– ¡Yo también! -confesó ella. Él la levantó y la apoyó con dulzura en la cama. Luego, se metió entre las sábanas-. ¿Te parece horrible de mi parte, Niall?
– ¡Claro que no, cariño! Prefiero que me desees a que seas fría y distante. -La abrazó con fuerza y el vientre de ella tembló al pensar en lo que iba a suceder. Cuántas veces había soñado con aquella tarde y había visto en sueños el potro ruano hundiendo su enorme pene en la yegüita blanca que temblaba de pies a cabeza, y luego a Niall, que se abalanzaba sobre ella, y hacía lo mismo. Hubo noches en las que se había retorcido de placer en la cama con el recuerdo al menos media docena de veces.
Ahora, mientras él apoyaba el rostro entre sus tiernos senos, Constanza suspiró. Las areolas doradas del pecho se endurecieron cuando la boca de él bebió de una y luego de otra. La lengua de Niall trazó círculos alrededor de los pezones una y otra vez hasta que ella le rogó que la tomara. Él sonrió. Había reconocido el deseo en ella y ahora quería ver hasta dónde podía llevarla. Su lengua jugueteó sobre esa piel suave, fragante, moviéndose hacia abajo desde el ombligo, deteniéndose luego y ascendiendo por los muslos desde la rodilla. Ella se sacudía violentamente y el cabello rubio temblaba a su alrededor. Fascinado, Niall dejó que sus labios y sus ojos descendieran hasta las suaves defensas de la feminidad. Con dedos acariciadores separó los húmedos pliegues y miró cómo el pequeño botoncito se endurecía y palpitaba. Lo mordió parsimoniosamente.
– ¡Dios, Dios, no, no te detengas!
Ella llegó al éxtasis dos veces bajo esa experimentada lengua. Finalmente, incapaz de tolerar más, él hundió su miembro en ese cuerpo cálido y fértil. Ella aulló de placer, cruzó las piernas alrededor de la espalda de él y se movió siguiendo el ritmo, arañándole la espalda en su obnubilación, mientras él se vaciaba en ella.
Luego, al apartarse para no ahogarla, Niall vio que estaba casi inconsciente. La abrazó con dulzura para que, cuando volviera en sí, su despertar fuera tranquilo y plácido. Estaba encantado con esa criatura maravillosa, apasionada, que era su esposa. Era demasiado bueno para ser verdad y, sin embargo, lo era. Había encontrado a la compañera perfecta, la mujer de la que nacerían los Burke de la siguiente generación. Constanza se movió ligeramente en sus brazos.
– Adiós, Skye, mi amor, mi único amor verdadero -murmuró, y se volvió para mirar a su nueva esposa.
Capítulo 12
La esposa de Khalid el Bey era la mujer más famosa de Argel. Tres noches por semana presidía la mesa de banquetes de su esposo. Los huéspedes, todos hombres, se escandalizaron al principio, pero acabaron por aceptarlo, porque lady Skye era encantadora, inteligente, y sus palabras, suaves y amables. Se decía que sabía tanto sobre los negocios de su esposo como él mismo, pero ningún hombre daba crédito a semejante rumor; era demasiado absurdo. Alá había creado a la mujer para placer del hombre y dar a luz. Nada más.
Todos envidiaban a Khalid esa hermosa mujer y nadie con mayor furia que Jamil, el gobernador de la fortaleza Casbah. El militar turco era dueño de un harén más que respetable, y se sabía que era sexualmente insaciable. Los favores del capitán Jamil se compraban con facilidad con el simple regalo de una esclava complaciente y bella. Y sin embargo, Jamil deseaba a Skye, estaba desesperado por poseerla. Se sentía molesto porque ella había rechazado sus acosos. Sobornaba a las sirvientas de Skye para que le entregaran joyas, flores y confituras, pero ella lo devolvía todo sin abrir los paquetes. Furioso, Jamil se las arregló para separarla de sus huéspedes en dos ocasiones, y en ambas, Skye lo rechazó sin vacilar, insultándolo incluso. Nunca en su vida lo habían tratado así. Jamil estaba furioso, herido en su orgullo, y decidido a poseer a esa mujer.
Esa noche, estaba tendido en un sillón en la Casa de la Felicidad, mirando con Yasmin a través de un espejo trucado.
