– Porque no recuerda nada de lo que le sucedió antes de llegar a Argel, caballero -explicó Robert Small con calma-. Lo único que fue capaz de decirnos fue su nombre. Más tarde, nos dimos cuenta de que sabía leer, escribir y hablar en varios idiomas; de que tenía un fuerte sentido de los valores, pero nunca supimos ni quién era ni de dónde venía, aunque yo adiviné, por su acento, que era irlandesa. Los médicos nos explicaron que había sufrido una fuerte impresión, algo tan doloroso que su mente prefirió cerrarse y borrarlo todo antes que recordar eso, fuera lo que fuese.
– Dios mío. -El rostro de Niall Burke estaba blanco como el papel-. Decidme, capitán, ¿estuvo casada con un mercader español realmente, o la niña es el resultado de una violación?
Robert Small escondió una sonrisa.
El norte de África no era un lugar seguro, sobre todo para las mujeres; pero en realidad en Inglaterra las cosas no eran muy diferentes. Jamás comprendería la razón por la que los europeos cristianos creían que todos los musulmanes eran pervertidos sexuales.
– Willow es fruto de un gran amor -aseguró-. Skye se casó con mi socio argelino, eso es cierto. Su nombre era Khalid el Bey y él fue quien la rescató. La adoraba, y ella a él. Cuando lo asesinaron, el golpe casi la destruyó. La traje a Inglaterra para huir de los deseos del gobernador turco que fue también el que ordenó asesinar a Khalid. Conoció a lord Southwood y se enamoraron. Y bien, milord Burke, os he contado cuanto sé y me gustaría que me devolvierais el favor. ¿Quién es ella? ¿Dónde está su hogar? ¿Decís que tuvo hijos de su primer esposo? ¿Viven?
– Se llama Skye O'Malley. Su primer marido, que su alma arda para siempre en el infierno, fue Dom O'Flaherty. Ella le dio dos hijos varones, y ambos viven. El padre de Skye se llamaba Dubhdara O'Malley. -Al oír ese nombre, Robert Small silbó entre dientes, porque, como todos los hombres de mar, había oído hablar del gran pirata y mercader irlandés-: Cuando él murió -terminó Niall-, ella se convirtió en la O'Malley de Innisfana hasta que sus hermanastros varones llegaron a la mayoría de edad.
– ¿Y cómo se las arreglaron sin ella? -preguntó Robert Small.
– Su tío, el obispo de Connaught, se hizo cargo de todo, a pesar del disgusto de mi padre -sonrió Niall-. Cuando Skye desapareció, el MacWilliam, mi padre, pensó que podría hacerse con los intereses de los O'Malley. Pero ellos siempre han sido una familia independiente, a pesar de que nos han jurado lealtad…
Los dos hombres permanecieron en silencio, un silencio amistoso, durante unos momentos, y después Robert Small suspiró.
– Bueno, milord, ¿qué pensáis hacer ahora que conocéis la verdad? Debo advertiros que espera un hijo. No creo que le hiciera bien recibir impresiones fuertes.
– Pero si acaba de… -empezó Niall, después se sonrojó y dijo con voz débil-: Ah, entiendo.
Robbie rió entre dientes.
– Es una mujer muy hermosa.
– ¿Qué puedo hacer, capitán? No puedo decirle a la condesa que era mi prometida.
– ¿Por qué no le decís a lord Southwood lo que sabéis de su familia, milord? Sin contarle vuestra relación con ella, claro -sugirió Robert Small-. Geoffrey tendría que saber todo eso. Después podéis escribirle al tío de la condesa y explicarle la situación. Su familia tendría que saber que está viva, es una cuestión de decencia. Geoffrey Southwood ama mucho a Skye y, después de que nazca el bebé, querrá que ella sepa algo sobre su propio pasado. Tal vez si se lo dicen, recupere su memoria.
Niall Burke lo pensó un poco y después dijo:
– Pero quiero que estéis aquí, Robert. Que me ayudéis a decírselo. Va a ser difícil para mí.
