– ¿Cuánto tiempo falta? -preguntó.
– Un rato -le llegó la respuesta que lo enfureció por lo vaga-. ¿Veis ese puntito allá lejos? Una vez que demos la vuelta allí, estaréis en casa. Ahí es donde vamos a dejar el bote y desde ahí os llevaré caminando. Tengo un mensaje para el MacWilliam.
– ¡Caminar! -explotó Niall-. Tomaremos los primeros caballos que veamos. El castillo del MacWilliam está lejos del mar, buen hombre. ¿Sabéis cabalgar?
– Tan bien como vos podáis manejar un barco, muchacho.
– Entonces, que Dios os ayude, MacGuire… Pronto os sentiréis tan incómodo como yo ahora.
Cuando por fin llegaron a la orilla, el capitán desató a su prisionero y le ayudó a bajar del bote. Niall Burke se frotó las muñecas, doloridas por la presión de las cuerdas. Estaba ansioso por llegar a casa para poder hablar con su padre. Subió hasta la cima de la colina que se elevaba sobre la playa.
Sin volver la vista atrás para comprobar si MacGuire lo seguía, se alejó corriendo por un sendero apenas visible. Después de media hora de caminata, llegó a una granja con techo de paja. Junto a la granja había una huerta con coles, zanahorias y otras legumbres, berro y algunas flores luminosas. Los campos cercanos, bien cuidados, se teñían ya del color del arroz y la cebada.
En un prado cercano a la huerta pastaban una docena de caballos. No había señales de vida, aunque MacGuire hubiera jurado que había visto humo en la chimenea.
– ¡Eh! ¡De la casa! Somos Niall Burke y un amigo…
En un segundo, la puerta de la granja se abrió de golpe y tras ella apareció un hombre robusto. Se volvió y gritó a los de dentro:
– No pasa nada, Maeve. Es el señor. -El hombre se les acercó con una sonrisa en los labios y estrechó la mano de Niall con la suya, grande como la garra de un oso-. ¡Bienvenido, milord! ¿Qué podemos hacer por vos?
– Necesito dos caballos, Brian. Ese tipo de aspecto malvado es el capitán MacGuire, uno de los hombres del O'Malley. Te devolverá los animales más tarde.
– Enseguida, mi señor. Si no tenéis prisa, mi esposa está sacando el pan del horno.
Los ojos de Niall Burke brillaron agradecidos.
– Oh -suspiró-, el pan de Maeve con su miel… ¡Venid, MacGuire! Voy a invitaros aunque me habéis maltratado bastante.
El capitán lo siguió. Niall pasó por la puerta como una exhalación y abrazó con fuerza a una mujer flaca. La levantó sobre su cabeza y la bajó para besarla en las sonrojadas mejillas mientras ella reía y le rogaba que la bajara.
– Vine a conquistar tu virtud… y tu delicioso pan, Maeve, amor mío… -bromeó él dejándola de nuevo en el suelo.
Ella lo palmeó con cariño y gruñó divertida:
– Basta de bromas, señor Niall. Ya deberíais haber crecido un poco. Venid, y vuestro amigo también. Tomad asiento. El pan acaba de salir del horno.
Los dos hombres la obedecieron y Niall le explicó a MacGuire:
– Maeve fue mi nodriza hasta que cumplí los siete años. Después me abandonó para casarse con Brian. De chico venía mucho aquí, porque su pan es el mejor del distrito. Y, por algún misterioso motivo, sus abejas hacen la mejor de las mieles del mundo.
– Es por el aire salobre -explicó Maeve-. Le da un gustito especial a la miel.
MacGuire comprobó enseguida que lord Burke no mentía. Sonrió y le dijo a Maeve:
– Si tuvierais una hija que supiese cocinar como vos, qué digo, la mitad de bien que vos, me casaría con ella inmediatamente.
Maeve se sonrojó complacida.
– Si volvéis por aquí, capitán, venid a comer con nosotros.
– Gracias, señora, lo haré.
– Los caballos están preparados, milord -advirtió Brian desde la puerta.
Niall Burke se puso en pie mientras lamía con un gesto que lo convertía en un niño un poquito de miel que le había caído en la mano.
– Vamos, MacGuire. ¡Quiero llegar a casa cuanto antes!
