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Constanza permaneció sentada, muy quieta, sin hacer intento alguno de cubrirse el cuerpo desnudo. En la colina, el ruano relinchó desafiante y montó a la yegüita blanca, mordiéndole el sedoso cuello y empujando su enorme órgano erecto dentro de ese cuerpo hermoso. Constanza se puso de pie y se desnudó por completo. La ropa formó un montoncito colorido a su alrededor. Luego miró a Niall con orgullo.

– Quiero que me hagáis ahora lo que mi ruano le está haciendo a mi yegua.

Niall Burke sintió la tensión en sus entrañas. Sólo un santo podría negarse a aceptar tal invitación y él no era un santo. Pero tampoco era un seductor. Entonces, tuvo una idea. «¿Por qué no? -pensó-. Tendré que hacerlo, tarde o temprano.» Así que dijo:

– ¿Quieres ser mi esposa, Constanza?

– Sí -respondió ella.

Él se puso en pie, alto, junto a ella y se quitó la ropa también. Ella lo miró con curiosidad. No tenía hermanos, de modo que no conocía la anatomía del varón. Frente a sus ojos asombrados, la masculinidad de Niall se alzó orgullosa como una bandera de batalla. Él le cogió la mano y le ordenó con ternura:

– Tócalo, niña. Te aseguro que no muerde…, aunque sabrá amarte muy bien.

La manita de Constanza se cerró alrededor del miembro erecto de Niall, curiosa y virginal. Niall retuvo el aliento porque temía asustarla. La tibia manita de ella lo acarició, frotándolo instintivamente y él no pudo retener un gemido. Ella lo soltó inmediatamente, asustada.

– ¡Os he lastimado!

– No, hermosa, me das placer… -Y la tomó entre sus brazos y la besó de nuevo. Los redondos senos de la niña, endurecidos ahora con la pasión, se rozaban contra el pecho oscuro de él y, pronto los pezones se pusieron maduros de deseo. El torso de ella hizo una leve presión contra él, como si fuera seda ardiente que temblaba apenas mientras sus piernas empezaban a separarse. Pero la voz de Constanza seguía siendo baja y firme.

– Tómame, mi Niall. Tómame como mi potro ha tomado a mi yegua.

Él la apoyó en el suelo, luego se arrodilló junto a ella, que tenía los ojos muy abiertos y asombrados. Inclinó la cabeza y tomó un pequeño pezón entre sus dientes. Lentamente, lo chupó, mirando con los ojos plateados cómo el aliento de ella empezaba a salir en jadeos rápidos y sus labios se torcían. Una mano experimentada recorría ese cuerpo de virgen, encendido como de fiebre, y ella saltó cuando él tocó el más secreto de los recodos del cuerpo. El dedo de él pulsó los pliegues suaves, defensivos, y los frotó con insistencia. Constanza pensó que iba a desmayarse.

Su corazón latía enloquecido y un torbellino de sensaciones nuevas, indescriptibles y apasionantes la recorría de arriba abajo. Le dolía el vientre y entre las piernas, donde los dedos de él la acariciaban, sentía un dolor completamente distinto. Cuando él introdujo un dedo en su vagina, se sintió aliviada, pero cuando lo sacó, el dolor y el ansia aumentaron todavía más y gimió.

– De acuerdo, cariño -dijo él con suavidad-, ahora será mejor. -Y la montó, separándole los muslos temblorosos y entrando en ella lentamente. Ella se abrió para él como una flor. Sus ojos españoles no dejaron de mirarlo mientras él llegaba al fino y virginal escudo y lo quebraba con un movimiento rápido, pensando que así le causaría menos dolor.

Constanza sintió que un dolor profundo y ardiente la recorría de arriba abajo y gritó. Los labios de él sellaron la protesta y su lengua le exploró la boca al mismo ritmo que la espada desgarradora ahondaba en su sexo. Algo maravilloso le estaba sucediendo a Constanza, y ella respondió levantando la cabeza para ayudarlo. Ya no le dolía y se elevó como un pájaro que emprende el vuelo. Las manitas tomaron las nalgas de Niall y las apretaron para llevarlo más adentro, y en el momento del éxtasis, sacó la cabeza de debajo de él para gritar de alegría. Después, se desmayó.

