Выбрать главу

– Busca a mi secretario. Ahora mismo. Estaré en la biblioteca.

El esclavo se puso en pie, medio dormido todavía, y salió corriendo. Khalid el Bey se cubrió con su bata blanca y fue a la biblioteca a esperar a su secretario. El hombre llegó pocos minutos después, frotándose los ojos llenos de sueño.

– Lamento despertarte tan temprano, Jean, pero hay asuntos urgentes que quiero atender. -El secretario asintió, se sentó y tomó el lápiz. Era un cautivo francés que había rentabilizado su educación en un monasterio, ya que eso lo había hecho útil como secretario. De otro modo, habría terminado en las minas, como muchos otros.

Khalid el Bey le habló así:

– Quiero que prepares un documento de manumisión para la esclava conocida como Skye. La quiero legalmente libre. Después prepara un contrato de matrimonio entre la mujer libre conocida como Skye y yo. El precio de la novia será esta casa, las tierras que la rodean y veinticinco mil denarios. Consulta al intérprete de las leyes del Islam para que te diga las palabras exactas que debes usar. Luego, manda venir al astrólogo Osman. Quiero una consulta hoy mismo. ¡Espera! Antes que nada, envía un mensaje a Yasmin y dile que las lecciones se suspenden hasta nuevo aviso. No digas nada más. Con eso tienes bastante para empezar. Volveré más tarde.

Khalid el Bey se marchó y Jean lo oyó ordenar a un esclavo que le enviaran el desayuno al secretario en la biblioteca. El francesito se maravilló de que su amo fuera tan considerado. No era la primera vez que le sucedía. La bondad del Bey le había ganado la lealtad de su secretario desde el principio.

Jean se preguntó en qué andaría su amo. Podía tener a la mujer que quisiera sin necesidad de casarse.

¿Por qué el matrimonio ahora? Y Yasmin se enfurecería. Pero la lógica gala de Jean estaba del lado de su señor. Era hora de que tomara mujer y tuviera hijos. Y además, lady Skye era la mujer más hermosa que Jean había visto en años.

Khalid el Bey volvió a sus habitaciones. Skye se había marchado. La siguió hasta sus habitaciones y oyó risitas en el baño. Encontró a Skye y a las mellizas de Etiopía salpicando agua en la perfumada piscina. Las contempló un rato, maravillándose del contraste entre los cuerpos mojados marfil y ébano, todos brillantes y suaves.

Skye fue la primera en percatarse de su presencia y nadó hasta el lado menos hondo para subir parte de los escalones y tenderle la mano, como invitándolo. Era como una diosa allí desnuda en toda su joven belleza, y él sentía que el deseo despertaba de nuevo en su interior. Le tendió las manos y las dos esclavas etíopes salieron de la piscina para sacarle la ropa. Una vez desnudo, todas vieron lo que sentía. Los ojos azules de Skye brillaron, traviesos, llenos de seducción, y volvió a sumergirse en la piscina para emerger en medio de las aguas transparentes. La risa de Khalid llenó la habitación.

– ¿Dónde aprendiste a nadar así, muchachita, en nombre de los siete genios?

Los ojos verdiazules se abrieron llenos de inocencia y ella se encogió de hombros.

– ¡Lo lamento, mi señor! No lo recuerdo. ¿No tenéis miedo de tomar una esposa como ésta y acercarla a vuestro pecho? ¿Quién sabe qué más sé hacer?

Él nadó hasta ella y, con infinita dulzura, con una pasión dominada que ella sintió enseguida, le tomó la cara entre el pulgar y el índice. Los ojos ámbar y oro la miraron con gravedad.

– No temo tomar una esposa como ésta, Skye. Todas las sorpresas que escondas servirán para alegrarnos la vida. Te amo, mi pequeño enigma. ¡Te amo!

Unos brazos delgados y lechosos lo rodearon. Los pequeños senos se apretaron contra el oscuro vello del pecho de Khalid y ella le ofreció los labios.

– Khalid, puedes estar seguro, nunca te haría daño. Eres lo único que conozco y estaría perdida sin ti, pero ¿te parece suficiente? Sólo puedo ofrecerte mi persona, y ni siquiera sé muy bien quién soy.

