Pero Skye no había recuperado la memoria.
El médico árabe de Khalid la examinó meticulosamente. Tenía entre dieciocho y veinte años. No era virgen; es más, seguramente había sido madre más de una vez.
No padecía enfermedades y su dentadura estaba completa y en perfecto estado. Como el médico no encontró evidencias de ningún golpe en la cabeza, supuso que la pérdida de la memoria se debía a algún terrible impacto emocional y que su cerebro, sencillamente, se negaba a recordar.
Los hermosos ojos azules de la mujer, que cambiaron del zafiro al azul verdoso según su estado de ánimo, se abrieron ahora y lo miraron.
– Mi señor Khalid.
Él sonrió.
– ¿Cómo te sientes, hermosa Skye? -preguntó, y le acarició el cabello negro.
– Me siento mucho mejor, mi señor.
– Tenemos que hablar ahora, Skye.
– ¿De qué, mi señor?
– Ya sabes que mi nombre es Khalid el Bey. Pero tengo un apodo, Skye, me llaman Señor de las Prostitutas de Argel. Soy propietario de muchas casas repletas de hermosas mujeres que se desviven por agradar a los hombres que vienen a verlas. Soy el dueño de esas mujeres, como soy tu dueño.
– ¿Vos sois mi dueño? -ella no podía creerlo-. ¿Os pertenezco?
– Sí. El capitán Rai el Abdul te compró a ese primer capitán y después te vendió a mí.
– ¿Por qué me comprasteis?
– ¿Recuerdas algo sobre hacer el amor, Skye? -Ella meneó la cabeza. Él suspiró-. Haré que Yasmin te instruya en ciertos asuntos. Después, yo mismo te daré las últimas lecciones. Empezaremos mañana mismo porque el médico me ha asegurado que ya estás bien.
– No le gusto a Yasmin, mi señor Khalid.
– Yasmin es mi esclava, como tú, Skye. Hará lo que yo le ordene. Si te molesta de alguna forma, no dudes en decírmelo.
– Sí, mi señor Khalid. Y gracias -añadió con suavidad-. Trataré de aprender rápido para agradaros.
Después él volvió a pensar en esa respuesta. Si ella era una noble europea, tal como suponía, entonces debía de ser cristiana. Sin embargo, la pérdida de la memoria la había librado de su religión y de la ética de esa religión. Si él le hacía comprender las delicias físicas del amor y las convertía en algo agradable para ella, la transformaría en la cortesana más famosa de Arabia desde Aspasia. Era un desafío magnífico y Khalid estaba dispuesto a afrontarlo.
Esa noche, cuando terminó su cena, despidió al esclavo y dio órdenes al mayordomo de buscar a quien sería su compañera en el lecho esa noche. Después, dejó entrar en su cuarto a la mujer que administraba su más famoso burdel. Cuando Yasmin se sentó frente a él, Khalid se maravilló de su belleza. Sabía que Yasmin tenía casi cuarenta años. Pero era una circasiana, y las circasianas eran famosas por su hermosura entre todas las esclavas del mundo. La había comprado, hacía ya unos veinte años, en una granja de crianza. Había sido la primera de sus mujeres especiales. Gracias a ella, había podido superar a sus competidores.
En general, los burdeles de Argel estaban confinados en la zona cercana a la playa y prestaban sus servicios a marineros de todas las nacionalidades. Los residentes ricos de la ciudad poseían harenes particulares y no necesitaban ese tipo de servicios. Pero los traficantes de carne de la ciudad habían olvidado un tipo de cliente. Argel, la ciudad más importante de la costa norte de África, recibía a muchos visitantes ricos. Esos visitantes venían sin mujeres. Khalid fue el primero en descubrir el filón. Eso lo hizo famoso.
Las mujeres de la Casa de la Felicidad eran las más hermosas y complacientes de Argel.
No había dos iguales, porque Khalid se enorgullecía de poder ofrecer variedad. Aunque otros habían tratado de imitarlo, habían fracasado miserablemente, y esos fracasos le habían ganado el título de Señor de las Prostitutas. Y no era dueño solamente de la Casa de la Felicidad, también tenía intereses en casi todas las casas de prostitución de la ciudad.
