– ¡Señora! -rogó Alí, y Yasmin rió. Tenía la respuesta que quería. Skye no podía tolerar que la tocara una mujer, pero le gustaban los hombres. Las lecciones podían continuar. No volvió a pensar en Alí y lo despidió enseguida. Él huyó, envolviéndose en su bata.
– ¡Qué extraña criatura! -observó Skye-. ¿No le ha gustado?
Yasmin volvió a reír.
– Claro que le has gustado, y si hubierais estado solos, probablemente te habría hecho el amor. Se lo permitiré cuando tú sepas más. Usamos a los eunucos para eso, porque no podemos practicar con nuestros clientes, como supondrás. -Miró a Skye con inocencia-. Eres una buena discípula, pero eso es todo por hoy. Volveré mañana a la misma hora.
Después de la partida de Yasmin, Skye se quedó sentada en silencio durante unos minutos. Luego, sus manos recorrieron su cuerpo y se acarició los senos. Lentamente, acarició su cuerpo y descubrió, sorprendida que sus pezones se habían endurecido. Pensó en lo que sería que un hombre la acariciara y sintió una especie de cosquilleo entre los muslos. Era tan placentero… ¿Qué otras cosas hermosas se habrían borrado de su mente? Suspiró, se echó sobre los almohadones y se quedó dormida.
Esa noche, Khalid el Bey ordenó que le trajesen a Skye. Ella acababa de bañarse y perfumarse. Se había colocado un ligero caftán de seda color lila y corrió descalza a través del vestíbulo alfombrado que separaba su habitación de los aposentos de Khalid.
– ¡Qué hermosa eres! -exclamó él cuando ella apareció en su puerta. Notó el brillo de la piel y la forma en que su cabello color medianoche se le acaracolaba en rizos húmedos sobre la cara-. Yasmin me ha dicho que eres una buena discípula. Dice que tienes talento y que progresas con rapidez. Está encantada contigo y, por lo tanto, yo también lo estoy.
La cara de ella se iluminó.
– Me agrada que estéis satisfecho de mí, mi señor Khalid… Sin vos, no sería nada.
La gran mano de él se curvó sobre el mentón de ella y sus ojos oscuros miraron el azul de los de ella.
– No lo creo, mi querida pajarita extraviada. No lo creo. -Luego sonrió y preguntó con amabilidad-: ¿Qué has aprendido?
– Solamente a perfumarme y a desnudarme correctamente ante un caballero.
– Desvístete para mí -ordenó él mientras se sentaba sobre los almohadones, con las piernas cruzadas-. Imaginemos que voy a ser tu caballero.
Ella se quedó quieta frente a él. Sus dedos parecieron no tocar los pequeños botones de perla, pero la bata se abrió. Él casi no vio los senos cuando ella giró con gracia y lentitud. La bata de seda se deslizó, muy despacio, en una agonía, sobre la larga línea de su espalda y las dos lunas perfectas de sus nalgas. Ella se volvió para mirarlo, con los ojos bajos, en un gesto de modestia. Se dejó caer al suelo y susurró con suavidad, pero sin confusión:
– Como mi señor ordene.
Durante un momento, él miró la cabellera negra y brillante que tocaba sus sandalias. Estaba sorprendido no solamente por su habilidad, sino por la reacción que había despertado en él. Bajo su bata de brocado, se desbordaba su deseo, un deseo que resultaba casi doloroso. No podía creerlo. Siempre había mantenido un control absoluto sobre su cuerpo. Ella levantó la cabeza y los ojos de ambos se encontraron.
– ¿Os gusto, mi señor? -preguntó Skye con ingenuidad.
– Mucho -murmuró él con voz casi temblorosa. ¡No! ¡No!, gritaba la parte más cuerda de su ser, pero se oyó diciendo-: Siéntate junto a mí, Skye. -Y cuando ella anidó en la curva de su fuerte brazo de hombre, se inclinó sobre ella y le rozó los labios. Los de ella se abrieron con rapidez y él dejó entrar ese aliento perfumado en su boca. Su lengua buscó la de Skye, la encontró y ambos se acariciaron con suavidad ardiente hasta que él sintió las manos de ella buscando las suyas como para apoyarlas en su cuerpo desnudo.
– ¡Acariciadme, mi señor Khalid! -murmuró ella llena de deseo-. ¡Por favor, por favor, ahora!
