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– Es cierto, muchacha, esta vez no cuenta. Estás enfadada con Southwood y quieres vengarte convirtiendo a su hijo en bastardo. Sí, creo que llevas un varón en tu seno. Pero el conde ya ha sufrido demasiado con su matrimonio sin amor y la muerte de su heredero. Te ha pedido en matrimonio sin saber que su semilla había germinado en tu vientre. No me parece que eso sea un insulto, pequeña.

– ¿Y mi riqueza? ¿Caerá así como así en las arcas de los Lynmouth como la de las dos primeras esposas del conde? ¡No! No quiero ser dependiente, estar indefensa como la pobre Mary.

Robert Small sonrió.

– Así que eso es lo que te molesta, muchacha.

– En parte -admitió ella.

– No te preocupes, Skye, pequeña. No pienso dejarte indefensa. El conde me ha pedido que prepare el contrato matrimonial esta noche. Lo firmará por la mañana. Le darás una buena dote, pero la mayor parte de tu riqueza quedará en tus manos. Esta casa será tuya y yo te he convertido en mi heredera, con la condición de que, si me pasa algo, tú cuides de Cecily. De esta forma, tendrás suficiente para Willow.

– Gracias, Robbie. Eres mi mejor amigo. -Skye se limpió los ojos y Robbie trató de disimular su emoción.

– Ahora escúchame, Skye. Vamos a darle a Southwood veinticinco mil coronas de oro como dote, además de a ti misma, con tu ropa, tu plata y tus joyas. Todo el resto, el dinero de Khalid, las acciones de nuestra compañía, la casa y Wren Court, es exclusivamente tuyo. No puede usarlo ni llevárselo, así que sigues siendo libre e independiente.

– ¿Crees que querrá firmar semejante contrato, Robbie?

– Lo firmará, muchacha. La reina le cortará la cabeza si se niega, porque la joven Bess es muy dueña de sí misma, como tú. -Palmeó a Skye en el hombro-. Es tarde, Skye, pasada la medianoche. Tienes que descansar. Te veré por la mañana.

– ¿Qué vestido has elegido, Robbie?

– El de raso de color crema con bordado de perlas y diamantes -le contestó él, sonriendo.

– Es el que yo hubiera elegido si me interesara este matrimonio.

Él rió entre dientes.

– Que duermas bien, señora Goya del Fuentes. Mañana por la noche, serás lady Southwood, condesa de Lynmouth. No está mal para una mujer tan fea. -Esquivó la almohada que ella le arrojó y salió de la habitación, riendo con alegría.

Capítulo 17

El día de la boda de Skye amaneció lluvioso y primaveral. Ella se estiró con tranquilidad, apenas consciente de la actividad que había a su alrededor, y luego, de pronto, se sentó en la cama. Iba a casarse dentro de unas pocas horas y aún había mucho que hacer. Por lo pronto, ahí estaba su baño humeante esperándola frente al hogar.

– Buenos días, milady -saludó Daisy, y las dos sirvientas lo repitieron mientras hacían reverencias.

– Milady todavía no, Daisy -ordenó Skye, severa. Las dos sirvientas rieron, después se contuvieron con el rostro enrojecido, mientras Skye se levantaba de la cama, se quitaba el camisón y caminaba desnuda por la habitación. Daisy, que se había acostumbrado a las excentricidades de su ama en lo referente a la desnudez en el baño, sonrió con desprecio ante las expresiones avergonzadas de las otras dos chicas y ayudó a Skye a meterse en la tina.

Skye se hundió con gracia en el agua, que olía a dulce aceite perfumado y que le acarició la piel y le lamió los hombros. Daisy puso un biombo delante de la tina y dejó a su señora a solas con unos minutos de intimidad, mientras guiaba a las sirvientas en la ceremonia de preparar la ropa sobre la cama.

Skye pensaba: «Así que hoy es el día de mi boda. Qué distinto de ese día maravilloso en que me casé contigo, Khalid. Ah, mi querido señor. Cómo te amé. Pero ya no estás, Khalid, y este extraño lord inglés ha atrapado mi corazón. Tal vez sea rica, mi querido Khalid, pero la verdad es que la viuda de un "mercader" argelino no tiene mucho que ver socialmente con un conde de la corte inglesa. Sin embargo, él quiere convertirme en su consorte. Y no es sólo para meterme en su cama, porque ya he estado ahí. Dice que me ama, pero me abandonó durante semanas sin una sola palabra. No sé si atreverme a confiar en él. ¿Me romperá el corazón? Oh, Dios, ojalá pudiera estar completamente segura. Quiero que me amen, pero sobre todo quiero sentirme segura otra vez.»