Los otros comerciantes de la ciudad lo admiraban y lo respetaban porque, aunque astuto, era escrupuloso y honesto. Sin embargo, muy pocos lo conocían realmente y sus orígenes eran un misterio. Aunque algunos creían que era moro, en realidad era español. Había nacido cerca de la ciudad de Granada como Diego Indio Goya del Fuentes, segundo hijo de una familia de alcurnia. Había recibido una esmerada educación y tal vez se hubiera casado y hubiera seguido con la vida circunspecta de los nobles del siglo xvi en España, pero el destino, en la forma de una hermosa muchacha mora, había truncado esos planes. Diego se había enamorado desesperadamente de Noor, la muchacha, pero Noor había permanecido firme en su fe islámica y él en el cristianismo. Diego Goya del Fuentes estaba comprometido hacía ya mucho. Sus hermanas se dedicaron, concienzudamente, a inquietar a la novia con constantes menciones de Noor. La novia, una muchacha devota y pulcra, sintió que era su deber moral informar a la Inquisición de la existencia de la muchacha mora. El día que Noor fue quemada en la hoguera por infiel, Diego estaba de pie, mirando, en una esquina de la plaza de la ciudad con la cara tapada por un gorro y húmeda de lágrimas. La persona más dulce y bondadosa que había conocido estaba a punto de ser devorada por las llamas. La habían torturado cruelmente, pero cuando las llamas lamieron su cuerpo lleno de gracia, su dulce voz elevó una plegaria a su dios, Alá. Después de eso, Diego Goya del Fuentes desapareció de España para siempre.
Vagó varios años a través de Europa y el Medio Oriente y, finalmente, recaló en Argel. Cambió su nombre por el de Khalid y el título «el Bey» fue resultado de su viaje a las ciudades sagradas de Medina y la Meca. Se convirtió al Islam en honor de Noor, aunque no sentía ninguna llamada religiosa que se pudiera considerar profunda.
Sus sentimientos hacia las mujeres eran ambiguos. Por un lado, recordaba a su primer amor perdido y toda su dulzura. Por el otro, tenía muy presente la perfidia de sus hermanas y la crueldad y la ignorancia de su novia española. Tal vez eso explicara que, a pesar de que esclavizaba mujeres para la prostitución, era un amo dulce y comprensivo.
Skye lo había conmovido como ninguna otra mujer desde Noor. Su total indefensión lo perturbaba y por eso le encomendó a Yasmin que la cuidara. Pero Yasmin discutía:
– ¿Por qué os preocupáis tanto por esta chica en particular, mi señor? Es como cualquier otra. -El tono de la circasiana era despectivo y Khalid el Bey escondió una sonrisa. Yasmin lo amaba desde hacía años, sin ser correspondida. Ninguna mujer había podido ocupar su corazón desde la muerte de Noor.
– Skye es como una niña recién nacida -le explicó él con paciencia-. Aunque recuerda ciertas cosas, su pérdida de memoria ha borrado todas sus experiencias amatorias. No sabe nada y no tiene prejuicios. Si la manejamos con cuidado, tal vez podamos moldearla a nuestro capricho -enfatizó el nuestro porque conocía a Yasmin.
Yasmin se inclinó hacia él, interesada.
– ¿Y eso sería de vuestro agrado, mi señor?
– Sí, Yasmin, sí. Skye no es sólo una cara bonita y un bello cuerpo. Tiene mucho más que eso. Me doy cuenta de que hay una personalidad fuerte detrás de esos ojos azules y hermosos, y eso es lo que quiero que aflore en ella. Como las cortesanas de Atenas en la Antigüedad, quiero que complazca a los caballeros con un cuerpo habilidoso y una gran inteligencia. No quiero que la usen los que gustan de lo extraño, sino más bien los hombres elegantes, los cultos, como el comandante otomano del Casbah. O tal vez los capitanes que vienen desde los estados italianos, de Francia, de Inglaterra. Juntos, Yasmin, tú y yo, haremos de ella una mujer codiciada, intrigante, misteriosa.
– Cumpliré con mi parte, mi señor Khalid. Le enseñaré cuanto sé. Incluso algunas cosas que no enseño a las demás. Skye será única y será la perfección absoluta.