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Al parecer, Dom se excitaba enormemente al verla; por el contrario él no parecía interesarle demasiado a ella. Skye prefería galopar en su veloz potro negro o navegar con su padre en alguna aventura pirata. Y esa indiferencia hería el orgullo de Dom.

Dom O'Flaherty no estaba acostumbrado a que el sexo débil no le prestara atención. Las mujeres solían revolotear como gallinas cuando lo veían y él estaba muy orgulloso de sus hazañas sexuales.

Trataba de consolarse con la idea de que en cuanto se acostase con esa mujer, la domaría. Las vírgenes de temperamento caliente suelen convertirse en amantes apasionadas. Dom se relamió, pensando en que muy pronto le pertenecería y se tragó su copa de vino. No se dio cuenta de que su novia lo miraba con asco.

Dom O'Flaherty engordaría terriblemente cuando madurara, había decidido Skye.

Volvieron a oírse ruidos en la entrada. Anne O'Malley se levantó sonriendo.

– Vuestro padre ha vuelto -dijo-, y parece que trae invitados.

Dos galgos rusos, varios setters y un terrier gigante invadieron el vestíbulo. Uno de los galgos trotó hasta Anne y dejó caer dos saquitos a sus pies. Lady O'Malley se inclinó y los recogió. Desató los cordones y volcó el contenido de uno en la palma de su mano. Fascinada, contempló el collar de zafiros y diamantes que brillaba ante sus ojos.

– ¡Virgen Santa! -jadeó impresionada.

Dubhdara O'Malley rió con alegría desde la puerta.

– ¿Entonces te gusta, amor mío? Hay pendientes y un anillo. Todo un juego.

– ¿Que si me gusta? Oh, Dubh, es lo más hermoso que he visto en mi vida. ¿Dónde…?

– Un galeón portugués que naufragó cerca de la costa. Llegamos justo a tiempo para salvar al capitán de unos saqueadores. Resultó ser un hombre agradecido.

Anne no dijo nada, pero sabía leer entre líneas. Era evidente que su esposo y su tripulación habían luchado contra otros saqueadores de la costa por los tesoros del galeón. Los O'Malley habían sido piratas durante siglos. Era una forma de vida. Sin duda, el capitán del infortunado barco y los supervivientes de su tripulación estaban ahora en alguna celda en los sótanos de un castillo donde pasarían los próximos meses esperando un rescate. Anne tembló y se dijo a sí misma que esas cosas no eran asunto suyo.

– ¿Y dónde está mi niña? -preguntó O'Malley.

– Estoy aquí, pa.

Skye se levantó de su silla y se le acercó. Al verla con el traje de montar, O'Malley frunció el ceño.

– ¿Todavía cabalgas a horcajadas, nena?

– No me retes, papá -le rogó ella, con ironía-. Tú me enseñaste a cabalgar así, y te aseguro que no puedo galopar de costado. Es de lo más incómodo.

El O'Malley enarcó una ceja.

– ¿Y es necesario que galopes? ¿No basta con un trotecito? Debes pensar en los bebés que vas a darle a Dom, querida.

Ella ignoró la recriminación de su padre y preguntó enfurecida:

– ¿Has intentado alguna vez trotar con una pierna cruzada sobre la montura? La última vez que lo intenté, terminé con marcas de golpes en mi…

– ¡Skye! ¡Los invitados!

Y entonces, Skye se fijó en el hombre que estaba junto a su padre.

– Milord -le oyó decir a su padre-, es mi hija pequeña, Skye, que pronto será la esposa del joven O'Flaherty. Skye, él es Niall, lord Burke, el heredero de los MacWilliam.

– Niall an iarain, Niall de Hierro -murmuró la chica. Él era un hombre famoso, el amante soñado por todas las jóvenes de Irlanda.

– Veo que mi reputación me precede, lady Skye.

– Es un secreto a voces que sois el Capitán Venganza, y que dirigís los ataques contra los ingleses que viven en Dublín. Pero, por supuesto, nadie se atrevería a acusaros de eso.

– Ah, pero vos, lady Skye, no me teméis -murmuró él, mirándola de arriba abajo hasta que ella enrojeció.

