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A la mañana siguiente, lady Alyce informó a su esposo de que la pobre lady Burke se las había arreglado, aunque sólo el Señor sabía cómo, para dar a luz a una niñita débil.

– Ella y la niñita están mal y necesitarán cuidados constantes durante un mes si queremos que sobrevivan -aseguró con firmeza. Su marido reconocía ese tipo de humor en su esposa. Cuando estaba así, no toleraba interferencias.

– Querida -dijo con voz dócil-, estoy totalmente de acuerdo con que lady Burke tenga a su hermana con ella durante un mes, pero la decisión final no es mía, como bien sabes.

– Tienes influencias, John. Úsalas. No entiendo la razón por la que la reina tiene aquí a lady Burke y no nos informa sobre las acusaciones.

– Cállate, querida. Veo que nuestra huésped te ha conquistado, pero supongo que debemos creer que tanto la reina como lord Burghley saben lo que hacen. Informaré a la reina de lo que me dices.

Cuando recibió la noticia del nacimiento de lady Deirdre Burke, Isabel estaba sufriendo uno de sus dolorosos e infrecuentes períodos menstruales.

– ¡Por Dios! -dijo, irritada-. Lo ha hecho a propósito.

– ¿Hacer qué, Majestad? -preguntó Cecil.

– ¡Dar a luz al bebé en la Torre! El tono de la misiva de sir John está lleno de simpatía hacia ella. No estoy segura de que eso me guste. ¿Cómo puede sonar tan comprensivo con esa… rebelde irlandesa y tan…? Suena como si me desaprobara.

– Las madres y los recién nacidos suelen despertar afectos -dijo Cecil, tratando de tranquilizarla.

Isabel se volvió y el largo y rojizo cabello giró con ella. Tenía la cara pálida y llena de dolor.

– Ahora no podréis interrogarla durante varias semanas. ¡Maldita sea! ¡Quería hacer público que es una pirata y una traidora! ¿Sabéis que echó a Dudley de su palacio en medio de una tormenta de nieve el invierno pasado?

«¡Ja, ja! -pensó Cecil-. Así que ésa es la razón de esta vendetta. El precioso lord Robert fue ofendido. Ni siquiera se me ocurrió que con esto de los piratas le daría una oportunidad a Dudley para vengarse. Debo tener en cuenta esto.» Sonrió a la reina con amabilidad.

– Vamos, querida, a la cama de nuevo. No estáis bien, y esto puede esperar. Tenéis razón. No podremos seguir adelante hasta que lady Burke se haya recuperado del nacimiento de su hija. La esposa de sir John, lady Alyce, estuvo presente en el parto y dice que fue complicado. Supongo que a lady Burke le llevará varias semanas recuperarse.

Isabel volvió a meterse en cama y se tapó con la colcha.

– ¡Ah, Cecil! -se quejó-. A veces creo que sería mejor si hubiera nacido como una muchacha cualquiera. La realeza me pesa tanto y soy una criatura tan frágil en el fondo.

– No, Majestad, parecéis frágil, pero no lo sois. Cuando salisteis del vientre de vuestra madre, semilla de Enrique Tudor, erais dueña ya del corazón del león. No tenéis por qué desconfiar de vuestra habilidad.

Isabel suspiró.

– Ah, Cecil, sois mi fuerza. Ahora quiero descansar. -La reina cerró los ojos-. Haceros cargo de lo de lady Burke como queráis.

William Cecil salió del dormitorio de Isabel Tudor, con su sonrisa glacial, como siempre.

– No os fallaré, Majestad.

– Nunca me habéis fallado, viejo amigo -dijo la reina con suavidad, mientras se dormía.

Capítulo 25

Adam de Marisco no se podía creer su suerte. Durante varios meses, desde que lo habían llamado a Lynmouth para contarle la suerte de Skye, se había sentido inútil, indefenso, débil. Ahora tenía los medios para liberarla y había sucedido por casualidad, por designio de Dios. La idea de cómo utilizar la oportunidad, en cambio, era de De Marisco, y apenas la tuvo volvió a sentir confianza en sí mismo. Ahora saludó a lord Burke y le dio la bienvenida a Lundy.

El irlandés había adelgazado de preocupación y falta de sueño.

De Marisco le ofreció un trago de whisky.

– Bebe, hombre. Sé cómo hacer que vuelva a casa a salvo.

