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– Daré las órdenes inmediatamente. Mis hermanos mudos pueden hacerlo muy bien.

– ¿Y los cadáveres?

– Huelen muy mal -observó Adam-, pero voy a dejarlos ahí para que el cuento suene creíble. Si no, Cecil puede llegar a creer que nos lo hemos inventado todo.

– ¿Y cómo vamos a explicar el tiempo que ha pasado desde el ataque? Hace meses de eso. ¿Dónde diablos estuvo el barco todo ese tiempo?

– ¡Muy sencillo, pirateando, Niall Burke! Los infieles estuvieron en el mar pirateando en aguas de Nueva España. Deben de haber atacado al Santa María cuando partía, la primavera pasada. Todos sabemos que los moros odian a los españoles y no pueden resistir la tentación de atacar y saquear sus barcos. -Rió entre dientes-. Es una buena historia, aunque tenga que decirlo yo mismo.

– Sí -aceptó Niall con admiración-. Es un desperdicio que estés encerrado en esa isla. La corte es tu lugar.

– ¡Por Dios, no! Me moriría en esa ciudad podrida jugando a ser el galán de esa perra orgullosa. ¡Bessie Tudor! Es perder el tiempo y el dinero en ropa inútil, tarjetas y rameras nobles y caras. Prefiero Lundy, aunque sea una roca desierta. Prefiero el mar. Con eso me basta para ser feliz.

– No dices nada de los hijos, De Marisco, hijos para seguir con lo tuyo.

– Porque no los habrá -dijo De Marisco con amargura-. El destino tiene un sentido del humor muy peculiar. Cuando yo tenía catorce años, tuve una fiebre que me dejó estéril. Tengo el apetito de un sátiro cuando se trata de mujeres, pero nunca tendré un hijo. Fui a ver a una vieja bruja en Devon hace años para saber por qué. Cuando me hizo preguntas y supo lo de la fiebre, me dijo que no podía ayudarme y que la vida se había quemado en mi semilla. Dijo que sabía sobre esos casos. Y como ni siquiera tengo una hija, no me queda otro remedio que creerla.

»Ésa es otra razón que tengo para ayudar a Skye. Su Robin y yo somos los últimos descendientes del primer Southwood. -Rió ante la mirada incrédula y sorprendida de Niall-. Sí, irlandés. Los De Marisco somos una rama bastarda de la familia.

»El primer Geoffroi de Subdois trajo a su amante de Normandía. Se llamaba Mathilde de Marisco. En realidad, pensaba casarse con ella cuando consiguiera hacer fortuna luchando junto al duque Guillermo. Ella también era hija segunda, así que su dote era muy pequeña. Después de conquistar Lynmouth, mi antepasado pensó que le sería más ventajoso casarse con la hija del viejo señor del lugar, y la hermosa Gwyneth se convirtió en madre de la línea legítima de herederos. Pero Mathilde era ambiciosa y valiente. Prefería seguir en Inglaterra como amante de Geoffroi que volver a Normandía como pariente pobre de la casa de su hermana o entrar en algún convento insignificante. Vivió durante muchos años en la torre oeste del castillo de Lynmouth tratando de convertir en un infierno la vida de la pobre Gwyneth. Pero, un día su hijo mayor trató de ahogar a uno de los Southwood legítimos en su cuna y la hermosa Gwyneth tomó una decisión. Mathilde y su hijo tuvieron que irse a Lundy, que entonces pertenecía a Lynmouth, y Geoffroi decidió legarle la isla a Mathilde y a su hijo y descendientes para siempre.

»Hace generaciones que los De Marisco se casan con bastardos Southwood, las hijas mejores de los Southwood o sus primas francesas. En realidad, mi abuela y el abuelo de Geoffrey Southwood eran hermanos. Y como soy el último de mi linaje, el último de los bastardos de Lundy, el joven Robin es el último de los Southwood. Tengo suficiente vínculo de sangre como para querer protegerlo, tanto a él como a su madre. Son importantes para mí.

– ¿Skye lo sabe?

– No. Nunca se lo he contado -aclaró Adam de Marisco.

Niall Burke no tuvo el coraje de preguntarle por qué. No sabía lo que había habido entre Skye y De Marisco, pero sabía que fuera lo que fuese, había pasado antes de su boda y que no era asunto suyo. Adam de Marisco era un hombre de honor. Lo miró un largo rato con seriedad y Adam le devolvió la mirada.

