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Pero él era quien había hundido su bote y la había acusado de tener un amante. Skye suspiró. No había logrado decidir si Niall era un ángel o un demonio.

Volvió al gran salón y lo encontró jugando con Robin y Willow en medio de un gran alboroto. Se sentó sobre la tarima en silencio y los miró con una suave sonrisa en los labios. Él era tan bueno con sus hijos… Pensó con sentimiento de culpa que le había dado hijos a Khalid y a Geoffrey, y que Niall no tenía ni siquiera uno.

– ¿Tenéis hambre? -Él se sentó a su lado-. ¡Fuera, pequeñas bestezuelas! Un beso a vuestra madre y a la cama.

Skye abrazó a sus hijos, jugueteó con el cabello dorado de Robin y besó la oscura cabellera de Willow.

– Buenas noches, mamá -dijo su hijito.

– Buenas noches, Robin. Que Dios te dé hermosos sueños.

– Buenas noches, mamá -sonrió Willow-. A mí me gusta nuestro nuevo padre, ¿y a ti? -agregó con entusiasmo.

Los labios de Niall se torcieron y los ojos de plata miraron un segundo los de color zafiro. Skye se sonrojó mientras él decía con su voz profunda:

– ¿Y bien, mamá? ¿Te gusto?

– ¡No seas tonto, Niall! -musitó ella-. Que Dios te dé buenos sueños, Willow. Ahora vete.

Los dos niños corrieron a abrazar a Niall y después se alejaron.

– ¿Dónde estabas? -preguntó él con tranquilidad.

Ella se tragó la respuesta grosera que le vino a los labios.

– Estaba en la cueva del bote -dijo.

– ¿Y las señales de luces desde la torre oeste?

¡Así que las había visto!

– Ah, tengo que decirle a Daisy que las apague -se excusó Skye, como hablando consigo misma. Después se volvió y mintió. Una mentira bien intencionada-: Las luces son señales para mis barcos en la isla de Lundy. MacGuire está allí.

Niall la miró. De pronto lo entendía todo. MacGuire era el que fumaba.

– ¿Ahí era en donde estabas la otra noche? ¿En Lundy?

– Sí.

– ¿Y por qué diablos no me lo dijiste? -¡Dios mío! Ella había estado con MacGuire y él se había portado como un tonto celoso. ¡Un amante!

– No me gustó la forma como me lo preguntaste -le contestó ella con orgullo, sabiendo hacia dónde iban los pensamientos de su esposo, pero sin querer corregir una impresión equivocada sobre su verdadera compañía aquella noche.

– Maldita sea, Skye, siempre me porto como un tonto contigo. Perdóname, querida.

Ella sintió una oleada de cariño hacia él al oír la disculpa. No le había mentido del todo al decirle que MacGuire estaba en Lundy. Era él quien había supuesto que ella había pasado la noche con el capitán de los O'Malley. Las horas que ella había pasado con De Marisco no habían sido menos inocentes, pero eran mucho más difíciles de explicar. No estaba segura de que Niall la creyera si le explicaba que el gigante de ojos azules era solamente su amigo. Era mejor dejar las cosas como estaban.

– Claro que te perdono, milord -dijo con dulzura. Estaba de pie. Lo miró con pudor y dijo-: ¿Nos vamos a la cama? -Y caminó lentamente hacia las escaleras.

Él se quedó allí unos minutos, sentado en el banco ante el fuego, con una copa de vino blanco en la mano. Esa mujer era un enigma. Y él acababa de darse cuenta de que ella no le había dicho la razón por la que había hecho señales a su gente en Lundy. Y de que no le había dicho tampoco lo que estaban haciendo sus barcos en esa isla. «Bueno -pensó-, tengo que aprender a confiar en ella. Con el tiempo me lo dirá. Por ahora, parece que estoy empezando a derretir el hielo.»

Cuando llegó a su dormitorio, descubrió que Mick lo estaba esperando con un baño. Se lavó con rapidez, se secó con fuerza y se envolvió en una bata. Después entró en el dormitorio de Skye. Dos sirvientas sacaban la tina de roble de delante de la chimenea.

– Eso es todo, Daisy -dijo Skye. Lo único que tenía puesto era un chal.

La puerta se cerró detrás de las tres sirvientas y la tina. Niall Burke se quedó de pie, dudando, sin saber qué hacer. Tenía miedo de haber descifrado mal las señales.