– Señora -le retó Daisy-, todavía no habéis empezado a enjabonaros. -Daisy levantó el paño suave del agua y empezó a frotar a Skye, que siguió pensando en silencio mientras Daisy le lavaba el cabello. La charla de la muchacha hacía que perdiera el hilo de los pensamientos y finalmente explotó. Pero al ver la mirada herida de Daisy, se arrepintió y se excusó-: Me he levantado con un dolor de cabeza terrible, Daisy. No quiero seguir teniéndolo en Greenwich.

Daisy se preocupó inmediatamente.

– Ah, milady. Tengo una poción de hierbas que me hicieron una vez. Hawise -se volvió hacia una de las chicas-, pídele a la señora Cecily que te haga un té de hierbas para el dolor de cabeza de milady.

Skye salió de la tina envuelta en una gran toalla y dejó que Daisy le secara, sentada frente al fuego. Le secaron el cabello, se lo cepillaron una y otra vez hasta que quedó completamente seco, después se lo frotaron con un pedazo de seda para que brillara con sus luces de color azul negruzco. Mientras tanto, la otra muchacha le arreglaba las uñas.

– Lo que realmente necesito es comer algo -comentó Skye-. Traedme pan, carne y vino. Me muero de hambre. Ocúpate de eso, Daisy. Jane, déjalo, el conde estará conforme con mis pies tal como son o no lo estará, y eso es todo. -Se puso en pie y se le cayó la toalla. Daisy la envolvió en una bata de seda rosa muy amplia y después se alejó con rapidez para ocuparse de la comida. Jane levantó su equipo de pedicura y salió tras ella. Skye suspiró, aliviada. Era hermoso estar sola. Pero en ese momento, oyó una risa que la hizo girar en redondo.

– ¡Geoffrey!

– Buenos días, esposa. -Él estaba de pie ante el tapiz que escondía el pasaje secreto.

– Todavía no, milord -le contestó ella con severidad-. ¿Hace cuánto que estás ahí?

– Lo suficiente para admirar la magnificencia de tu cuerpo, Skye -dijo él con tono perezoso mientras los ojos verdes la examinaban de arriba abajo.

Ella enrojeció y removió el cabello renegrido. ¿Realmente la amaba o era sólo un deseo de poseerla? Decidió averiguarlo en ese mismo instante. Tal vez él se enfurecería cuando terminaran de hablar, pero eso era mejor que ser poseída por un hombre sin sentimientos. Caminó hasta la puerta, pasó el cerrojo y dijo con firmeza:

– Siéntate, milord. ¿Un poco de vino? -Él asintió y ella se lo sirvió en un vaso pequeño que había sobre la cómoda.

– Bueno, señora -dijo él después de aceptarlo y reclinarse en su asiento-. ¿Qué sucede?

Ella respiró hondo antes de empezar.

– Eres muy valiente al casarte conmigo, pero ¿estás seguro de que quieres por esposa a la viuda de uno de los hombres más notorios de la historia de Argel? Te recuerdo que no tengo memoria alguna de lo que fue mi vida antes de conocer a Khalid el Bey. Él me convirtió en lo que soy. Dios sabe qué sangre corre por mis venas. Tal vez mi madre era una loca; y mi padre, un asesino. Piénsalo con cuidado, conde, ¿te parece que soy el tipo de mujer a la que puedes querer por esposa?

– Pero Skye -dijo él con voz tranquila-, ¿estás tratando de hacer que me arrepienta? -Ella meneó la cabeza y él continuó-. ¿Fue Khalid el Bey quien te enseñó a leer y escribir?

– No -le contestó ella-. Ya sabía hacerlo.

– ¿Y qué más sabías, amor mío?

– Idiomas, matemáticas -enumeró ella con lentitud-. Eran conocimientos que estaban ahí, eso es todo. Pero no recuerdo cómo los adquirí.

– No pareces una campesina -observó él-, y estarías muy bien educada si fueses un hombre, así que, siendo mujer, lo que sabías era y es sorprendente. Desde el día que te conocí, supe que seríamos más que simples amigos. Quise saber más de ti e interrogué a un capitán que conozco, alguien que sabía casi todo sobre Robert Small y su relación con Khalid el Bey. El capitán zarpó de Argel unos días después que tú y Small. La historia de tu huida del turco estaba en boca de toda la ciudad, sobre todo porque, al parecer, el hecho de que te fueras dejó al pobre diablo impotente.