Выбрать главу

Y, en ese momento, había estado a punto de estropearlo todo. Casi permitió que la expresión de su rostro demostrara lo que significaba para él tener al doctor Christian en su oficina; no era sólo una serie de datos de archivo, una de las treinta y tres mil unidades que le había, tocado analizar, sino el hombre de carne y hueso. Sabía que había controlado sus expresiones faciales, pero no estaba tan seguro con respecto a los ojos y, en algunos momentos, descubría al doctor Christian mirándole de una forma que demostraba que era una persona muy perceptiva y sensible y que había notado algo. Pero, afortunadamente, no comprendía de qué se trataba, porque no se atribuía tanta importancia a sí mismo.

Eso sucedió el jueves. Comprendió, lleno de gratitud, hasta qué punto era grande y sutil el premio que recibía por su trabajo en la primera fase de la Operación de Búsqueda. Seria testigo del desarrollo de la segunda fase, pero había algo más que eso. Su jefa le había reconocido que era él el que había sacado el conejo de la chistera y que, después de todo, la Operación de Búsqueda no había sido un simple experimento, que habría una tercera fase y que él podría presenciarla, pero no sabía en qué iba a consistir.

En esa semana, del jueves al domingo, el doctor Chasen realizó un trabajo mucho más fructífero que en las cinco semanas anteriores. Por una parte, sabía que contaba con la aprobación de su jefa y, por otra, tenía a su lado al doctor Christian, con el que podía conversar, cambiar impresiones, compartir inquietudes y esclarecer puntos oscuros. Joshua Christian era el ganador y el nuevo paladín. Pero, ¿paladín de qué?

Realmente ambos se habían tomado simpatía. El tiempo que trabajaron juntos les proporcionó a ambos una sensación de frescura y una gran alegría. Sin embargo, mientras que el doctor Christian simplemente le profesaba una gran simpatía, el doctor Chasen pasó del misterio a la fascinación y de allí, al amor, al profundo amor por su colaborador.

– Y no comprendo por qué -le confesó a la doctora Judith Carriol. En una de las poco frecuentes oportunidades que se les presentaron de poder conversar sin estar acompañados por el tercer miembro del trío.

– ¡No digas tonterías! -contestó ella-. Por supuesto que lo sabes. No me vengas con evasivas. Sólo te pido que trates de aclararlo.

Él se inclinó hacia ella por encima del escritorio.

– Judith, ¿has amado alguna vez a alguien de verdad? -preguntó.

La expresión del rostro de Judith permaneció inmutable.

– ¡Por supuesto que sí!

– No lo dirás por decir algo, ¿verdad? Porque, francamente, no creo que sea cierto.

– Sólo miento cuando me resulta absolutamente imprescindible, Moshe -contestó ella, sin dejarse amilanar ante la necesidad de admitirlo-, y en esta situación no considero necesario mentirte. No necesito protegerme de ti, porque no puedes hacerme daño. No necesito ocultarte mis propósitos, porque aunque los adivinaras no podrías impedir que los llevara a cabo. Y aunque me vengas con evasivas, no conseguirás que cambie de rumbo. De modo que trata de aclarar tus ideas.

Él lanzó un suspiro de exasperación.

– Eso es lo que trato de hacer. ¡Lo estoy intentando! Escúchame, tú buscabas a un nombre determinado, el hombre, alguien que no pudiera suponer una amenaza para nuestro país o para nuestra forma de vida. Carismático, ¿no es así? Y, tal como te dije hace cinco semanas, él tiene carisma. Entonces, ¿cómo quieres que sepa por qué le amo? ¡Él hace que le amén! ¿Tú no le amas?

El rostro y los ojos de Judith permanecieron tranquilos.

– No.

– ¡Oh, vamos, Judith! ¡Eso es mentira!

– Te aseguro que no. Amo en él las posibilidades que tiene. Pero no le amo en sí mismo, como persona.

– ¡Dios mío! ¡Qué mujer tan dura eres!

– No sigas con tus pretextos, Moshe. Y tú, ¿por qué le amas?

– Por muchos motivos. Para empezar, me ha proporcionado el éxito más grande de mi carrera. ¿Te parece poco? Porque tú no me engañas, yo sé que le has elegido. Ignoro para qué pero, sea lo que sea, le has elegido a él. ¿Cómo puedo no amar a un hombre que me ha proporcionado esa satisfacción, sobre todo teniendo en cuenta que le elegí porque le consideraba capaz de despertar el amor de la gente? ¿Cómo quieres que no ame a un hombre que ve las cosas con tanta claridad, que está tan lleno de amor; un hombre que es tan bueno? Y no me refiero a que sea bueno en su trabajo, ni en su vida como hombre. ¡Sencillamente, es bueno! Y nunca había conocido a una persona buena. Siempre pensé que si alguna vez me topaba con alguna, me aburriría hasta la locura o terminaría odiándola. ¿Cómo puedo odiar a un hombre realmente bueno?