Ella se volvió y dejó que el chal se deslizara hasta el suelo. Le sonrió cuando los ojos plateados se acaloraron, mirándola con admiración. Luego caminó hacia él, lentamente, y le desató el cinturón de la bata. Puso una mano sobre el pecho de su esposo y la otra se movió bajo la tela, acariciándole el cuerpo, jugando con las tetillas, enredándose en el sedoso vello. Niall sintió que el aliento se le trababa en la garganta. Ella movió la mano hacia arriba para tocarle el hombro y luego la espalda, atrás, y hacia abajo, arañándolo suavemente con las uñas. Niall tembló de pies a cabeza.

Los ojos azules lo tenían prisionero y así, de pie, ella curvó la seductora boca en una sonrisita. Después, le abrió la bata, se la sacó y apretó su cuerpo contra el de él. Le mordió el lóbulo de la oreja despacio y le acarició las nalgas. Y después, le murmuró al oído:

– ¡Hazme el amor, mi señor esposo!

– Skye. -La voz de él sonaba ronca, no estaba seguro de poder moverse y sentía un dolor agudo en las tripas.

– ¡Ven! -Ella le cogió la mano y lo condujo hasta la cama. Lo empujó sobre la colcha de pieles.

Él se sentía un niño. Todavía no se creía del todo el hermoso regalo que ella le estaba haciendo y tenía miedo de empezar a disfrutarlo y después perderlo inmediatamente. Sorprendido, dejó que ella lo besara y lo acariciara y lo besara. Dejó que ella se le subiera encima y jugara con su sexo entre los senos. Casi sollozó de placer cuando ella agarró su pene con las manos y lo frotó contra sus pezones. Después, mientras se recobraba, ella levantó el cuerpo y dejó que el sexo de Niall se hundiera bien adentro entre sus piernas. Él se quedó un momento quieto, enterrado entre los muslos de seda, y después, como si hubiera recibido una señal, la agarró de las nalgas y con un movimiento suave, le dio la vuelta para ponerla debajo.

– Es mejor que el potro monte a la potranca y no al revés -dijo, y la besó con pasión.

La mente de Skye giraba como un remolino enloquecido. Una vez, hacía ya tanto tiempo que parecía un sueño y no parte de su vida, él le había arrebatado la inocencia. Y ahora, justo cuando había pensado que nunca lo haría, se estaba entregando a él de nuevo. Era tan hermoso como el recuerdo, y no entendía la razón por la que no había querido hacerlo antes.

– Te amo, Skye -dijo él cuando la tormenta pasó, y la tuvo entre sus brazos con más tranquilidad-. Tal vez algún día me devuelvas tu amor, pero por ahora te doy las gracias por esto.

– No me negaré de nuevo, Niall. Y en cuanto al amor, debemos empezar de nuevo, tú y yo. Lo que ha pasado entre nosotros no tiene importancia comparado con lo que hay en este momento. Tienes que aceptar en tu corazón que amé profundamente a otros dos hombres. Sé que aceptas el fruto de esas uniones: te he visto jugar con los niños. ¿Por qué no aceptas el hecho de que la unión existió? Yo acepté que te volvieras hacia Constanza cuando me creíste muerta. Ahora todos ellos, los que invadieron nuestras vidas durante un tiempo dulce y corto, se han ido y estamos solos de nuevo. Empezaremos desde ahí. Y si es la voluntad de Dios, volveré a amarte.

Era suficiente. Más de lo que él se había atrevido a esperar.

Los otros habitantes del castillo se dieron cuenta enseguida de que la condesa y su esposo habían hecho las paces. Iba a ser un hermoso verano. Cuando la reina envió un mensaje solicitando la presencia de los Burke en la corte, Niall envió una respetuosa y encantadora respuesta en la que le pedía que los dejara permanecer un verano solos en Devon como luna de miel. La reina, enamorada del amor, aceptó.

Llegó mayo, el primer día de fiesta, perfecto, templado, sin viento. Los árboles frutales estaban llenos de pimpollos, y las lilas abiertas y perfumadas. Se preparó el poste de mayo para la ceremonia de la primavera en el parque de la aldea, y para deleite de todos, llegó un grupo de bailarines con sus músicos para divertir al pueblo. Todos asistieron a la función, los habitantes del castillo y los de la aldea. Se preparó un estrado al fondo del parque y el pequeño conde de Lynmouth presidió los actos festivos bajo la guía de su madre y su padrastro. También llegaron Cecily y Willow Small. Robbie había adoptado formalmente a la niña además de convertirla en su heredera, pero estaba de viaje en un largo periplo marino y su hermana se había sentido sola y triste todo ese tiempo.