– Lo que hay entre nosotros es maravilloso, Skye. Tu hermoso cuerpo responde al mío. Nos gustamos, y hay muchas parejas que empezaron una vida juntas con mucho menos que eso. No temas, amor mío. No me estás engañando. Es un buen negocio el que estamos haciendo. Tu preocupación por mí te hace más preciada a mis ojos. Pero ahora, mi hermosa -dijo, y la abrazó con fuerza-, ahora quiero hacerte el amor otra vez.

Ella rió, húmeda, refunfuñando, apretándose contra él.

– ¡Aún es temprano!

– Una hora deliciosa -exclamó él, y la recostó contra los azulejos tibios de sol que rodeaban la piscina, y se colocó encima de ella.

– Alguien va a vernos, Khalid.

– Nadie osará perturbarnos -gruñó él. Tenía el miembro erecto y le cosquilleaba con él los muslos-. Te deseo, Skye. Deseo este cuerpecito tentador que tienes. Te quiero cálida y dulce y cediendo a mis manos -le susurró al oído.

Ella tembló de placer cuando la lengua de él exploró su oreja y tembló de nuevo cuando él se movió a lo largo del perfumado contorno del cuello, mordisqueándole el hombro. Pronto se olvidó del sol. Las manos de Khalid exploraban las caderas y le acariciaban los fuegos de la pasión. Luego sintió que le chupaba los senos y le arrancaba un gemido de placer.

– Separa tus piernas para mí ahora, amor mío -murmuró Khalid-. Así, mi hermosa, recíbeme en esa dulzura feroz tan tuya. Oh, Skye…, tu pequeño horno de miel está hecho para mí. ¡Aprisióname, amor mío!

Las palabras de Khalid excitaban a Skye. Sus grandes manos seguían recorriendo su cuerpo, y cuando la gran espada entró en ella, se sintió repleta de amor por él. Los cuerpos se movían al unísono con ímpetu desbordado y cada latido la llevaba más cerca del más dulce de los olvidos. Subió más y más. Luego, se sintió arrastrada por un remolino de joyas y oyó el prolongado y suave grito de una mujer mezclado con un sollozo varonil.

Después, sintió que el sol acariciaba cálidamente su rostro y oyó el agua que golpeteaba los bordes de azulejo de la piscina. Abrió los ojos y miró alrededor. Él yacía boca arriba con los ojos cerrados, pero su voz trajo un color rojo subido a las mejillas de ella.

– Te hicieron para dar placer a un hombre -decía Khalid-, y me siento agradecido por ser ese hombre. Después del desayuno, veremos a Osman, el astrólogo, para que nos diga qué día es el más indicado para nuestra boda. Jean está preparando los papeles que te convertirán en una mujer libre, Skye.

– Ah, mi Khalid, eres tan bueno conmigo. Prometo ser una buena esposa -dijo ella, y se apretó contra la curva de su brazo.

Él sonrió y la acarició.

– Sé que lo serás, amor mío -le contestó.

Desayunaron yogur, brevas y café turco. Después, Skye volvió a sus habitaciones y Khalid el Bey dio la bienvenida a Osman, que le saludó diciendo:

– Ah, mi viejo amigo. Al fin, estás enamorado de nuevo.

Khalid rió.

– No tengo secretos para ti, ¿eh, Osman?

– Las estrellas me lo dicen todo, mi señor. Y me dicen algunas cosas sobre tu amada que tal vez quieras saber. Viene de una tierra neblinosa y verde, al norte, una tierra poblada por espíritus muy fuertes y enormes fuerzas físicas. Nació bajo el signo de Capricornio que, como todos los signos de fuego, es un signo impetuoso y apasionado.

Khalid el Bey se inclinó hacia delante, ansioso.

– ¿Cómo sabes todo eso, Osman?

– Porque una mujer como ésa ha aparecido recientemente en tu horizonte.

– Quiero casarme con ella.

– No puedo detenerte, mi señor.

– No pareces muy entusiasmado, Osman. ¿Qué me ocultas?

– Ella no se quedará contigo, Khalid. No es ése su destino. Su destino está con su gente, de vuelta a su tierra, así está escrito en las estrellas. Hay muchos hombres en su vida, pero siempre seguirá su propio camino, siempre será la dueña de su destino. Y hay un hombre en particular. Los senderos de los dos se han cruzado ya y volverán a hacerlo, estoy seguro. Ese hombre es quien comparte su alma, no tú, amigo mío. ¿No puedes simplemente disfrutarla mientras esté contigo? ¿Tienes que casarte con ella?