vas?

– Dentro de unos días. Primero tengo que mandarle un mensaje a mi tío, porque prefiero viajar en un barco de los O'Malley.

Cuatro días después, el obispo de Connaught estaba sentado en su estudio releyendo por segunda vez la carta de su sobrina. Finalmente, la O'Malley de Innisfana volvía a casa, aunque en un viaje secreto. Quería que su nave insignia, la Gaviota, la esperara en la isla de Lundy la víspera de San Juan, y quería que su tío estuviera en la nave. Seamus O'Malley estaba contento. Ya era hora de que su sobrina recordara quién era en realidad. Y la víspera de San Juan, fue él quien se asomó a la barandilla de cubierta para ayudarla a embarcar.

La sonrisa de ella borró los años que habían pasado. Skye se inclinó sobre la barandilla y gritó hacia el pequeño barco de pesca que la había traído desde tierra:

– Diez días, Robbie, a menos que haya tormenta.

– ¡Buen viaje, muchacha! -fue la réplica, y el botecito giró y emprendió el regreso hacia la costa inglesa.

Skye fue directamente al camarote del capitán. Dejó caer su capa en una silla, se sirvió un poco de vino y se quedó mirando a los dos hombres que la esperaban.

– Bueno, tío -dijo, en tono de broma-, ¿tanto he cambiado? MacGuire, os habéis puesto gordo, pero me alegra veros.

– Oh, señora Skye, estábamos seguros de que habíais muerto -dijo el capitán, y después de esas palabras, se le quebró la voz.

Ella estiró una mano como para consolarlo.

– Pero no estoy muerta. Estoy muy viva, MacGuire, y he vuelto a casa.

El viejo marinero parpadeó mientras Skye se volvía hacia su tío.

– Bueno, milord obispo, nunca te había visto tan callado en toda mi vida. Te debo mucho, tío por la forma como has cuidado los intereses de los O'Malley. Nunca podré pagarte, pero quiero darte las gracias de todo corazón.

Seamus O'Malley descubrió que por fin podía hablar.

– No lo habría creído de no verlo con mis propios ojos. Pensé que habías alcanzado la cima de tu belleza hace años, pero veo que me equivoqué. Eres todavía más hermosa que antes. Y hay algo en ti, algo que no puedo definir. -Meneó la cabeza-. Con razón Niall Burke se niega a casarse de nuevo.

Ella palideció bruscamente al oír ese nombre, pero no lo suficiente como para que su tío lo notara.

– ¿Ha enviudado, entonces? -preguntó, con el tono de voz más neutro que pudo encontrar.

– La muchacha española murió antes de que él la trajera a Irlanda. Estas chicas de climas cálidos no son fuertes. -Hizo una pausa y la miró con ojos llenos de astucia-. Si no hubiera sido por el destino, tú y Niall os habríais casado hace ya mucho. Todavía puede hacerse, si los dos estáis libres.

– ¡No! No he vuelto a casa para casarme, tío. Soy condesa de Lynmouth y seguiré siéndolo hasta que mi hijo crezca y se case. Estoy aquí porque quiero vengarme de Isabel Tudor y, para eso, necesito mi flota.

– ¿Qué? -exclamaron a coro los dos hombres.

– La reina de Inglaterra me ha insultado. Pero mi guerra contra ella debe permanecer en secreto, porque no puedo poner en peligro a mi hijo menor, Robin, el conde del Lynmouth, ni a mi hijita.

– ¿Y qué diablos piensas hacer, Skye? -preguntó Seamus O'Malley.

– Isabel Tudor cree que el comercio es lo que hará grande a Inglaterra. Tiene razón, tío. Sé que es el comercio lo que le ha dado a Oriente su riqueza. Mis naves inglesas, mías y de mi socio, ya están contribuyendo a aumentar la riqueza de la reina, pero ahora quiero castigarla y atacar las naves que vuelven a Inglaterra, porque ella recibe un porcentaje de lo que traen. No puedo negarme a comerciar para Inglaterra, porque eso pondría en peligro la herencia de Robin. Pero si mis barcos y otros como ellos son víctimas de ataques piratas, los beneficios comerciales de la Corona serán menores. No correré riesgos. ¿A quién se le ocurriría que la pobre e inocente condesa de Lynmouth pueda saquear los barcos de la reina?