Su voz era profunda y segura, pero tan suave como el terciopelo. Skye tembló. Levantó los ojos para encararlo. Los ojos de él eran grises, plateados casi, y ella se dio cuenta de que, probablemente, cuando estaba furioso, debían volverse más fríos que el mar del Norte, mientras que, en el calor de la pasión, serían tan cálidos como el buen vino. Esos pensamientos hicieron que sus mejillas se llenasen de color. Los ojos grises de lord Burke titilaron, como si estuvieran leyéndole el pensamiento.

Él le llevaba casi veinte centímetros. Su rostro bien afeitado había sido curtido por la vida al aire libre. El cabello, corto, era negro, como el de ella.

Le tomó la mano y se la besó. Ella casi se la arranca porque esos labios la quemaron como una llaga abierta. «Dulce María -pensó-, es mucho más sofisticado que Dom, y sin embargo, apenas me lleva diez años.»

– Bienvenido a Innisfana, milord -murmuró con amabilidad. ¡Dios! ¿Ésa era su voz, tan ronca y conmovida? ¿Y por qué la miraba tanto Anne?

La voz de su padre la devolvió a la realidad.

– Esto es para tu dote, muñequita -dijo y le dio una colección de maravillosos rubíes montados en oro: un collar, pendientes, brazaletes, un anillo y adornos para el cabello. Todo el mundo expresó su admiración y Dom O'Flaherty se felicitó como si él hubiera sido el responsable de la elección de su novia.

Skye tomó las joyas en sus manos. Le dio las gracias a su padre y salió de la habitación.

«¡Maldita sea! -pensó Anne-. Lord Burke le gusta. ¿Y por qué no? ¿Por qué no pensó Dubh en casarla con un hombre fuerte, fiero, como lord Burke en lugar de con ese muchachito vanidoso?»

Skye subió por las escaleras hasta su habitación, con lo que esperaba que fuera un gran despliegue de dignidad. Le parecía sorprendente poder moverse, porque le temblaban mucho las piernas. Estaba confundida y muy asustada por su reacción. Esperaba no haberse comportado como una niñita recién salida del cascarón, pero lo cierto es que nunca había sentido por un hombre lo que sentía en ese momento. Nunca había visto a Niall Burke, pero sus operaciones militares eran legendarias. Y como se había atrevido a decir hacía unos momentos, se le conocía como el Capitán Venganza, que atacaba a los ingleses y a sus aliados irlandeses cada vez que creía que la política de Inglaterra estaba dañando a su amada Irlanda.

El Capitán Venganza exigía un pago muy alto a los lores ingleses que trataban injustamente a sus súbditos irlandeses. Una vez, en un ataque que después consiguió que toda Irlanda riera entre dientes, había hecho el amor a la hija de un importante noble inglés que tenía propiedades en Irlanda. En cuanto la enamorada jovencita le dibujó los planos del castillo, el Capitán Venganza saqueó el tesoro y lo usó para pagar los impuestos de las familias irlandesas empobrecidas por una política de abusos. El inglés aceptó el dinero y le extendió recibos. El engaño se descubrió, pero era demasiado tarde y ya nada podía hacerse. Claro que se sospechaba la conexión entre el Capitán Venganza y Niall, lord Burke, pero ¿qué podían hacer las autoridades? La política de Londres era no enfurecer al señor de Connaught. Después de todo, era un aliado…, un aliado de Inglaterra, ya que no estaba en guerra abierta y declarada contra el sur. Y además, se decían los ingleses, ¿qué daño podía causar un solo rebelde?

Era en verdad un hombre fascinante, pensó Skye, y hubo un momento de íntimo reconocimiento entre ambos cuando se miraron.

A salvo en su habitación, miró cómo Molly, su dama de compañía, le preparaba el baño. Molly pensaba que Skye se bañaba demasiado, pero tenía que admitir que su señora olía mejor que cualquier otra que ella hubiera conocido. Le sacó las ropas de montar y las cepilló antes de colocarlas en el ropero. Skye se quitó la ropa interior, se recogió el cabello con una horquilla y subió a la tina.