Выбрать главу

Él asintió.

– Sois la reina y siempre habéis aprendido de vuestros errores. Espero que esta vez también lo hagáis. -Cecil no podía retirarse sin dejar sus opiniones en claro.

La cabeza de la reina se alzó bruscamente. La cara de Cecil permaneció impasible, pero ¿había tal vez un brillo en esos ojos?

El verano de Devon ofrecía la promesa de una buena cosecha. A lo largo del camino, las rosas silvestres tardías y las margaritas libraban su batalla territorial de todos los años. Hacía mucho que se había guardado el forraje y las espigas yacían apiladas en los campos. Los manzanos estaban cargados de fruta, algunos ya listos para la recolección y otros, todavía verdes. Las prensas de Devon pronto se ocuparían de fabricar la famosa sidra.

A través de ese campo tranquilo y agradable cabalgaba Richard de Grenville junto con una tropa de jinetes de la reina. Dickon estaba amargado y preocupado, hasta horrorizado, porque ni siquiera entendía las órdenes que se le habían dado. Al principio, no había dado crédito a lo que decía Cecil.

– Sé que os gusta el vino, milord -había observado Cecil-, y que se os suelta la lengua cuando bebéis. -De Grenville se había sonrojado con ademán culpable-. Sería una completa tontería que soltarais algo de esto ante cualquiera, porque la reina quiere guardar un absoluto secreto. -De Grenville había asentido con seriedad, asustado.

Los cascos de los caballos de Richard de Grenville y sus hombres retumbaron sobre el puente levadizo y luego sobre el patio del castillo de Lynmouth. Richard desmontó y entró en el castillo, donde le informaron de que lord y lady Burke estaban en el salón familiar. Dickon se detuvo en la puerta de esa habitación, sin ser visto, y miró a Skye y a su familia. Sintió que le dolía el corazón. Ella estaba sentada junto a Niall Burke. El brazo de él le rodeaba la cintura un poco más ancha ya por el embarazo, y una mano acariciaba el vientre que empezaba a llenarse. Ella yacía con la cabeza sobre el hombro de Niall y le sonreía, una sonrisa de una dulzura tan grande que De Grenville pensó que iba a empezar a llorar. Bueno, no podía quedarse allí de pie por siempre. Se aclaró la garganta y entró en el salón haciendo todo el ruido posible.

– ¡Dickon! -exclamó Skye-. ¡Me alegro de verte!

Robin y Willow corrieron a saludarlo.

– Señora -le dijo Dickon con frialdad, sin preámbulos-. Os arresto en nombre de la reina.

La bienvenida murió antes de haber empezado. Niall Burke se puso en pie lentamente. Tenía la voz tranquila, pero no podía esconder su rabia.

– Si esto es una broma, De Grenville, me parece de muy mal gusto. A mi esposa no le conviene sufrir impresiones de este tipo en este momento.

– No es una broma, milord.

– ¿Y los cargos, señor?

– No me han dado la lista de cargos, milord. Mis órdenes son escoltar a lady Burke a Londres tan pronto como sea posible.

– ¿Y en Londres…?

– Debo conducirla a la Torre -dijo De Grenville con suavidad.

Skye dio un grito y los niños se reunieron a su alrededor, asustados.

– No permitiré que saquéis a mi esposa de mi casa en su estado. Lleva en su seno al heredero de los MacWilliam.

– A menos que estéis preparado para luchar contra los hombres de la reina, milord, pienso llevármela hoy mismo.

Niall no tenía espada, pero era mucho más alto que su oponente, y se puso de pie a su lado.

– ¡Sobre mi cadáver, inglés!

De Grenville sacó la espada y Skye gritó.

– ¡Milores! ¡Basta! -Se puso de pie con cierta torpeza-. Dickon, por el amor de Dios, ¿qué es todo esto?

– Pongo a Dios por testigo que no lo sé, Skye. Mis órdenes son llevarte cuanto antes a Londres y entregarte al gobernador de la Torre. Lord Burke, la reina os prohíbe dejar Lynmouth. Eso es lo que me ordenaron que os comunicara y es cuanto sé.

– No podéis llevaros a Londres a una mujer embarazada de seis meses.

– Cumplo órdenes, milord.

