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Skye fue hasta la cama y puso al bebé en su pecho. Las manitas de Deirdre la tocaron, y aunque miraba a su padre con ojos azules llenos de sospechas, empezó a chupar con fuerza.

– Se ha asustado. Dentro de unos días se acostumbrará a ti, amor mío.

Satisfecho, Niall miró con placer cómo su esposa alimentaba a su hija. Después los dos pasaron unos minutos jugando con Deirdre. El bebé tocó los dedos de su padre, y luego los cogió mientras su padre la acunaba. Era un juego que le gustaba mucho y empezó a mirar a Niall con menos desconfianza.

Cuando llegaron las sirvientas con la tina de Skye, Deirdre salió en brazos de su tía para prepararse para el largo viaje. Niall se retiró a la habitación vecina, vestido con sus ropas de viaje, y después controló el coche en el que viajaría Skye.

El coche de los Lynmouth había permanecido escondido en el establo de Greenwood para que nadie supiera que los Burke estaban allí. El cochero y el sirviente habían pasado unos días felices en compañía de las sirvientas de Greenwood. Ahora, bajo el ojo vigilante del amo, sacaron el coche del establo y engancharon a los seis caballos grises. Se colocó el equipaje en su lugar y se cargó agua. Se llenaron y aseguraron botellas con vino. Se acomodó con cuidado una canasta de junco en un riel de hierro que quedaba justa por encima del asiento del centro. Forrada de seda, con un pequeño colchón, albergaría inmediatamente a lady Deirdre. Daisy se sentaría a un lado y la tía de Deirdre al otro. Debajo del asiento, una de las mujeres de la cocina acomodó dos canastas llenas de pan, queso, huevos duros, jamón y fruta.

En el pequeño comedor familiar de Greenwood, Robbie, Adam, Eibhlin, Skye y Niall disfrutaron de un buen desayuno de jamón y huevo, budín, pan y fruta. Tenían un duro día por delante y estaban ansiosos por emprender el viaje, ansiosos por alejarse de la pesadilla en que se había convertido Londres para ellos.

Daisy y el bebé ya estaban en el coche cuando subió Eibhlin.

– ¿Cerramos las cortinas? -preguntó Daisy.

– Por favor, no -contestó la monja-. Lo único que he visto de Londres ha sido un río oscuro y la Torre. Nunca había estado aquí y no pienso volver. Me gustaría llevarme un recuerdo de esta ciudad a Irlanda.

Niall ayudó a su esposa a montar a caballo. Sentada sobre el animal, Skye sintió que la libertad la mareaba. Sabía que tenían que viajar en secreto, así que se colocó la capucha de la capa sobre la cabeza y notó que el escudo de armas había sido retirado del coche.

El coche y los cuatro jinetes se movieron a través de las calles de Londres y los sonidos de la mañana los rodearon.

– ¡Leche! ¿Quién quiere comprar mi leche buena y fresca?

– ¡Violetas! ¡Violetas perfumadas!

– ¡Arenque! ¡Arenque fresco, medio penique el kilo!

– ¡Ollas! ¡Arreglo las ollas rotas!

El solemne grupito, bien escondido detrás de capuchas y cortinas, siguió adelante hasta tomar el camino que llevaba a las afueras. Después de viajar varios kilómetros más allá de las últimas calles, Skye echó la capucha hacia atrás con un gesto exuberante y dejó que el cabello negro y largo flotara sobre su espalda. Le brillaban los ojos azules y tenía las mejillas rosadas de excitación y alegría por la sensación de cabalgar.

En la cima de la colina, se detuvo y miró la ciudad allá abajo.

– ¿Cómo convencisteis a Cecil de que me liberara? -preguntó a los tres hombres que la habían rescatado.

– ¿Cómo? ¿Niall no te lo ha contado? -preguntó Robbie.

– Supongo que tenía otras cosas en mente -murmuró De Marisco.