Al otro lado del espejo uno de los mercaderes más respetables de la ciudad disfrutaba de una noche de lujuria, desnudo y atado por las dos hermosas criaturas cuyos servicios había contratado. Una de ellas se había recostado sobre su rostro, rozándole la boca con los pezones, mientras la otra chupaba desesperadamente el fláccido y diminuto órgano del mercader. Finalmente, cuando los esfuerzos conjuntos dieron resultado, la muchacha que estaba succionando el pene, montó al hombre y lo llevó a la gloria.
Jamil rió con alegría.
– Pobres queriditas, ese hombre no se merece tanto esfuerzo. Envíamelas después y las resarciré con creces.
– Pensaba que queríais pasar la noche conmigo -dijo ella-. No concedo mis favores a cualquiera, ya lo sabéis.
– ¿Me negarás el aperitivo antes del plato fuerte? -la halagó él.
Yasmin casi gemía. Le gustaba Jamil. Era el mejor amante que había conocido, después de Khalid. Khalid, maldito sea, había dejado de visitarla desde que se enamoró de Skye. Una mirada de furia transformó su hermoso rostro. Jamil se dio cuenta inmediatamente.
– ¿Qué pasa, preciosa? -le preguntó-. Últimamente te noto muy irritable. Cuéntaselo a Jamil, que él te ayudará.
Ella dudó antes de admitir nada.
– Es mi señor Khalid. Está muy cambiado. No lo reconozco, y es culpa de su esposa.
– Es muy hermosa -dijo él con astucia-. Pero no la conozco como mujer.
– Ojalá estuviera muerta. Entonces, mi señor Khalid volvería a mí.
– Tal vez -musitó él-, tal vez pueda arreglarse, amada mía. -Continuó hablando, a pesar de la mirada espantada de ella-. Claro que esperaría ciertos favores de tu parte, si lo hago. Pero ¿qué puede importar la muerte de una sola mujer? Especialmente de una mujer que no tiene memoria ni contactos poderosos.
Yasmin estaba fascinada a su pesar.
– ¿Cómo? -preguntó.
– Si yo quisiera que alguien estuviera muerto, elegiría el lugar y el momento con cuidado, y después manejaría la espada yo mismo. Cuanto menos gente involucrada hay en algo así, mejor, ¿no te parece? ¿Quién sospecharía de ti si nos vieran entrar juntos en tu habitación esa misma noche?
– ¿Cuándo, Jamil, cuándo?
Él sonrió.
– Mañana por la noche, mi querida Yasmin. Cuanto antes, mejor. Enviaré un mensaje a Khalid el Bey, pidiéndole que venga al fuerte Casbah. Después, simplemente negaré haber enviado el mensaje. Tú y yo entraremos juntos en tus habitaciones procurando ser vistos por muchos testigos y yo me quedaré toda la noche. La dama Skye estará sola, posiblemente incluso duerma. Golpea con fuerza, asegúrate de que has tenido éxito y luego vuelve.
– ¿Por qué me ayudáis? -le preguntó ella, llena de sospechas, de pronto.
– Somos amigos, Yasmin. La mujer de Khalid no significa nada para mí, pero tú sí. Si mi plan te parece cruel, no tienes por qué seguirlo. Tú decides.
– ¡Quiero hacerlo! Como siempre, Jamil, sois directo y eficiente. Lo haré.
El capitán sonrió cuando ella se levantó y le dijo:
– Enviaré a las dos chicas que queréis a bañarse y luego a vuestras habitaciones. Desde esta noche, todo lo que deseéis de la Casa de la Felicidad es vuestro.
Jamil no podía creer su suerte. Tendría que trabajar con rapidez. El esclavo espía que había colocado en la casa de Khalid el Bey recibiría informaciones y órdenes. Primero pondría un somnífero en el vino del Bey para que se retirara temprano. Después, le diría a Skye que alguien que sabía algo de su pasado había llegado a las puertas de la casa y quería verla. Eso la haría salir de la casa, mientras Yasmin entraba en el dormitorio en penumbra y mataba al Bey tomándolo por Skye.
Rió con malicia y orgullo, satisfecho de sí mismo. Le cortaría la lengua a su espía después del asesinato y así no podría implicarlo. Además, lo vendería inmediatamente. Y en cuanto a Yasmin…, bueno, la condena por asesinato era bastante severa. Primero se torturaba a los asesinos y luego se los arrojaba desde los muros de la ciudad a las lanzas filosas que los rodeaban. A veces, un prisionero resistía varios días allí con vida, las mujeres sobre todo. Sería interesante comprobar cuánto duraría Yasmin.