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¡Era una locura, pero era cierto, él la amaba! Ese hombre extraordinario y famoso la amaba… Y ella, a él. Ella, Skye, la serena, se había enamorado a primera vista. Sentía cómo el cuerpo poderoso de él dominaba con fuerza sus deseos y lo amó más porque si él hubiera intentado tomarla en ese momento, ella se habría dado con gusto y él lo sabía, sí, tenía que saberlo.

Niall Burke la dejó marchar, sin ganas, los ojos cálidos, llenos de caricias.

– ¡Skye, dulce Skye! ¡Cómo me envenenas, amor mío! Ven, querida, volvamos antes de que pierda la cabeza. -La tomó de la mano y caminaron lentamente de regreso al castillo.

Anne O'Malley los vio entrar en el vestíbulo y se desesperó en silencio. Las mejillas de Skye estaban rojas, los labios acariciados por los primeros besos, los ojos perdidos en sus ensoñaciones. Anne se puso en pie. ¡Tenía que hablar con su esposo! Y de pronto, un dolor terrible le recorrió el vientre, rompió aguas y se le empaparon las enaguas y el vestido.

– ¡El bebé! -gritó, retorciéndose de dolor. Al instante la rodearon las mujeres. Dubhdara O'Malley se abrió paso hasta su esposa y la cogió entre sus brazos para llevarla arriba, a su dormitorio.

Nadie podía creer que una mujer que había dado a luz a tres bebés con tanta facilidad pudiera sufrir un parto tan difícil, pero Anne O'Malley luchó durante dos días. Eibhlin, que había aprendido los rudimentos del oficio de partera, trabajó mucho con ella. Pero el niño era grande y estaba mal colocado.

Cuatro veces la monja volteó al bebé para ponerlo en la posición correcta y cuatro veces el bebé volvió a su postura originaria. Finalmente, Eibhlin, desesperada, volteó de nuevo al bebé y tomándolo del hombro tiró de él lentamente. Con dificultad, Anne logró parir al niño que, como había augurado, era varón. Pesaba más de cinco kilos. Lo llamarían Conn.

Dubhdara O'Malley fue a ver a su joven esposa al dormitorio. La habían bañado y le habían puesto sábanas limpias, perfumadas con lavanda. Le habían dado una nutritiva taza de caldo de carne mezclado con vino tinto y hierbas para que dejara de sangrar y durmiera. Estaba agotada.

Las mujeres salieron de la habitación para dejar sólo a los esposos. O'Malley se inclinó y besó a su esposa en la mejilla. Parecía envejecido porque había sufrido mucho, pues había temido perder a la mujer que amaba.

– ¡Basta, Annie! Me parece que cinco hijos es suficiente, cinco y la esposa más hermosa de Irlanda… No quiero perderte, mi amor.

Ella sonrió, débil, y le palmeó la mano. Entonces, de pronto, recordó su promesa.

– Skye… -empezó a decir.

Durante un momento, él la miró intrigado, y luego su frente se despejó.

– Skye, sí, sí. La boda está preparada para mañana. No quieres que la pospongamos, ¿verdad, amor? No te preocupes, Anne, Skye estará casada mañana, no temas. Tú ocúpate de descansar y reponerte y si estás despierta antes de mañana por la noche enviaré a los novios a visitarte.

Anne trató de hablar, trató de decirle que debía posponer la boda, que casar a Dom con Skye era un error terrible. Pero las hierbas y el cansancio pudieron con ella. Intentó decir algo pero no pudo. Se le cerraron los ojos y ya no pudo volver a abrirlos. Anne O'Malley se había dormido con el sueño pesado y profundo de los somníferos.

Capítulo 2

Dubhdara O'Malley se quedó de pie, mirando a su hija dormida. Le impresionaba la hermosura de Skye. Hubiera deseado tener la fortuna y el nombre necesarios para darle un esposo más noble que el joven O'Flaherty.

No le entusiasmaban los ingleses, pero sabía que la Corte Real era el centro del mundo y pensaba en lo mucho que brillaría Skye en ella.

Pero sabía que no lo había hecho tan mal. La iba a casar con el próximo jefe de los Ballyhennessey O'Flaherty. Skye sería la madre del futuro jefe del clan. No la había colocado mal. Estaría a salvo. Pero la extrañaría. Bueno, se dijo entre dientes, ¿por qué no admitir que sentía algo especial por esa hija en particular? Era una O'Malley pura. Era él mismo en forma de mujer. Ninguno de sus otros hijos se le parecía.

