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Finalmente, su esposo hizo girar el caballo blanco para sacarlo de la playa y ella vio el perfil oscuro de un edificio sobre una colina. Cuando se acercaron, vio que se trataba de una casa circular y grande en forma de quiosco. Parecía agradable, acogedora. A ambos lados de la entrada cubierta con velos de seda parpadeaban grandes faroles de bronce con globos venecianos. La luz de las velas les daba la bienvenida.

Khalid el Bey detuvo el caballo, ayudó a su esposa a desmontar y después desmontó él.

– ¡Bienvenida, amor mío! Bienvenida al Quiosco de la Perla. Tiene tres habitaciones, el dormitorio, un baño y un salón. Y ahora todo esto es tuyo, Skye, es mi regalo de bodas.

Ella estaba sorprendida y emocionada. El precio que él le había fijado como novia era muy generoso y ahora le hacía este regalo. Se sintió humilde a la luz de ese amor. Y le pareció que el corazón se le encogía en el pecho. Levantó la vista hacia él y dijo:

– Khalid, sabes que te amo. Si fueras pobre sentiría lo mismo, porque lo que da calor a mi corazón y tranquiliza mi espíritu es tu amor, no los regalos que me haces, aunque te los agradezco.

– Precisamente por eso me gusta hacerte regalos -le contestó él-. No te interesan demasiado los bienes materiales. Vamos, mi dulce Skye, entremos, empieza a refrescar. ¿No tienes curiosidad? ¿No quieres ver tu regalo?

El umbral del Quiosco de la Perla estaba adornado con sedas diáfanas y coloridas y en el vestíbulo había una piscina larga, estrecha, clara como un espejo. Skye levantó la vista y se quedó sin habla porque el techo tenía una parte de cristal que repetía el dibujo de la piscina y la llenaba de estrellas parpadeantes. Todo estaba iluminado por faroles de bronce y cristal como en la entrada.

Pasaron por una puerta a la izquierda y Skye descubrió un hermoso saloncito con un hogar que brillaba lleno de alegría, espantando la humedad del ambiente. El suelo estaba cubierto de mullidas alfombras. Había lámparas de colores colgando de finas cadenas desde el techo lleno de vigas y tallas. Los muebles tapizados y cubiertos de almohadones estaban adornados con los mejores terciopelos y sedas del color de las joyas más conocidas: rubíes, zafiros, esmeraldas, amatistas, topacios. Las ventanas que daban a tierra eran circulares y pequeñas, de cristal ámbar tallado a mano. Había mesas bajas con adornos de mosaico y grandes boles de bronce llenos de tulipanes rojos y amarillos. En una de las paredes había una librería empotrada llena de libros con tapas de cuero, y cuando Skye la vio, se le escapó una exclamación de entusiasmo.

– Así que Jean, mi buen secretario -dijo Khalid, riendo, satisfecho-, no se equivocaba en esto. Sabes leer. ¿En qué lengua lees, amor mío?

Ella parecía un poco avergonzada.

– Jean se mostró tan horrorizado cuando se enteró de que sabía leer, que no quise que tú lo supieras. Un día entré en la biblioteca y cuando vi los libros cogí uno y lo abrí. Estaba en francés. También descubrí que sé leer español, italiano, latín y la lengua que Jean llama inglés. -Bajó la cabeza y dijo, como dudando-: Parece que poseo también otro rasgo no muy femenino. Sé escribir.

Khalid el Bey rompió a reír.

– ¡Eso es maravilloso, Skye! ¡Maravilloso! Parece que eres una mujer muy inteligente. Sé que muchos hombres se horrorizarían de tenerte por esposa, pero yo no soy así. Los caminos de Alá son misteriosos. Primero pensé en convertirte en una prostituta famosa, pero ahora que sé que has recibido una excelente educación, te convertiré en mi socia. Cuando regresemos a la ciudad, te enseñaré personalmente con ayuda de Jean. Si alguna vez me sucediera algo, nadie podría engañarte. -La abrazó con fuerza y la besó-. Eres milagrosa, mi Skye… -rió entre dientes y ella se sintió arropada y segura y muy amada. Los ojos ámbar de su esposo titilaban como estrellas-. Todavía tenemos que ver nuestra cámara nupcial -murmuró, mientras la guiaba a través del vestíbulo hasta otra puerta tallada de hoja doble.