– Comprendo -dijo Robert Small. Pensó un momento y después preguntó-: Decidme, lord Burke, ¿la amáis todavía?
– Sí -dijo Niall Burke sin dudarlo-. La amo. Nunca he dejado de amarla, aunque Dios sabe que lo he intentado mil veces. Su recuerdo me ha perseguido hora tras hora, de noche y de día.
– ¿Y vuestra esposa?
– Constanza es mi esposa, Robert, tal vez le hice mucho daño al casarme con ella, pero hasta que la muerte nos separe es mi esposa, y Skye es la de lord Southwood.
– Me alegra ver que sois un hombre razonable, milord. Skye es para mí la hija que no he tenido. Lo mismo piensa mi hermana. La queremos mucho y no nos gustaría que la hirieran. No recuerda nada de lo que le sucedió antes de despertar en casa de Khalid y, obviamente, no os recuerda a vos. Haré los arreglos para que veáis inmediatamente al conde, porque estamos a punto de terminar las reparaciones de la flota y debo partir en cuanto todo esté listo. No puedo perder más tiempo. Esta tormenta ya me ha retrasado bastante.
Robert Small cumplió su palabra. Al cabo de una hora, le envió una nota al conde Lynmouth: «Es imperativo que os vea a solas. Que Skye no lo sepa. Esta noche en mi barco a las diez.»
Geoffrey Southwood, que enarcó una de sus elegantes cejas rubias al leer un mensaje tan críptico, inventó una excusa para Skye y salió a caballo no sin antes prometerle volver pronto. Una vez en los muelles, subió a bordo del Nadadora y fue hasta el camarote del capitán, donde le sorprendió encontrar al irlandés, Burke, esperándolo en compañía de Robert Small.
Geoffrey entregó su capa al muchacho que le esperaba, hizo un gesto de saludo a los dos hombres y se sentó.
– Bueno, Robert, ¿qué puede ser tan importante como para que me arranques de la compañía de mi esposa en plena luna de miel?
– Toma un poco de vino, milord -dijo Robbie-. ¿Conoces a lord Burke?
– Sí, nos han presentado. Prefiero el borgoña, Robbie.
Robert Small hizo servir vino para él y sus dos huéspedes, y cuando el muchacho terminó con las copas, le ordenó:
– Quédate de guardia fuera. No queremos que nos molesten a menos que se esté hundiendo el barco. ¿Me oyes?
El muchacho sonrió.
– Sí, señor -dijo, y cerró la puerta tras él.
Robert Small volvió a sentarse y respiró hondo.
– Geoffrey, tengo novedades que tendrían que alegrarte, pero es un asunto muy delicado. Durante varios meses, lord Burke se sintió muy confundido con el nombre de Skye y con su aspecto. Cuando vosotros dos entrasteis en el lecho nupcial en Greenwich hace varias noches, descubrió un lunar en el…, en el cuerpo de Skye. -El capitán jadeó y los ojos verdes de Southwood se oscurecieron.
– ¿La estrellita? -preguntó en voz baja.
– Esa misma -contestó Niall.
– Tenéis ojos demasiado agudos, irlandés -dijo el conde, con tono suave y amenazador.
Niall se mordió los labios para no dejar escapar una réplica indignada. «Demonio de inglés posesivo», pensó Robert, y luego siguió adelante.
– Cuando lord Burke vio la marca, pudo identificar a Skye definitivamente, aunque seguía sin entender la razón por la cual ella no parecía reconocerlo. Le mencionó lugares y nombres que tenían que significar algo para ella y está convencido de que ella no los recuerda. Así que ha venido a verme esta tarde.
– ¿Y? -La voz de Geoffrey Southwood era de hielo.
– Es Skye O'Malley -dijo Niall Burke-. La O'Malley de Innisfana, vasalla de mi padre, el MacWilliam. Skye O'Malley desapareció hace varios años en la costa norteafricana y se supuso que había muerto. Robert Small me ha explicado que perdió la memoria. Me pareció, señor, que vos debíais conocer su verdadera identidad, pero el capitán y yo no nos atrevemos a decírselo a Skye.