– Puedo usar el coche -dijo Skye con tranquilidad, y los dos hombres se volvieron para mirarla-. Si vamos despacio y con cuidado, el niño no correrá peligro. No entiendo las razones de la reina, pero si tengo que ir a Londres para ver de qué se trata y aclararlo todo, iré. Me darás tiempo para prepararme, ¿verdad, Dickon? Mis sirvientes y yo estaremos listos por la mañana.

– Solamente puedes llevarte una sirvienta, Skye.

– Muy bien -dijo ella. Y luego-: Niall, estoy cansada. ¿Me acompañas, por favor? Comprenderás, Dickon, que esta noche prefiero cenar en mis habitaciones, con mi esposo y mis hijos.

De Grenville murmuró su permiso mientras Niall sacaba a su esposa del salón. Cuando estuvieron arriba, en el dormitorio, Skye envió a los niños con Daisy y se volvió hacia Niall.

– No saben nada -dijo, segura-. Si supieran algo, Dickon tendría la lista de los cargos.

– Pero sospechan -remarcó él-. Lo suficiente como para encarcelarte.

– No pueden probar nada -discurrió Skye con firmeza-. Tratarán de asustarme, pero no me asusto fácilmente. Si tuvieran alguna evidencia, habrían revisado Lundy y Lynmouth hasta hacerlos pedazos. No tienen nada. La perra Tudor quiere hacerme creer que sabe algo, pero soy superior a los enemigos a los que ella suele enfrentarse.

– Puede tenerte prisionera el tiempo que desee, Skye.

– Lo sé. No la desobedezcas, Niall. Debes quedarte en Lynmouth y cuidar de Robin y Willow. Debes cuidar Lynmouth.

– Pero si me quedo aquí, ¿cómo puedo ayudarte?

– Adam de Marisco -dijo ella con voz calmada-. Pon dos luces en la torre oeste al anochecer, una más abajo que la otra. ¿Te acordarás? Él vendrá a verme. Puedes avisar a Irlanda a través de él.

Él la abrazó y hundió su rostro en ese cabello negro y querido, y en el cuello suave de la mujer que amaba.

– Skye. -Había tanta angustia en su voz.

– Haz lo que te pido, Niall. No quiero poner en peligro la herencia de Robin ni darle a la reina una oportunidad de robarme el hijo de Southwood. ¡Estoy segura de que eso le encantaría, como buena arpía infértil que es!

Él la abrazó sin saber qué hacer, era consciente de que no tenía un papel claro en esa guerra privada. Ella la había empezado sin él y ahora parecía querer terminarla del mismo modo. Lo único que podía darle era su fuerza, para que se la llevara a la prisión con ella.

La cena resultó lúgubre. Skye les dijo a los niños:

– No os asustéis. Voy a volver a casa. Obedeced a Niall como me obedecéis a mí. Espero que me lleguen buenos informes de vuestro comportamiento. -Luego, los metió en la cama y los besó a los dos con ternura. Después, supervisó los preparativos de Daisy y las otras sirvientas que estaban empaquetando sus cosas-. No os olvidéis del edredón de plumas -les dijo-. Hará frío tan cerca del Támesis en invierno. Y Daisy, quiero que pongáis algunos barrilitos de borgoña y de vino de malvasía en el equipaje. Prefiero beber mis propios vinos. -Después, se quedó recostada junto a Niall, acurrucada junto a él, y él la sintió temblar, la oyó sollozar en voz muy baja. No dijo nada, solamente la apretó contra él como para protegerla.

Cuando amaneció, Skye se vistió con ropas tibias, se puso las medias de lana y una enagua de seda y dos de lana liviana. Eligió un vestido azul oscuro de seda con botones de perlas, manga larga y un escote muy elevado. Se calzó botas forradas con piel. Después se arregló el cabello negro en un moño bajo.

Dijo adiós a sus hijos en la intimidad de sus habitaciones, porque no quería que se asustaran con los soldados que verían alrededor del coche.

– ¿Por qué te arresta la reina, mamá? -preguntó Willow por décima vez.

– No lo sé, amorcito mío -contestó ella-. Es un malentendido. No temas por mí.

– ¿Te…, te van a…, a cortar la cabeza? -tembló Robin, casi a punto de llorar.

– ¡Claro que no, mi niño! ¿De dónde diablos has sacado esa horrible idea?