– ¿Cómo? -Lord Burke se tragó el líquido color ámbar y se dejó ir en la sensación de ardor que se extendió desde su vientre a sus venas.

– Hay una caleta escondida cerca de mi faro y en esa caleta hay ahora un barco, un barco lleno de cadáveres. Las corrientes que giran por ese lado de la isla son erráticas y llevaron a esa nave a la orilla. Ya he dado órdenes de que nadie se acerque a ella y he trasladado a sus bodegas el tesoro del Santa María Madre de Cristo. Los hombres que han transportado la carga son una familia de mudos. Siempre los he cuidado, y como están muy agradecidos, nunca se lo dirán a nadie. Sé que no me traicionarían aunque pudieran hablar.

»El barco es de diseño inglés, pero los cadáveres son árabes o moros. Apostaría a que son piratas berberiscos. No sé qué los mató, pero si puedo remolcar el barco y llevarlo a Londres, creo que convenceremos a Cecil de que esos hombres son parte del grupo que fue responsable de los actos de piratería de estos dos últimos veranos. Especialmente si encuentran el botín. ¿Te parece que eso podría dejar a Skye libre de sospechas?

La cara de Niall Burke empezó a relajarse mientras digería la idea de De Marisco.

– Sí, es posible. -Pensó un momento-. ¿Encontraste el diario de a bordo?

– Sí, pero está en una escritura muy rara que no se parece a nada que yo haya visto antes.

Una sonrisa lenta iluminó la cara de Niall y le arrugó las comisuras de los párpados.

– Seguramente es árabe, y probablemente tienes razón, De Marisco. Son piratas berberiscos. Pero tenemos un problema. No podemos destruir el diario de a bordo. Sería muy sospechoso. Y si Cecil encuentra a alguien que lea árabe, el diario podría probar que el barco no era pirata. Tenemos que hacer que alguien lea ese diario.

– ¿Y quién diablos sabrá leer árabe? -preguntó De Marisco. Estaba empezando a preocuparse.

– Skye -contestó Niall, riéndose.

– ¡Maldita sea! ¿No hay nada que esa mujer no pueda hacer?

– Me alegra que tú tampoco sepas la respuesta a esa pregunta, De Marisco -dijo Niall, serio de pronto.

Adam de Marisco era casi diez centímetros más alto que Niall Burke. Ahora se levantó cuan alto era y dijo, mirando al esposo de Skye:

– Óyeme, hombrecito, creo que ya es hora de que despejemos este aire enrarecido. ¡Sí! La amé. Posiblemente la amaré siempre. Pero no soy un esposo para ella. Lo supe desde el día que la conocí, y a pesar del orgullo que sentiría si fuera su esposo… -De pronto dejó de hablar y durante un momento hubo una comprensión total entre ambos. Después, Adam de Marisco terminó lo que estaba diciendo-: Ella te ama y eres un tonto si crees que alguna vez se me podría ocurrir interponerme entre vosotros. Ahora, hombrecito, ¿te parece que podemos sentarnos a pensar cómo liberar a Skye de las garras de Isabel Tudor?

– Maldito seas, De Marisco, haces que me sienta como un chiquillo enamorado por primera vez. Pero si alguna vez crees que no soy lo suficientemente fuerte como para aceptar un desafío tuyo, pregúntamelo antes de tomar una decisión al respecto. Hombrecito. Diablos, vaya manera de llamarme. Dame tu mano, maldito inglés. Tengo que admitir que me caes muy bien.

Si Skye los hubiera visto, sentados, sonriéndose, los dos enamorados de ella y los dos unidos por la amistad, tratando de liberarla… Niall y Adam se dieron la mano y se miraron, un par de ojos plateados y un par de ojos color humo. Se comprendían.

– Necesitaremos la ayuda de alguien más. Robert Small nunca me perdonará si lo excluimos. Sabe leer árabe. Tal vez pueda descifrar algo de ese diario antes de que se lo presentemos a Cecil. Por lo menos sabremos si el diario nos contradice. Acaba de volver a Inglatera. Su hermana me lo ha dicho hoy y le he mandado un mensaje pidiéndole que venga a Lynmouth. ¿Puedes hacer que lleven ese barco a la bahía de Lynmouth? Es mejor que nadie sepa lo que estamos planeando.