La habitación tenía las paredes pintadas simulando un oasis, con gráciles palmeras y dunas a lo lejos; y el techo era un maravilloso cielo de terciopelo que imitaba el cielo norteafricano, con estrellas titilantes pintadas en oro para que brillaran sobre el fondo negro. Skye descubriría después que, cuando salía el sol, ese cielo recuperaba su color verdadero, el azul, y que las estrellas desaparecían durante el día. Para seguir con la ilusión, las alfombras eran de lana color crema y oro, había tiestos con altas palmeras colocadas en lugares estratégicos, y la cama estaba adornada de modo que pareciera una tienda de campaña. La habitación estaba tenuemente iluminada por altas lámparas que parecían flores de loto y desprendían un leve perfume.

Sin decir palabra, Khalid le bajó la blusa sin mangas. Luego, hizo lo mismo con los pantalones anchos, y cuando ella terminó de sacárselos y empujó el montoncito de seda con el pie, él se arrodilló. Ella se quedó quieta mientras él le acariciaba los senos. Luego, con un leve movimiento, él la tomó de la cintura y le cubrió el torso de besos. Ella le tomó la cabeza y se la apretó contra el vientre liso y suave. El tiempo de las palabras había terminado. Durante un segundo, él permaneció inmóvil, disfrutando del tacto sedoso de esa piel increíble; luego, se quitó la ropa con premura y ambos fueron hasta la cama.

Fue el principio de una semana inolvidable. Skye nunca se había sentido amada con tanta ternura, con tanta pasión, con tanta sabiduría, tan plenamente. No hubo parte de su cuerpo que Khalid no quisiera explorar y adorar, y ella hizo lo mismo con el cuerpo masculino… Lentamente, perdió la timidez del comienzo y se atrevió a acariciarlo de formas sutiles que lo hacían gemir de placer. Hacían el amor de madrugada, en el calor de la tarde, en la oscuridad de la noche más profunda. Nadaban desnudos en el mar azul y blanco de espuma. Cazaban antílopes a caballo con los felinos de caza, las hermosas panteras adiestradas que saltaban alrededor de las cabalgaduras. Por entonces, Khalid y Skye habían hecho otro descubrimiento: Skye cabalgaba como una experta en la postura habitualmente reservada a los hombres. Y entonces, él le regaló una exquisita yegua árabe del color del oro puro.

Durante los días que pasaron en el Quiosco de la Perla, los sirvientes que les preparaban la comida y les ayudaban con las provisiones parecían un ejército invisible pero eficaz, que adivinaba sus deseos más ínfimos. Aparecían comidas deliciosas y ropa limpia y adecuada como por arte de magia. Cuando deseaban ir de caza, había caballos y carruajes en la puerta del quiosco. Si tenían calor, al regresar descubrían el baño preparado. Todo estaba pensado para convertir aquello en la época más feliz de sus vidas.

La noche anterior a la partida, Skye estaba despierta y agotada por el amor, feliz solamente por el hecho de poder oír la suave respiración de Khalid a su lado. De pronto, se dio cuenta de que nunca había sido tan feliz.

Él la rodeaba de seguridad, de amor, de todo lo que ella podía desear. Entonces, ¿por qué no podía entregarle su corazón?

Al día siguiente, cabalgaron de regreso a Argel vestidos ambos de blanco. Las panteras negras flanqueaban a los caballos, tranquilos pero imponentes en medio de las multitudes de la ciudad. Ese mismo día, cuando se instalaron de nuevo en la casa, Khalid el Bey llevó a su esposa a la biblioteca donde trabajaba Jean.

– ¡Hola, Jean! Te traigo una alumna.

El francesito levantó la vista con una sonrisa.

– ¡Bienvenido a casa, mi señor Khalid! ¡Bienvenida, señora Skye! ¿Quién va a ser mi alumna y qué debo enseñarle?

– Quiero que le enseñes el negocio a Skye. Si me sucediera algo, quiero que sepa defenderse y eso sólo será posible si tiene conocimientos claros sobre lo que hacemos. Como ya sabe leer, escribir y hablar en cuatro lenguas, te resultará fácil enseñarle primero algo de matemática.