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De Marisco miraba a Skye con furia. La mujer, en lugar de temblar como otras, lo miraba también, sin perder la calma.

Él empezó a tranquilizarse un poco y se dio cuenta de que le gustaba lo que veía, así que rió entre dientes. Esa mujer era valiente y también era hermosa.

– Tengo -empezó a decirle ella con voz sedosa, bruscamente- cerca de dos docenas de barcos de distintos tamaños. Una de las flotas acaba de regresar de un viaje muy provechoso a las Indias Orientales. Soy rica. Quiero vengarme de alguien que ocupa un puesto muy alto y para hacerlo necesito la isla de Lundy abierta para mis barcos. Os pagaré bien.

De Marisco sintió curiosidad.

– ¿Cuán alto es el puesto de la persona a la que vais a atacar? -preguntó.

– Mi odio es contra Isabel Tudor -le llegó la fría respuesta.

– ¿La reina? -De Marisco silbó-. ¿Me estáis hablando en serio, mujer, o es que estáis loca? -Miró a la dama que tenía enfrente-. Por Dios, creo que habláis en serio -dijo y empezó a reírse entre dientes hasta que la risa se convirtió en un rugido de alegría que sacudió toda la habitación.

Skye se quedó donde estaba, sin parpadear ni hablar.

– Bueno, De Marisco, ¿queréis hacer negocios conmigo, o no?

– ¿Cuánto? -Una mirada de codicia se insinuó en los ojos de De Marisco.

– Poned el precio vos mismo, dentro de lo razonable -le contestó ella.

– Discutiremos esto a solas, O'Malley -dijo De Marisco-. MacGuire, ¿por qué no os lleváis a Glynis y a su hermana abajo?

– ¿Milady? -El irlandés miró a Skye.

– Fuera, MacGuire. Me pasaría un año sintiéndome culpable si no os dejo disfrutar de la compañía. Decidle a los hombres que pueden desembarcar a divertirse si quieren. Que hagan turnos de guardia para que todos puedan bajar a tierra. -MacGuire dudaba y Skye rió-. Oh, vamos, hombre, pareces una vieja. De Marisco, dadle vuestra palabra a mi capitán de que no me haréis daño, o estaremos aquí hasta el amanecer.

– La tenéis, por Dios, capitán, ¿parezco un violador de mujeres?

MacGuire se retiró sin ganas y De Marisco hizo un gesto para que Skye se sentara en la silla que acababa de dejar el irlandés. Luego, el anfitrión le sirvió vino y empujó la copa de plata hacia ella. Skye bebió ese líquido color rubí y sonrió al notar la excelencia de la cosecha. De Marisco la examinaba cuidadosamente y, después de un momento, volvió a abrir las conversaciones:

– Así que dejaréis que yo ponga mi precio, dentro de lo razonable, ¿no?

– Exactamente.

– No necesito dinero, señora. Por aquí no hay en qué gastarlo, y tengo más que suficiente, de todos modos. ¿Así que qué puede ser razonable? -Tomó un poco de vino-. ¿Cómo os llamáis? No puedo creer que vuestros amigos os llamen O'Malley.

Ella le mostró su mejor sonrisa y él sintió que el corazón se le encogía.

– Me llamó Skye.

– ¿Por la isla?

– Mi madre era de allí.

– Parecéis irlandesa, pero vuestro lenguaje es inglés. ¿Por qué?

– No hay duda de que os interesáis por cosas que no os incumben, De Marisco. Os he hecho una propuesta honesta, no pienso venderos la historia de mi vida.

Los ojos azul humo se entrecerraron de nuevo.

– Me gusta conocer a mis socios, Skye O'Malley.

Los ojos de ella brillaron una vez, como un relámpago. Él continuó:

– Decís que deseáis hacerle la guerra a la reina de Inglaterra. Antes de arriesgarme, me gustaría saber qué razones tendría para unirme a esta venganza personal.

Ella lo pensó un momento y después asintió.

