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Luego, se desvistió y se lavó, y después se metió en la cama con ella. Se volvió para mirarla y dijo con voz firme y directa:

– Ahora, señora.

– Adam de Marisco es mi amigo -dijo ella.

– Adam de Marisco está enamorado de ti -le replicó él.

– Pero yo nunca me he enamorado de él -aseguró ella-. Él fue quien insistió en que me casara de nuevo, y desde que nos casamos, insiste en que haga las paces contigo. Creo que comprende tu punto de vista mejor que el mío. -Skye frunció el ceño.

– Me alivia saber que el señor de Lundy está de mi parte -murmuró Niall con amargura-, pero eso no me explica la razón por la que te ves con él en secreto.

Ella suspiró.

– Empezó mucho antes de que nos casáramos, Niall. Después de la muerte de Geoffrey, cuando lord Dudley me forzaba. Me quejé a la reina. Y descubrí que ella me entregaba a Dudley como si yo fuese un juguete, para darle placer a él. Nunca la perdonaré por eso, aunque sea la reina de Inglaterra. Creo que su autoridad debería significar algo más de responsabilidad para ella. En ese momento quise vengarme, y todavía siento lo mismo. Los piratas que asolan la costa desde el verano pasado actúan bajo mis órdenes, son barcos y tripulaciones O'Malley. Adam de Marisco nos presta su santuario de Lundy y nos ayuda a ocultar el botín.

– ¿Y el precio de esa ayuda? -se las arregló para preguntar Niall.

– Un porcentaje de las ganancias, Niall -dijo ella con voz severa y seca, y después continuó-: Dentro de unos días abordaremos el Santa María Madre de Cristo, el barco que transporta el tesoro del rey Felipe para la reina de Inglaterra. No quiero que ella vea ni una moneda de oro de ese cargamento.

Niall estaba tan atónito que no pudo decir palabra durante unos minutos. Las emociones más diversas se alzaban y se hundían en él como las de una marea embravecida; sorpresa y admiración por la valentía de su esposa, rabia porque ella los ponía en peligro a todos con su deseo de venganza, pena por no haber estado allí para protegerla de Dudley. No sabía si besarla o asesinarla.

– No puedes pegarme -dijo ella anticipándose-. Estoy esperando un hijo.

– ¡Por Dios, mujer! -estalló él, y ella empezó a llorar. Entonces Niall rompió a reír-. Eres la hembra más imposible desde que Dios creó el mundo, Skye. Le haces la guerra a Inglaterra y te las arreglas para retener todo lo que posees en ese país. ¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar que podrían atraparte?

– No.

– Ah, no. ¿Y por qué no? -Él estaba fascinado.

– No hay nada que nos relacione ni a mí ni a De Marisco ni a los O'Malley con los piratas.

– ¿Estás segura?

– Sí. Mis barcos no llevan bandera. Mi gente se comunican con silbidos y gestos. Las cargas robadas desaparecen rápidamente y hasta pirateé dos de mis barcos el año pasado para que nadie sospechara.

– Pero es obvio que Cecil ha enviado a De Grenville a capturar a los piratas. No puedes morder esa carnada.

– Mi flota zarpa esta noche desde Lundy. Para cuando Dickon y los suyos se encuentren con los españoles, no tendrán nada que custodiar. La carga estará bien guardada en las cuevas de Innishturk. Es mi última aventura contra la reina, Niall, lo juro.

– ¿Y el beso de Adam de Marisco? Supongo que ésa también es la última aventura para él, ¿verdad?

– Se estaba despidiendo -dijo ella con suavidad.

Él la abrazó y le rozó los labios con los suyos.

– ¿Para cuándo esperas el bebé?

– Nuestro hijo nacerá cuando empiece el invierno.

– No quiero más aventuras, señora -dijo él con severidad-. Y quiero tu palabra.

– Tengo que pensarlo -dijo ella con tono travieso.

– Nada de eso. Tu palabra -ordenó él con voz de trueno.

– De acuerdo, milord -murmuró ella con voz dócil, y él la miró, lleno de sospechas. Skye rió-. Voy a hacerme un collar y unos pendientes con las esmeraldas que lleva ese barco. Y después los usaré ante la reina. ¡Ah, cómo voy a disfrutarlo!

