Los dedos de Geoffrey le desabrocharon los botones de perlas que sostenían la gran V en su sitio. Un brazo la sostuvo con fuerza por la cintura. La otra mano buscó un seno perfecto y firme, lo tomó, lo acarició y, luego, la boca buscó la flor cerrada y fuerte del pezón. La boca cercó a su tembloroso prisionero y la lengua empezó a rodearlo con habilidad hasta que ella sintió que ya no podía tolerarlo más y gimió una dulce protesta. Él levantó entonces a su tesoro y lo llevó hasta la cama. Allí siguió con su jugueteo erótico, esta vez con el otro seno.
El cuerpo de ella ya no podía defenderse de la pasión que él encendía, pero la mente de Skye se resistía a la idea de la seducción. Desesperada, trató de detenerlo, aunque le costó mucho encontrar su voz.
– ¡Geoffrey, no! ¡No, por favor! -Durante un momento, él no la oyó y ella volvió a decirlo, como un grito en voz baja, y esta vez, lo tomó por el cabello para apartarlo de sí-. ¡Geoffrey, Geoffrey, por favor!
Lentamente, sin ganas, él separó los labios de la cálida suavidad de los senos. Su mirada era turbia y ansiosa.
– Dime, Skye -le dijo en voz baja-. Dime.
Ella lo miró, indefensa, como si todas las razones lógicas que había detrás de sus palabras se hubieran borrado de su mente. Los ojos de ambos se encontraron, y él dijo:
– Temes esto porque siempre has sido una mujer virtuosa. Eso lo entiendo. No puedo decir que no estoy casado. Si pudiera deshacerme de mi esposa, lo haría porque te amo, y siento que debajo de esta viuda respetable hay una mujercita sensual que me desea tanto como yo a ella. -Skye se sonrojó-. ¿Qué tiene de malo que nos demos placer el uno al otro? -Ella suspiró mientras seguía intentando encontrar palabras. Él era tan persuasivo… Después, Geoffrey Southwood estiró una mano, tomó la de Skye y la llevó hasta su miembro. Entre los dedos, Skye sintió la dureza y el latido de esa parte del cuerpo de él.
– ¡Geoffrey!
– No pienso rogarte, Skye. -Él tenía un arma para dominarla, pero, por alguna razón, no quería usarla. Quería ganársela por las buenas, porque sólo entonces la victoria sería realmente dulce. «¡La amo! -pensó radiante-. Ah, mi amor, déjame tomarte.» Y como si ella hubiera escuchado ese ruego silencioso, dijo:
– ¡Oh, Geoffrey!, sí, sí… ¡Sí!
Él la levantó sobre la cama y le quitó el vestido con suavidad. Para su sorpresa y su delicia, ella se estiró y le desabrochó la camisa con dedos temblorosos. Después, entre los dos, se deshicieron de los pantalones y la ropa interior del conde y cayeron sobre la cama otra vez. Él quería tomarla inmediatamente, sin perder un instante, sin esperar, pero se dominó con mucho esfuerzo. No quería precipitarse. Y si ella se dejaba hacer más tarde, si se rendía, la espera habría valido la pena.
Ella estaba quieta, se comportaba con timidez, parecía un poco asustada y un poco confundida, como una virgen. El conde se colocó en la parte posterior de la cama y le cogió el pie derecho y empezó a besarlo, ascendiendo por él con su boca, besando cada dedo, la planta y luego el tobillo. Los labios se movieron con lentitud por la pantorrilla y la sedosa pierna. Luego hizo lo mismo con el pie y la pierna izquierdos.
Después la besó de nuevo en los labios y abandonó su jadeante boca para ir en busca de la calidez de los senos. Las manos la sostuvieron con fuerza por las caderas y le besó el vientre. La lengua se introdujo una vez en el ombligo y luego se deslizó hacia abajo, buscando el corazón de la feminidad. Lentamente, le abrió los labios que hay entre las piernas. Pero lo que había allí estaba casi abierto ya y la flor rojo coral estaba húmeda y palpitante de deseo. Él inclinó la cabeza y la besó, y probó ese gusto salado y dulce al mismo tiempo. Ella jadeó, asustada y sorprendida, acarició con los dedos el cabello rubio de él y arqueó su cuerpo para buscar la boca de su amado.
