Выбрать главу

Skye bajó una parte de la escalera para recibir a Adam y sintió una oleada de recuerdos en el cuerpo cuando él la levantó y la besó en ambas mejillas.

– ¡Muchachita! ¡Es evidente que has seguido mi consejo, porque estás radiante!

– Sí, Adam, lo he seguido, gracias. Ahora, por favor, bájame, la altura me marea.

Él la dejó en el suelo sin entusiasmo.

– ¿Por qué la señal, Skye?

– ¡Novedades! Noticias maravillosas, De Marisco. En un esfuerzo por impresionar a la reina y hacer que piense en el archiduque Carlos como esposo, Felipe de España le envía un barco repleto de tesoros del Nuevo Mundo. Viaja cargado de oro del Inca, plata mexicana y esmeraldas de las minas del Amazonas. ¡Quiero abordar ese barco! Voy a abandonarlo en mar abierto y no dejaré nada en sus bodegas.

– No, Skye, no. Esto no me huele bien. Hay algo raro. Lo intuyo. ¿Dónde has oído lo del barco?

– Toda la ciudad de Bideford lo comenta, Adam.

Él pareció todavía más preocupado con eso.

– Y Plymouth también querida. Mis hombres me lo dijeron hace dos semanas. Es evidente que alguien quiere atraer la atención sobre ese barco. Sospecho que es una trampa.

– Pero ¿y si lo abordamos a pesar de todo y nos escapamos con el oro de Bess? -musitó Skye.

– Es demasiado peligroso -protestó De Marisco-. Para empezar, no sabemos si el barco transporta los tesoros o no. Dicen que viaja con otras tres naves mercantes. Eso mismo me resulta sospechoso. ¿Por qué no lo escoltan mejor si es tan valioso? ¿Por qué va acompañado solamente por naves mercantes?

– Tal vez para no levantar sospechas.

– ¿Entonces por qué todo el mundo sabe que el barco viene hacia aquí? No, no, Skye, esto huele mal. Es una trampa. No debes arriesgarte, ni poner en peligro a tus hombres y tus barcos.

– Pero si es una oportunidad única, Adam. ¡Todo ese oro! ¡Robarle todo eso a la reina!

– Muchachita, tu deseo de venganza va más allá de todo sentido común. Los Tudor no tienen piedad cuando se trata de sus enemigos. Hasta ahora has tenido suerte. No prestes atención a este barco. Es lo más seguro y razonable.

– Investiguemos el rumor, Adam. Si no podemos probarlo, entonces me olvidaré del asunto. Pero si es cierto, si hay un tesoro en ese barco, entonces tengo que abordarlo.

Adam de Marisco meneó la cabeza.

– Incluso si no te atrapan, no hay forma de comercializar una cosa así.

Ella sonrió.

– Sí la hay. A través de Argel, cuando hayamos fundido la plata y el oro y hayamos hecho barras nuevas. Quiero algunas de las esmeraldas para mí, para un collar y unos pendientes. Me complacerá poder usarlos ante las narices de la reina, sabiendo de dónde vienen.

– ¿Y cómo vas a investigar más sobre el barco?

– De Grenville viene al castillo dentro de unos días; va de regreso a Cornwell. Estoy segura de que sabe mucho sobre esto. Cuando se vaya, te haré señales para que vengas.

– ¿Lord Burke conoce estas actividades tuyas?

– No -le contestó ella en voz baja.

– Hay cinco familias involucradas en tus aventuras, muchachita. Los Burke, los O'Malley, los O'Flaherty, los Southwood y los Small. Si te arruinas tú, los arruinas a todos ellos. Piénsalo bien antes de arriesgarte a caer en una emboscada de los Tudor. Hasta ahora nadie puede relacionarte con los actos de piratería de estos dos últimos veranos, pero una aventura más y tendrán lo que necesitan para destruirte. A ti y a todos lo demás. Basta, Skye. Olvida a la reina, por favor.

Lágrimas de diamante llenaron los ojos color zafiro.

– ¿Olvidar? -La voz de Skye temblaba-. Ah, De Marisco, ¿tienes idea de lo que es ser mujer? ¿Que te fuercen a darte a un hombre contra tu voluntad? ¿Cómo te crees que me sentía cuando Dudley se metía en mí? Cada vez que me tocaba, me sentía sucia, sucia hasta la locura, pero no oponía resistencia porque no podía evitarlo, no tenía alternativa. Las mujeres no solemos tenerla.