Niall volvió a reír.

– ¡Realmente imposible! -dijo, y la besó de nuevo.

Menos de una semana después, la noche de San Juan, Skye y Niall estaban de pie en la torre oeste del castillo de Lynmouth y miraban cómo se encendían las hogueras de celebración en Lundy. Tres, en una línea perfecta, así que Skye supo lo que quería saber: El Santa María Madre de Cristo era suyo y la carga ya había desaparecido en las cuevas. Una satisfacción profunda la recorrió de arriba abajo. Se volvió y dijo con el corazón las palabras que su esposo había estado esperando durante tanto tiempo:

– Te amo, Niall. -Él dejó escapar un suspiro de alegría y la abrazó y la besó con pasión.

El verano en Devon fue largo, más dulce ese año que ningún otro desde que Skye vivía allí. Pero, en Londres, Isabel Tudor ardía de rabia e impotencia. El barco del tesoro de Felipe había sido pirateado en las narices de De Grenville. El rey de España estaba furioso por el incidente y se burlaba de la poca capacidad de Isabel para mantener el orden en sus propias tierras. Eso molestaba más a Isabel que la pérdida del tesoro. Ahora estaba endeudada y varios de sus acreedores le habían dado muestras de que el poder real no los intimidaba.

– ¿No hay forma de conectar a lady Burke con todo esto, Cecil? Seguramente hay algo que podamos usar contra ella. -William Cecil había terminado por confiarle sus sospechas a su discípula.

– No, Majestad, no hay absolutamente nada. Todos los barcos de la O'Malley están donde deben estar y no hay evidencias de que tengan el botín. Por ningún lado. Ya hemos registrado Innisfana y Lundy.

– Quiero que la arresten, Cecil.

– ¿Bajo qué cargos, Majestad?

Isabel giró en redondo para mirarlo de frente y él vio el enojo en las manchas rojas de sus mejillas.

– Soy la reina, Cecil. ¡No necesito cargos! Lady Burke me ha ofendido y quiero que sea confinada en la Torre.

– ¡Majestad! -Cecil estaba atónito y aterrado-. Esto no es digno de vos.

– Maldita sea, Cecil, ambos sabemos que es culpable.

– Lo sospechamos, milady Isabel. -Cecil no le había hablado con tanta amabilidad ni dulzura desde que ella era reina-. Solamente lo sospechamos, y desde que cayó el Santa María Madre de Cristo nadie ha atacado otros barcos a pesar de que ésta es la mejor época para hacerlo.

La reina no cedió.

– La quiero en la Torre -ordenó-. Tal vez si la asustamos, la obliguemos a confesar. ¡Necesito el oro, Cecil! Mis acreedores me están acosando.

Cecil suspiró. Si lady Burke ya odiaba a Isabel, la odiaría todavía más ahora. Los irlandeses eran tan emocionales… Ofender a los O'Malley y a los Burke juntos podía hacer que todo el condado de Connaught se alzara en armas, podía provocar un estallido en toda Irlanda. «No necesitamos una guerra con Irlanda, no ahora», pensó Cecil con amargura.

– ¿Y lord Burke? -preguntó.

– Él se quedará en Devon -dijo Isabel-. Le prohíbo venir a Londres, le prohíbo ir a Irlanda. Que cuide de los hijos de su esposa.

– La condesa tiene muchos admiradores, Majestad. No se sentirán felices cuando la sepan en prisión sin razones aparentes. Los comentarios podrían ser muy despectivos y dañinos para Vuestra Majestad.

– Entonces, hazlo en secreto, Cecil. Envía a De Grenville. Ya que ha sido él quien ha perdido el barco, que se redima llevando a la condesa a la Torre en secreto. Dile al gobernador de la prisión que no quiero que la dama entre en ningún registro. Si nadie sabe que ella está en Londres, y su esposo, confinado en Devon, no habrá chismes en la corte.

– No estoy de acuerdo con esto, Majestad -dijo Cecil una vez más.

– Pero me obedeceréis de todos modos, milord -le replicó Isabel.