Él sonrió de placer, levantó la cabeza y dijo con voz calma:
– Todavía no, querida. Es demasiado pronto.
– Por favor -rogó ella. Su excitación era tan grande que sentía que moriría si no la satisfacía de algún modo.
– Todavía no, Skye. Te enseñaré a disfrutar de la anticipación, a prolongar el placer. -La puso boca abajo con suavidad y ella sintió que le lamía la espalda, los hombros, las nalgas, las piernas. Lenta, rítmicamente, esa lengua masculina le acarició la suave piel y la fiebre del deseo aumentó en ella. Tenía los brazos sobre la cabeza y clavó las uñas en las sábanas, arañando con fuerza el colchón. Después, de pronto, él se tendió sobre ella y le acarició los bordes de las nalgas con el miembro erecto y grande.
Ahora ella estaba luchando contra él. Lo tomó por sorpresa, se lo sacó de encima y se volvió para mirar su rostro.
– ¡Bastardo! -dijo con los dientes apretados-. No eres un ángel, eres un diablo. ¡Basta!
Él rió, la sujetó a la cama y la besó hasta que ella ya no pudo respirar. Después le levantó las piernas, las pasó por encima de sus hombros y hundió la cabeza entre ellas. Buscó la miel con su lengua y la lamió con fuerza hasta que ella se dobló en dos y la boca forzó el clímax.
– ¡Hijo de puta! ¡Hijo de puta! -gritó ella, llorando de frustración, porque todavía no estaba satisfecha.
– ¡Mírame, mi perrita caliente!
Ella cerró los ojos con más fuerza todavía.
– ¡No!
– ¡Mírame, Skye!
Ella oyó el tono cruel y firme de la voz de él y abrió los ojos color zafiro. Miró con ellos los ojos verdes de él.
– Estoy enamorado de ti, perra, y no quiero tomarte como a una puta. -Frotó el miembro grande, lleno de venas azules, contra el vientre de ella-. Esto es lo que querías, ¿eh?
– ¡Sí!
– Ya lo tendrás. A su tiempo, Skye. En realidad, pienso dártelo…, ahora. -Le separó las piernas-. Todo, amor mío. -Y entonces, se hundió en ella, disfrutando de la pasión y la mirada incrédula que veía en sus ojos azules.
Era un miembro grande y la colmó, empujando hacia arriba hasta casi tocar el útero mientras movía el pene con habilidad, retrocediendo hasta casi sacarlo y volviendo a hundirlo. Durante un momento, Skye pensó que iba a morir partida en dos, pero su cuerpo se abrió para recibirlo y casi lo devoró con su hambre desesperada. Le aferró la espalda con las uñas y él la agarró por los brazos y se los subió por encima de la cabeza para sujetarla. Ella le mordió el hombro hasta hacerle sangrar y después lamió la herida. Él le dio una bofetada leve, maldiciendo la agudeza de los pequeños dientes blancos.
El placer y el dolor se mezclaron dentro de ella. Había conocido el amor, pero nunca esa pasión. Y la pasión la consumía sin dejar espacio para ninguna otra cosa. Él la guiaba más y más arriba y ella escaló cima tras cima, pensando que era imposible llegar más allá y a la vez siguiente yendo todavía más lejos. Tras sus párpados cerrados, el mundo estalló en un arco iris de vidrios rotos. Sintió las contracciones del orgasmo con tanta intensidad que pensó que iba a morir. Una y otra y otra vez su cuerpo se estremeció de arriba abajo con la fuerza de la pasión.
Él se había unido a ella en el éxtasis, clímax tras clímax, y luego, lentamente, recuperó el sentido y se las arregló para separar los cuerpos. Durante un momento, no pudo hacer otra cosa que mirarla con los ojos muy abiertos. Ella estaba pálida y casi no respiraba. Él se sentó y la abrazó con dulzura. Skye estaba fría y él quería calentarla. Ninguna mujer lo había llevado tan lejos. Ninguna mujer le había dado tanta satisfacción y ninguna mujer se le había entregado tan enteramente.