Durante unos minutos la miró dormir, feliz y lleno de ternura, y luego le sacudió el hombro con suavidad.

– ¡Arriba, Skye! Despierta, hija…

Ella se resistió porque no quería abandonar el sueño en el que ella y Niall se besaban. Él insistió y, finalmente, Skye abrió los ojos.

– ¿Pa? ¿Qué sucede?

– Annie dio a luz a un niño hermoso y saludable, hija. Pero aunque está agotada, no quiere que se posponga tu boda. La fiesta seguirá adelante, tal como habíamos previsto. Dom y tú os casaréis dentro de una hora en la capilla de la familia. Levántate, Skye, ¡hoy es el día de tu boda!

Ella se sobresaltó.

– ¡No, pa! ¡No! Anne me prometió…

– Está bien, cariño -la interrumpió él-, está bien. No te preocupes por Anne. Ella lamenta perderse la fiesta, pero sabe que con el castillo repleto de invitados no podíamos posponerla.

Skye se sentó en la cama; el cabello largo y negro sobre los hombros desnudos y blancos. Tenía los ojos enormes y profundos y azules en el centro de su cara en forma de corazón. Él alzó la vista, incómodo ante la perfección de los pequeños senos que se transparentaban bajo la camisa de dormir.

– ¡Papá, por favor, escúchame! ¡No quiero casarme con Dom O'Flaherty! ¡Escúchame, por favor!

Dubhdara O'Malley se sentó al borde de la cama de su hija preferida.

– Vamos, hijita, ya hemos pasado por esto antes. Claro que vas a casarte con Dom. Es un joven noble, y es una buena pareja para ti. Esos nervios son habituales antes de la ceremonia, pero no debes dejar que te dominen.

¡Oh!, ¿por qué no la comprendía su padre?

– No, papá, no. Odio a Dom. No puedo…, no voy a casarme con él… -Su voz había adquirido un tono que bordeaba la histeria.

– ¡Skye! -La respuesta de su padre fue firme y dura-. ¡Basta! Pospuse esta boda dos años con la esperanza de que cambiaras de opinión, pero no pienso seguir haciéndolo… No hay razón para llorar. No tienes vocación religiosa, solamente los bobos temores de las novias que mañana a esta hora ya habrás olvidado. -Se puso de pie-. Acicálate para Dom, hijita -le rogó antes de irse.

Skye empezó a llorar, víctima de una combinación de frustración, rabia y miedo. Las lágrimas invadieron sus ojos hasta que casi no pudo abrirlos a causa de la hinchazón. Molly, que la encontró en ese estado, salió de la habitación y pidió ayuda a Eibhlin. La monja llegó casi inmediatamente, tomó a su hermana entre sus cariñosos brazos e intentó tranquilizarla. Cuando los sollozos cesaron, Eibhlin dejó a su hermana reposando sobre las almohadas y mezcló varias hierbas en una copa de vino que había traído para dar de beber a Skye. Eso la calmaría. Eibhlin había visto ataques de nervios, antes de una boda, los había visto muchas veces.

Después, la monja tomó paños empapados en agua de rosas y los colocó sobre los ojos cerrados de Skye.

– Eso hará bajar la hinchazón -le dijo a Molly-. La dejaremos descansar media hora, después la vestiremos para la boda.

Un rato después, Skye O'Malley estaba de pie junto a Dom O'Flaherty bajo la luz de las velas de la capilla de la familia. Los huéspedes comentaban que jamás habían visto novia más hermosa. Llevaba un vestido de raso color crema con un amplio escote cuadrado que terminaba en una puntilla ancha de cinta plateada. Esa línea baja le proporcionaba al novio una buena visión de los senos y Dom O'Flaherty, al ver esos pequeños senos rosados, se relajó pensando en lo que le esperaba.

Mientras el viejo cura recitaba las antiguas palabras en latín sobre la pareja, el novio imaginaba con lujuria cómo apoyaría su cabeza en la almohada de esos cálidos senos. Cuando Skye levantó la mano para recibir el anillo de boda, Dom se fijó por primera vez en la riqueza de su vestido. Tenía las mangas cortadas y en el interior brillaba la cinta bordada en plata. Esa cinta también rodeaba las muñecas. Llevaba el pelo suelto y tocado por un sencillo adorno de perfumadas flores blancas, como símbolo de su inocencia.