»Y te lo aclaro, no quiero matanzas. Valoro a todos los que empleo, desde el primer oficial hasta el último marinero, ingleses e irlandeses por igual. Los que saqueen los barcos ingleses pasarán luego por Argel para revender las cargas. Yo haré negocio; Isabel Tudor, no.

– ¿Por qué esta guerra contra Inglaterra, sobrina?

– No es contra Inglaterra, tío, es contra Isabel Tudor. No tengo nada contra los ingleses.

– De acuerdo, entonces, ¿por qué la guerra contra Isabel?

– Porque para retener al hombre que ama, pero al que no quiere ni desposar ni admitir en su lecho, me usa como su prostituta. Se olvida de que mi querido Geoffrey fue su más devoto servidor. Y de que yo lo soy…, o lo era. Sólo piensa en satisfacer sus propios deseos y no le importa a quién daña con ello. Pero no pienso permitir que me use de esta forma, aunque sea la reina de Inglaterra.

– Piénsatelo bien, sobrina. -El obispo parecía muy preocupado-. Si en algún momento te relaciona con todo esto, la reina no será piadosa contigo. No puede permitir que hagas pública su perfidia. ¿Cómo piensas proteger a tus hijos?

– Arreglé el compromiso de mi Robin con Alison de Grenville, hija de sir Richard de Grenville, que goza del favor de la reina. Es un partido excelente para la niña, y Dickon es un buen amigo mío. Él cuidará los intereses de Robin si me sucediese algo a mí. Robert Small, el mejor amigo que tengo en el mundo, va a adoptar legalmente a mi hija Willow. Fue el mejor amigo de su padre, y no tiene hijos. Somos socios y antes de partir en su último viaje de tres años, convirtió a Willow en su heredera. Tiene una hermosa casa cerca de Bideford y él y su hermana adoran a Willow. La niña los quiere mucho. Él es quien me ha traído en el bote.

– Has solucionado el problema de tus hijos ingleses, Skye, pero ¿y Ewan y Murrough O'Flaherty? ¿No crees que podrías desatar una venganza inglesa contra ellos?

– Las posesiones de los O'Flaherty son demasiado pequeñas, demasiado insignificantes y están demasiado aisladas para que los ingleses se preocupen por ellas. Además, mis hijos irlandeses están emparentados con Inglaterra a través de sus compromisos con las hermanastras de Robin, las hijas de Geoffrey Southwood. Si Robin no pierde el favor de la reina, sus hermanastros tampoco lo perderán.

Seamus O'Malley asintió, satisfecho por las precauciones tomadas.

– Necesitaremos una base de operaciones en Inglaterra, algo que no pueda relacionarse ni contigo ni con la familia O'Malley.

– ¡MacGuire! -dijo Skye-. Pon curso al castillo del señor de Lundy. Es el único lugar en el que se puede atracar en la isla. Adam de Marisco es el señor de la isla. Es el último de su linaje y he oído decir que es un sanguinario. Pero se gana la vida proporcionando un santuario a los piratas y los contrabandistas de esta zona. Negociaremos una base para nuestros barcos en la isla de Lundy.

– Ya lo tienes todo pensado, ¿eh? Dubhdara estaría muy orgulloso de ti; siempre lo estuvo, en realidad. ¿Vas a navegar con tus barcos?

– No, tío. MacGuire dirigirá las expediciones. Espero que elija capitanes jóvenes que nadie pueda reconocer. Ni tú, ni yo, tío, podemos involucrarnos directamente en esto, porque nos reconocerían con facilidad. Las naves tendrán que navegar sin identificación, sin banderas ni nombres. Ya he pensado en una forma de comunicarnos durante los abordajes, un sistema que confunda totalmente las víctimas. Pero eso lo discutiremos más tarde.