Niall Burke permaneció inmóvil, jadeando, asombrado y agotado. Nunca había visto semejante pasión en una virgen y ella era virgen, de eso no había duda: veía la sangre que resbalaba por sus flojos y blancos muslos. Ahora estaba inmóvil, desvanecida, agotada. Él la estudió durante un minuto. Esa mujer que sería su esposa, era hermosa, y, aunque no estaba seguro de que le gustara su exceso de pasión, ciertamente sería mejor en la cama que la pobre Darragh. Tal vez el MacWilliam se enojaría si él se presentaba con una prometida inesperada, pero con suerte, podía llevarla a Irlanda con un bebé en camino o en su pecho. Y en ese caso, todo sería perdonado.

Ella apenas respiraba y él la abrazó para calentarla, para despertarla. Los ojos de ella temblaron un momento cuando emprendió el lento viaje de regreso a la consciencia. Él la apretó contra su cuerpo, murmurándole tiernas palabras de cariño, y cuando los ojos de ella lo miraron fijamente, enrojeció.

– ¡Oh, Niall! ¿Qué pensarás de mí? Pero ha sido maravilloso…

Él rió.

– Lo que pienso, niña, es que soy muy afortunado, has estado magnífica. ¿Cómo te sientes, cariño?

– ¡He volado, Niall! ¡Realmente he volado! Me siento tan feliz ahora que quiero hacerlo de nuevo…

Él rió.

– Volaremos juntos de nuevo, cariño, pero creo que ahora sería mejor que volviéramos a Palma. Tengo que pedirle tu mano a tu padre. -Se puso en pie y empezó a vestirse, pero era difícil concentrarse con Constanza rezongando desnuda a sus pies sobre un lecho de flores y suave pasto. Finalmente, logró poner más o menos en orden su atuendo y extendió la mano hacia ella y le dijo-: Vamos, pequeña, te ayudaré a vestirte.

Ella se puso en pie y él volvió a sentirse encantado con la perfección de ese cuerpo delgado. Lentamente, Constanza se puso la ropa interior y luego la falda del vestido y la chaqueta que él le ató en la espalda no sin antes acariciar con dulzura los delicados senos. Ella murmuró algo, contenta, apretándose contra él.

Él le pellizcó las nalgas en broma.

– Recoge las cosas del almuerzo, niña; yo voy a buscar a los caballos para ensillarlos.

Llegaron a Palma al anochecer. Una mirada a la cara de Constanza y Ana dejó escapar una exclamación de placer. Mientras Niall desmontaba del caballo, la mujer tomó las dos manos del caballero y las besó.

– ¡Gracias, señor Niall! Mi Constanza será una buena esposa para vos, lo juro…

– ¿Entonces crees que el conde nos dará su consentimiento, Ana?

Una expresión astuta se dibujó en la cara de Ana.

– Primero se negará, porque nunca ha aceptado el nacimiento de mi niña. Si le decís que la habéis deshonrado, entonces dará su consentimiento enseguida. El escándalo es lo que más teme.

– En este caso, Ana, hablaré con él inmediatamente -sonrió Niall.

– Está en la biblioteca, señor.

Niall se inclinó y rozó los labios de Constanza.

– Para que nos dé suerte, Constanza -dijo, y se fue.

– ¡Ah, mi niña! Por fin habéis encontrado un hombre, ¡y qué hombre! Él tendrá vuestro vientre lleno durante años. Es lo que siempre he deseado para vos, niña, siempre he rezado por esto. Alguien que os apartara del conde y de su amargura. Ahora tendréis una vida feliz, una vida normal. -Ana abrazó a Constanza con fuerza. Luego, recordando algo, se detuvo-. En mi alegría, te había olvidado, niña. ¿Estás bien? ¿Ha sido bueno contigo?

– Ha sido muy bueno, mujer, pero estoy dolorida y me gustaría bañarme.

– Ahora mismo, niña, ahora mismo.

Y mientras Constanza se bañaba en agua tibia y perfumada, Niall Burke se sentaba en una silla bastante incómoda en la biblioteca del conde. Llevaba en su mano un vaso de vino. El conde lo miraba con frialdad.

– Os veo totalmente repuesto, lord Burke. -Había en su voz un altivo desprecio-. Espero que nos dejéis pronto.