– Bueno, ¿cómo lo hicisteis? -repitió ella, y entonces, se lo contaron-. ¿Quieres decir que sacrificaste tu parte del Santa María Madre de Cristo, Adam? ¿Fue tu parte lo que se encontró en el Gacela? -preguntó Skye cuando terminaron de explicárselo-. ¡Te compensaré! ¡Lo juro!

– Estás libre, Skye, eso es lo único que importa -protestó él, avergonzado.

– Yo puse tus esmeraldas, las que habíamos separado de ti. Las puse en el tesoro del Gacela -dijo Niall con calma.

– ¿Pusiste mis esmeraldas?

Todos esperaron la explosión. Pero Skye rió.

– Por Dios -dijo-. He vencido a Isabel Tudor en todo y de una forma que ni yo misma esperaba.

– ¿Qué quieres decir, Skye? -preguntó Robert Small.

– Pero Robbie, ¿no te das cuenta? La reina no tiene más que algo de oro y unas piedras frías, pero yo tengo el verdadero tesoro. Os tengo a vosotros tres. A Niall, mi amado esposo, y a mi amigo Adam y a mi querido Robbie. Hasta que Bess Tudor tenga un esposo y amigos leales como los míos, no posee nada de valor. Le tengo lástima.

Los tres la miraron extrañados y se dieron cuenta de que era cierto. Skye le tenía lástima a la reina, y los tres sonrieron, sin vergüenza.

Skye los miró a los ojos, uno por uno, un largo rato, con cariño. Su sonrisa era tan brillante como la mañana.

– ¡Caballeros! ¡Vámonos a casa! -exclamó.

Y haciendo girar en redondo a su caballo, salió galopando bajo el sol de abril hacia el camino de Devon.

* * *

Bertrice Small

Bertrice Small nació el 9 de diciembre de 1937 en Manhattan, Nueva York. Está casada con George Small y tienen un hijo. Ha vivido al este de Long Island durante los últimos 35 años. Sus grandes pasiones son sus mascotas, que son parte de la familia, Finnegan y Sylvester, sus gatos; su jardín; su trabajo y la vida en general.

Desde 1978 ha escrito cuarenta novelas, treinta y seis son del género romance histórico, dos romance fantástico y dos eróticas contemporáneas. Cuenta en su haber con cuatro novelas eróticas más. Sus obras incluyen The Kadin, que se pronuncia Kah-deen y las admiradas series The O’Malley Saga y Skyes’s Legacy.

Ha sido reconocida como líder de ventas por el New York Times, además de haber recibido múltiples reconocimientos como The Golden Leaf Y The Silver Pen. En el 2004 Bertrice recibió un premio de la revista Romantic Times por sus contribuciones al género de romance histórico.

Pertenece al signo Sagitario y se considera una persona que dice exactamente lo que piensa, sin tapujos. Ella explica que los de su signo zodiacal son considerados intelectuales y no toleran las tonterías. Sin embargo es leal a quienes le son leales. Le gusta viajar tanto mental como físicamente.

Su primer novela la escribió cuando tenía trece años. Se trataba de una princesa Inca quien prefirió lanzarse desde las alturas de Macchu Picchu antes que sucumbir a los avances de un diabólico conquistador español. Tema bastante dramático para una niña de esa edad que asistía a un colegio de monjas. Cabe agregar que había estado escribiendo poesía desde que tenía 7 años.

Cuando estaba en la Universidad hizo amistad con una chica turca cuya abuela había estado en el harém del último sultán Ottoman y como Bertrice había estado muy apegada a su abuela irlandesa, entre las dos amigas compartían sus historias. De esas charlas surgió la idea de The Kadin, sin embargo el género que conocemos ahora como romance histórico no era igual al de ese tiempo así que tomó como modelos a escritores como Anya Seton, Taylor Caldwell, Jan Westcott y Frank Yerby. Le tomó dos años escribir la novela y uno más corregirla. Ese fue el inicio de una carrera imparable.

Cuando le preguntaron que si el genio de la botella pudiera concederle tres deseos, cuáles serían, ella respondió: «Más tiempo. Salud y éxito para mi hijo Thomas».

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