»Y quien me hizo eso fue Isabel Tudor, Adam, otra mujer. Me entregó a Dudley sin pensar ni en mí ni en mi querido Geoffrey ni en la lealtad que siempre le demostramos. No, Adam, no puedo olvidarlo.

– De acuerdo, Skye -suspiró él, porque no había forma de oponerse-. Pero será la última vez. No me gusta la idea de ver tu hermoso cuello partido por el hacha. Ni el mío tampoco.

– Sólo esta vez, De Marisco.

Adam de Marisco volvió a Lundy muy preocupado. Lo que había empezado casi como una broma, se estaba complicando indeciblemente y el gigante tenía miedo. El deseo de venganza de Skye borraba su sentido común y él estaba asustado. ¿Por qué no lo había visto venir? Tendría que haber acabado con el asunto antes de que ella se obsesionara con él.

Dos días después, llegó De Grenville a Lynmouth. Venía de Londres. Traía las alforjas llenas de chismes divertidos y de charla sobre la corte. Skye se armó de paciencia y lo dejó hablar. No quería que sospechara de ella. Finalmente, Dickon y Niall se relajaron y se emborracharon ligeramente, entonces ella preguntó como de pasada.

– ¿Qué es eso de un barco para la reina? Uno que le manda el rey Felipe. Bideford está lleno de rumores.

– Ah, sí -sonrió De Grenville, medio borracho-. Quiere que ella considere a su sobrino Carlos y espera convencerla mostrándole lo adecuado que resulta tener parientes ricos.

– ¿Entonces es un hombre real, Dickon? ¿Existe?

– Oh, sí, por supuesto.

– ¿Y la reina no tiene miedo de perderlo con eso de los piratas que aparecen aquí y allá en estos días?

– Por eso estoy aquí -dijo De Grenville, riendo entre dientes-. Voy a comandar cuatro naves de guerra al encuentro del Santa María Madre de Cristo para escoltarlo hasta Bideford.

Skye rió.

– Ningún pirata atacará una nave protegida por cuatro barcos de guerra. Hasta yo sé eso. -Se estiró para buscar la jarra y se inclinó sobre De Grenville para servirle un poco más de vino en la copa. Ese movimiento permitió al noble una visión de los senos de Skye, y ella notó, divertida, que eso le aceleraba la respiración. Niall parecía haberse dormido con la cabeza oscura sobre los brazos cruzados.

– Mis barcos…, mis barcos van a estar disfrazados, Skye. Parecerán mercantes, tan inofensivos como el del tesoro. Solamente cinco barquitos listos para que cualquiera los aborde cuando quiera. -Hipó y después tragó un poco más de vino, volcando la mitad sobre su ropa.

Skye comenzaba a comprender.

– ¿Me estás diciendo que el Santa María Madre de Cristo ha atravesado todo el Atlántico sin escolta?

Él asintió.

– El rey Felipe pensó que navegaría más seguro de esa forma. Nadie creería que un barco solitario lleva un tesoro como ése. Después que la nave zarpó, William Cecil pensó que podría coger a los piratas por sorpresa si enviaba la escolta disfrazada de naves mercantes. Los piratas suelen atacar grupos de barcos desprotegidos, pero esta vez no serán naves mercantes. Es otra de las de Cecil, siempre tan ingenioso.

– ¡Por Dios, Dickon, qué inteligente! Gracias a Dios que la reina hace algo para librarnos de esos piratas. Robbie y yo perdimos dos barcos el verano pasado -dijo Skye indignada-. ¿Dónde te encontrarás con el barco del tesoro?

– A tres días de Cabo Claro.

– Entonces, navegas siguiendo la ruta de la estrella del Sur -dijo ella, como tentándolo.

– Ajá -asintió él.

– ¿Cuándo te verás con los españoles, Dickon?

– Dentro de una semana -murmuró él, y después se quedó dormido sobre la mesa, cerca de lord Burke, que roncaba en la misma posición.

Skye sonrió, satisfecha, e hizo un gesto a Daisy, que había permanecido quieta en su lugar durante toda la velada.