El capitán se sorprendió al ver las dos excelentes monturas ya ensilladas que los esperaban. Montaron y se alejaron con un gesto de despedida para Brian.
– Vuestros campesinos deben ser prósperos. Es difícil para un campesino tener caballos de tanta calidad -observó MacGuire mientras se alejaban.
– Son nuestros -le explicó Burke-. Repartimos los buenos caballos entre ciertas familias para casos como éste. Así, siempre tenemos una buena montura a mano. -Espoleó al caballo hasta ponerlo al galope-. Vamos, hombre -le gritó al capitán, que botaba sobre su montura, decididamente incómodo-. ¡A casa!
Niall Burke iba a lamentar su prisa. Apenas entró en el vestíbulo del castillo de MacWilliam, el capitán entregó la carta al señor y se retiró para recibir los cuidados y el descanso que se deben a los huéspedes. Niall permaneció en pie, esperando, incómodo, mientras el MacWilliam, con los rasgos cada vez más turbios, miraba con rabia a su hijo y espetaba en un rugido:
– ¡Maldición, arrogante cachorro, espero que tengas una magnífica explicación para esto! Los barcos de Dubhdara O'Malley son vitales para la defensa del área, y también la buena voluntad de los Ballyhennessey O'Flaherty…
Niall, evidentemente, no había leído la carta. Sorprendido, tartamudeó como un chico en la escuela:
– La amo, padre. Amo a Skye O'Malley. Traté de hablar con Dubhdara O'Malley para que pospusiera la boda. Pero su esposa rompió aguas antes de que pudiera hacerlo. Tuvo un parto muy difícil y él desapareció. Casaron a la muchacha antes de tiempo, prácticamente en secreto…
– O'Malley no habría roto el compromiso, estúpido… ¡Estaba pactado desde hacía años…! ¡Tenía que cumplirlo! Y casó muy bien a su jovencita… ¿Cómo osaste interferir en algo semejante?
– La amo y ella me ama. Odia a ese bastardo de O'Flaherty; la casaron con él a la fuerza… Siempre lo ha odiado, incluso antes de que nos encontráramos…
– ¿Y tú pensaste que eso te daba el derecho de reclamar la pernada sobre la novia? ¡Dios mío, hijo! Si fueras cualquier otra persona te mataría aquí mismo. Tienes suerte de que el O'Malley tenga sentido del humor. A la muchacha la han enviado al convento de su hermana para ver si esa nochecita tuya termina allí o causa más problemas.
– ¡La amo! -gritó Niall-. Quiero anular ese matrimonio para poder casarme con ella. Tiene que haber algún obispo en nuestra familia.
– ¡Tendrán que hacerlo sobre mi cadáver! -rugió el MacWilliam-. Los barcos de O'Malley son demasiado valiosos para mí. Su hija, no. No quiero que una mujer pirata sea la madre de mis nietos. Ya he arreglado todo para que te cases con Darragh O'Neill, la hermana pequeña de tu anterior prometida. Tiene trece años, está lista para el matrimonio. Te casarás dentro de tres semanas.
– No.
– ¡Sí! Escúchame bien, idiota, toma a la chica de los O'Malley como amante si esto te hace feliz, pero te aseguro que no vas a casarte con ella. Ya tiene esposo. Y por lo que he oído decir de él, en cuanto la lleve a la cama, serás apenas un vago recuerdo para ella.
– ¡Vete al diablo!
Niall Burke salió furioso de la habitación de su padre y acabó emborrachándose.
Al día siguiente, con la cabeza latiéndole como un bombo y la sensación de que la cara se le había hinchado hasta lo imposible, su padre lo mandó llamar de nuevo.
– Te han traído esto esta mañana. Me he tomado la libertad de leerlo y lo único que voy a decirte es que la hija del O'Malley es más sensata que tú. Eso es obvio.
Niall le arrancó el papel de las manos y lo leyó lentamente:
Mi señor Burke:
Me he retirado con mi hermana a su convento de St. Bride's en Innishturk donde rezaré a Nuestra Señora para que la vergonzosa noche que pasamos juntos no dé frutos. Lo que hicimos estuvo mal y sólo me resta esperar que mi esposo me perdone. Espero que vos me olvidéis y, por la buena salud de vuestra alma, os caséis lo más pronto posible con una buena mujer según las leyes cristianas. Que Dios os acompañe.