Él luchaba por controlarse, pero dejó que sus manos se deslizaran sobre ese cuerpo. Nunca había sentido un deseo tan intenso por ninguna mujer. La piel de ella era lo más suave que hubiera tocado jamás, y cuando ella gimió de placer, Khalid sintió que temblaba de arriba abajo. Se quitó la bata. «¡No, no debes! ¡No le han enseñado! ¡Arruinarás todo!» -le advertía su intelecto, pero sus labios se deslizaron por el hermoso pilar de ese cuello pálido y su boca hambrienta capturó un pezón y lo chupó con pasión hasta que, con un amago de grito de desesperación, Khalid cedió a sus deseos.
Se balanceó sobre el cuerpo ardiente de Skye y le separó los muslos con impaciencia. Se hundió en la calidez acogedora de esa mujer que le daba la bienvenida. Ella suspiró e instintivamente lo envolvió con brazos y piernas y movió su cuerpo siguiendo el ritmo que él le marcaba con ímpetu. Los suaves dedos se deslizaron a lo largo de la espalda larga y delgada de Khalid y acariciaron las musculosas nalgas hasta que él gimió de placer. Ella sentía una tensión cosquilleante en su cuerpo que se iba haciendo más y más poderosa hasta que estalló como una ola gigante que la elevó hasta el cielo y luego la dejó caer en una profunda oscuridad de remolinos.
– ¡Skye! ¡Skye! ¡Mi hermosa, mi amor! -le murmuró él al oído. Y la acarició con dulzura.
– No recordaba lo hermoso que era hacer el amor -murmuró ella.
– ¿Recuerdas alguna otra cosa? -preguntó él con rapidez.
– No. Solamente que ya había hecho lo que acabamos de hacer y que era maravilloso hacerlo.
– No debería haberte tomado -dijo él-. ¿Y si te hubiera asustado?
– No me habéis asustado, mi señor Khalid, pero tal vez yo os haya desagradado, porque no soy aún muy hábil.
Él rió con voz débil.
– No, Skye, claro que no. Es verdad que no tienes la habilidad de una cortesana consumada. Pero esa falta de conocimientos me ha proporcionado un sublime placer.
– ¿Debo continuar mis lecciones con Yasmin, mi señor?
– Sí. Tu inocencia tiene encanto, amor mío, pero no hay nada malo en aprender cómo se hacen las cosas aquí. Aprenderás a dar placer a tus clientes de diversas maneras. Es tu deber como mujer saberlo todo de las artes del amor, y me mostrarás todo lo que Yasmin te enseñe.
Ella se echó boca arriba, respirando con tranquilidad y dulzura. Él se volvió porque quería mirarla. Trazó un dibujo delicado sobre los senos y el torso de Skye. Ella tembló y levantó sus ojos azules para mirarlo. Él se inclinó y la besó en la boca con suma ternura. Luego, le dio un beso en los párpados.
– Duérmete, Skye, y duérmete sabiendo que yo velaré tu sueño.
Los ojos de ella se cerraron. Él volvió a preguntarse quién sería y de dónde habría venido. Una mujer de la nobleza, de eso no había duda, pero, ¿de dónde? El color de su piel, y su cabello parecían indicar que no era del lejano norte y él no creía que viniera de Francia o de España. Unos días antes, cuando ella recuperó la consciencia, él le había hablado en francés y ella le había respondido, pero él sabía que ése no era el acento de una francesa. ¿Sería inglesa, o celta? A menos que recuperara la memoria, probablemente nunca lo sabría.
Khalid el Bey no estaba seguro de querer saberlo. De alguna forma, esa maravillosa criatura se había introducido en su corazón.
Había pasado mucho, mucho tiempo desde que no era capaz de sentir otra cosa que satisfacción sexual con una mujer, pero con Skye había renacido algo que creía olvidado para siempre. Un deseo de fundar un hogar verdadero, y para tener un hogar verdadero hacían falta una esposa e hijos.
Sonrió. Sus fantasías… Seguramente se estaba haciendo viejo, porque el primer signo de la edad en un hombre es un deseo de descanso. Miró de nuevo a la mujer que yacía a su lado. ¿Era posible? ¿Realmente la amaba? ¿Y si se casaba con ella y ella recuperaba la memoria? Pero eso era muy poco probable. El médico había dicho que nunca recuperaría la memoria, a menos que volviera a ver lo que la había impresionado. Exactamente lo mismo.