– Mi esposo, que ya murió, era el conde de Lynmouth. Desde vuestro castillo, podéis ver las luces del mío. Cuando Geoffrey murió hace varios meses, de la enfermedad de garganta blanca, me dejó como única tutora de nuestros hijos: mis hijos, los hijos de él y nuestro hijo, que es el heredero de Geoffrey. Pero la reina Isabel hizo caso omiso de su testamento en el caso del heredero y envió a su favorito, Robert Dudley, como tutor del niño. El conde de Leicester me forzó, y cuando me quejé a la reina, me dijo con toda franqueza que quería que aceptara las atenciones del conde. Espera que sea su prostituta para poder tenerlo contento sin comprometerse. Tanto mi esposo como yo fuimos fieles servidores de la reina en la corte. No me merezco este tratamiento, pero tampoco puedo poner en peligro a mi hijo con un ataque directo contra Isabel.

De Marisco respiró hondo. Era un hombre ético a su manera, aunque sus aventuras y negocios fueran poco ortodoxos.

– Bueno, no hay duda de que es hija de Harry Tudor. Es tan ruda como su padre y esa bruja que la trajo al mundo, Ana Bolena. De acuerdo, Skye O'Malley, condesa de Lynmouth, decidme cuál es vuestro plan y veremos si puedo ayudaros.

– Mi flota inglesa trae grandes riquezas a Inglaterra y la reina saca un buen beneficio de ellas. Sus arcas se llenan todos los días con los porcentajes de las naves que comercian para Inglaterra. Si mis barcos irlandeses saquean esas naves, todas, incluyendo las mías para no atraer sospechas, puedo herir a la reina en una zona donde realmente le haré daño, porque ella necesita el dinero. Pero no puedo hacerlo abiertamente. Por eso necesito la isla de Lundy, De Marisco. Está a sólo quince kilómetros de la costa de Devon y puedo ir y venir en un mismo día si es necesario.

»Mis piratas pueden buscar refugio y recibir órdenes aquí, y nadie lo sabrá. No me vais a decir que todas las mercancías que pasan por esta isla pertenecen al comercio legal, ¿verdad?

Adam de Marisco rió con alegría.

– Parece que vos me necesitáis mucho más de lo que yo os necesito a vos, Skye O'Malley. De todos modos, no estoy en contra de un poco de piratería, así que os diré lo que os propongo. Tendréis mi ayuda, es decir, un santuario para vuestros barcos en Lundy, a cambio de un uno por ciento del botín… y… -agregó después de un momento de duda-, y una noche en mi casa.

Ella se puso pálida, pero se recuperó rápidamente y dijo:

– Dos por ciento del botín y ni un penique más.

– Uno por ciento y esta noche -repitió él con una sonrisa traviesa en los labios de su apuesto rostro.

– ¿Por qué? -estalló ella.

– Porque sois hermosa y sois una dama y no conozco otra forma de que alguien como yo pueda poseer algo de vuestro valor. -Ella parecía realmente torturada por la propuesta y él continuó-: Vamos, Skye O'Malley, si realmente deseáis vengaros de vuestra enemiga, ningún precio es demasiado alto. Es solamente una noche, hermosura.

Skye estaba desgarrada. Sabía que su plan era perfecto, pero solamente si conseguía la isla de Lundy. Pensó en Isabel Tudor, en su cara cuando admitió con toda la calma que sí, que pensaba utilizarla. Pensó en Robert Dudley y en su forma perversa y degradante de poseerla, una posesión que, no había duda, sólo había empezado.

Y ahora Adam de Marisco también quería poseerla, pero por lo menos él le ofrecía algo a cambio. Suspiró y recordó con pena la advertencia de Robbie que le decía que debía casarse de nuevo si no deseaba ser presa fácil para los hombres. Miró al gigante y se dio cuenta de que no era feo. Con suerte, no sería tampoco tan pervertido como Dudley.

– Hasta la medianoche -negoció.

Él meneó la cabeza.

– Toda la noche y sin llorar ni quedaros quieta como un mueble.

– Al diablo, hombre, no soy una prostituta. No voy a fingir por vos.

– Justamente, Skye O'Malley. Sois hermosa y pienso que sois apasionada. No quiero que reprimáis vuestras pasiones por un sentimiento de falsa virtud. Creo que me impresionaría mucho más una falta de fuego en vos, que un exceso.

Ella se sonrojó y la risa de Adam de Marisco recorrió la habitación como un trueno distante.

– ¿Estamos de acuerdo, entonces? -Preguntó y le tendió la mano. Ella dudó, después apretó la gran garra con su elegante mano. Ya no tenía una virginidad que proteger y había demasiado en juego.