– Podrías, si fueras una persona malvada.

– Bueno, la verdad es que él me hace sentir malvado a menudo -contestó el doctor Chasen con aire solemne y emocionado-. A veces, empiezo a hablar acerca de las tendencias que percibo en un grupo de estadísticas y él, sentado allí, me sonríe, menea la cabeza y exclama: «¡Oh, Moshe, Moshe, no olvides que estás hablando de seres humanos!» Y yo me siento…, bueno, tal vez malvado no sea la palabra exacta, pero me siento avergonzado. Sí, eso es, avergonzado.

Ella frunció el entrecejo y de repente se impacientó con Moshe. Pero no lo demostró y prefirió preguntarse acerca del porqué.

– ¡Mmmm! -murmuró. Y se libró del doctor Chasen con la mayor rapidez posible. Luego se quedó sentada frente a su escritorio pensando.

El lunes por la mañana la doctora Carriol sugirió que, en lugar de ir de su casa al Ministerio en autobús, podían ir paseando por los parques y jardines del Potomac. Utilizó como excusa la belleza del día, cálido, con un cielo despejado y un aire fragante.

– Espero que no pienses que te he hecho perder el tiempo al traerte aquí para que conozcas a Moshe -comentó Judith, mientras caminaban a lo largo del parque de West Potomac.

– No. Comprendo perfectamente los motivos de tu interés en que nos conociéramos y los apoyo totalmente. Moshe es un científico realmente notable. Es un científico brillante y original. Pero como todos los de su especie, está más enamorado de las cifras que de los seres humanos. Como hombre, no es tan brillante ni tan original.

– ¿Y lograste modificar su modo de pensar?

– Un poquito. Pero en cuanto yo regrese a Holloman, empezará a olvidar todo lo que yo le dije y volverá a ser lo que era.

– No pensé que fueras tan derrotista.

– Hay una enorme diferencia entre el realismo y el derrotismo. La solución, Judith, no está en modificar a los Moshe Chasen, sino en modificar a la gente que constituye su información.

– ¿Y cómo lo harías, Joshua?

– ¿Me preguntas cómo lo haría? -Se detuvo en un badén cubierto de césped y ella notó que mantenía un fácil equilibrio en una postura que no debía ser nada cómoda. Tal vez fuese porque él siempre parecía incómodo cuando estaba en una posición de descanso, pero cuando sus brazos y sus piernas tenían una difícil misión que cumplir, la llevaban a cabo con toda gracia y dignidad.

– Les diría que lo peor ya ha pasado, que el tiempo de la autoabnegación ya quedó atrás. Les diría que saquen su orgullo del barro, y sus sentimientos del congelador. Les aconsejaría que acepten la suerte que les ha tocado y que se pongan en marcha para vivirla. La realidad es que tenemos frío y que cada vez tendremos más frío. Al igual que todos los países del hemisferio norte, tenemos que afrontar una emigración masiva para alejarnos del polo. También estamos condenados a formar familias de un solo hijo. Y ha llegado la hora de dejar de mirar atrás, de dejar de quejarnos de nuestra mala suerte y de poner punto final a nuestra resistencia pasiva ante lo inevitable. Tenemos que dejar de llorar por el pasado, porque el pasado se fue y ya no volverá. ¡Les diría que empiecen a pensar en el mañana, Judith! Solamente ellos pueden quitarse de encima esta neurosis del milenio, pensando y viviendo de una forma positiva. Tienen que comprender que es necesario que hoy suframos, porque con el milenio pasado se fue algo más que un siglo. Es preciso que hoy suframos, y la nostalgia es nuestro enemigo común. Les diría que el mañana de las generaciones venideras pude ser más hermoso y más digno de ser vivido que cualquier otra época desde la aparición del hombre, si empezamos ahora mismo a trabajar por ello. Les diría que lo único que no deben hacer es educar a sus pocos hijos, según el antiguo estilo indulgente y relajado. Nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos y todas las generaciones siguientes deben ser fuertes. Deben ser educados para enorgullecerse de sus propios logros y de su duro trabajo. No deben crecer para descansar en los laureles obtenidos por sus padres. Y le diría a cada norteamericano de todas las generaciones, incluyendo a la mía, que no regalen con tanta generosidad aquello que tanto trabajo les ha costado ganar. Porque con ello no obtendrán la gratitud que imaginan, ni siquiera por parte de sus propios hijos.