– Ahora, rescatemos a esa mujer antes de que se meta en algo peor -dijo Niall.

Horas más tarde, Niall y su invitado estaban en la cubierta de un barco que llevaba la nave mora a remolque hacia la costa de Devon. Robert Small los esperaba en Lynmouth. El hombrecito estaba furioso.

– Os dejé a Skye y vuelvo de un corto viaje y la encuentro en la Torre de Londres. ¿Es así cómo la cuidáis? Tú, Adam de Marisco, eres igual que Niall. Le consientes todas sus locuras. ¡Vosotros tendríais que estar en Londres, no Skye! Tengo entendido que esperaba un hijo. Debe de haberlo tenido hace meses. ¿Os parece que la Torre es un buen lugar para una madre y mi sobrinito, o sobrinita recién nacido? ¿Por lo menos sabéis si el bebé es niño o niña?

– ¡Maldita sea, Robert, cállate! -rugió Niall-. Siéntate y escucha. Skye está bien. No hay evidencias contra ella. Se me ha prohibido ir a Londres y a Irlanda. Me ordenaron que permaneciera en Lynmouth, y Skye me rogó que lo hiciera por el bien de Robin. No quiere que esto le cueste su herencia. Mi hijo nació sin problemas el doce de diciembre, pero no sé de qué sexo es, porque ni siquiera De Grenville puede ver a Skye, aunque dice que Cecil le prometió que le dejará visitarla en algún momento.

»Hasta hace poco no podíamos hacer nada para ayudarla. Ahora voy a arriesgarme a despertar la cólera de la reina e iré a Londres, porque De Marisco ya ha resuelto el problema. Por el amor de Dios, Adam, dile lo que hemos pensado antes de que nos estrangule a los dos.

Adam de Marisco describió el plan meticulosamente.

– Es posible -asintió con aire pensativo Robert Small-. ¿Tenéis el diario de a bordo?

Adam de Marisco trajo el libro y Robbie lo abrió para mirarlo.

– Sí -dijo inmediatamente-. Es árabe. -Se quedó en silencio unos momentos mientras leía. Después dijo con lentitud-: El barco es el Gacela de Argel, y estuvo pirateando. -Parecía mucho más contento de pronto-. Hace algunas semanas recogieron a unos hombres en una balsa de troncos y después de eso la tripulación empezó a enfermar y a morir. Los de la balsa murieron enseguida. Esta última anotación es de hace diez días. Dice solamente: «Que Alá tenga piedad de nosotros.» -Robbie levantó la vista-. Pobrecitos. -Pasó las páginas hacia atrás y leyó en varios de los fragmentos, y, de pronto, su cara carcomida por el clima se iluminó con una sonrisa-. ¡Pero qué suerte! Una entrada de la última primavera: «Hemos abordado un maldito español hoy», y estaban en el Atlántico, cerca de la costa de Irlanda. Iban hacia América. El resto del diario tiene entradas sobre abordajes contra naves infieles, sobre todo españolas, pero eso nos viene bien. Si Cecil tiene sospechas y encuentra a alguien que lea árabe, el diario nos ayudará. Lo leeré con más detenimiento mañana para asegurarme de que no hay nada que pueda hacerle daño a Skye. Mientras tanto, envía a la Gacela a Londres esta noche. Tendremos que esperar a que llegue antes de hacer nada. Si no esperamos, perderemos el elemento sorpresa.

Era difícil esperar, pero lo hicieron. Adam de Marisco volvió a Lundy y se dedicó a caminar de una punta a la otra de la isla al menos unas doce veces durante las semanas que siguieron.

Robert Small se fue a casa, a Wren Court, donde pasó el tiempo arreglando los asuntos de la compañía mercante que poseía con Skye. El francés Jean, secretario de Skye, tuvo que tolerar el malhumor de Robbie, y si no hubiera sido por su lealtad hacia su señora, habría renunciado y se habría llevado a Marie y a sus hijos de vuelta a Bretaña.

Niall estaba preocupado por un posible fracaso del plan. ¿Qué harían si todo salía mal? Pero escondió sus temores ante los niños. La partida de su madre había obligado a Robin Southwood a madurar. Sin Skye para protegerlo y bajo la fuerte influencia de su padrastro, el joven conde de Lynmouth empezó a darse cuenta de su posición y aceptó el desafío que representaba para él.