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– Bueno, muy bien -resumió ella-. Estás predicando una actitud de trabajo, que cada uno se ayude a sí mismo, y tu postura con respecto al futuro me parece muy positiva. -Se quedó pensativa-. Pero hasta ahora no me parece demasiado original.

– ¡Por supuesto que lo que estoy diciendo no es original! -replicó él algo molesto-. ¡El sentido común nunca es original! Y, además, ¿por qué te parece tan importante la originalidad? A veces, los principios más antiguos y repetidos han servido para guiar a la gente, porque todos los que debían estar mostrando el camino al pueblo, no hacen más que tratar desesperadamente de ser originales. ¡Y el sentido común es sólo sentido común y nada más que sentido común! Y los hombres lo poseen desde los albores de la creación.

– De acuerdo. Ten paciencia conmigo, Joshua. No estoy asumiendo el papel de abogado del diablo por divertirme. Sigue, ¿qué más les dirías?

La voz de Joshua se convirtió en un ronroneo lleno de calidez.

– Les diría que son amados. Por lo visto ya nadie les dice que se les ama, y ahí reside gran parte del problema. La administración moderna es eficaz, cuidadosa y delicada. Pero dejan de lado el amor de la misma manera que el hombre inseguro y débil olvidará decirle a su mujer o a su amante que la quiere, y cuando uno le pregunte por qué, se pondrá a la defensiva y afirmará que ellas deberían saberlo sin necesidad de que se les diga. Pero, Judith, todos necesitamos que nos digan que somos amados. El hecho de que a alguien le digan que le quieren, le ilumina el día. De modo que yo les diría que son amados. También les diría que no son malvados y que no disfrutan con el pecado, que no son seres despreciables… Les diría que cuentan con todos los recursos necesarios para salvarse y para construir un mundo mejor.

– ¿Harías hincapié en este mundo y no en el próximo?

– Sí, trataría de hacerles ver que Dios les puso aquí por un motivo y que ese motivo es hacer algo en el mundo. Les diría que no canalizaran sus pensamientos hacia una existencia a la que sólo tendrán acceso después de la muerte. Existe tanta gente que se afana por ganar la salvación en la otra vida que, en definitiva, lo único que hacen es estropear ésta.

– Te estás alejando de la raíz del problema -dijo ella, más que nada para azuzarlo; quería saber cómo trataba a sus oyentes escépticos.

– ¡Estoy tanteando el camino! ¡Lo estoy tanteando! -exclamó él entre dientes, golpeando los puños cerrados sobre sus rodillas al ritmo de la frase. Después hizo una profunda inspiración, cosa que pareció tranquilizarlo, y por fin, continuó hablando con voz severa-. ¡Judith, cuando la gente acude a mí en busca de ayuda, me mira con una expresión suplicante en los ojos, y entonces resulta todo tan fácil! En cambio, tú me observas como observarías a un raro espécimen bajo el microscopio y ni siquiera sé por qué me quedo aquí sentado y lo aguanto. A ti no te interesan mis puntos de vista sobre Dios y el Hombre, lo único que te interesa es… ¿qué es lo que interesa exactamente? ¿Qué cosas te interesan? ¿Por qué te intereso yo? ¡Porque, por lo visto, yo te intereso, y no debería ser así! Pareces saber tanto acerca de mí y, en cambio, yo no sé nada de ti. ¡Eres…, eres un misterio!

– Me interesa mejorar el mundo -contestó ella con frialdad-. Tal vez no el mundo entero, pero sí la parte que nos toca: Norteamérica.

– Lo creo, pero eso no contesta a mi pregunta.

– Más adelante, ya tendremos tiempo para preocuparnos por mí. Pero en este momento, el que importa eres tú.

– ¿Por qué?

– Dentro de un minuto te lo diré, pero siempre que antes me hables más sobre ti, de lo que eres y de lo que piensas.

– Bueno, si insistes en ponerme una etiqueta, digamos que soy partidario del meliorismo.

Le dolió tener que admitir que Joshua había utilizado una palabra desconocida para ella, pero sentía demasiada curiosidad para esperar a buscarla más tarde en el diccionario, salvando así su dignidad.

– ¿Un meliorista? -preguntó.

– Alguien que cree que el mundo puede ser infinitamente mejorable por el hombre, más que a través de la intervención de Dios.

– ¿Y tú crees en eso?

– Por supuesto.

– Y, sin embargo, crees también en Dios.

– Claro, estoy convencido de que Dios existe -contestó él con absoluta seriedad.

– He notado que nunca antepones el artículo indefinido a la palabra «Dios». Jamás te refieres a «un Dios». Simplemente dices «Dios».

– Dios no es indefinido, Judith. Simplemente, es.

– ¡Oh, a la mierda con todo esto! ¡Así no llegaremos a ninguna parte -exclamó ella violentamente, al tiempo que se ponía en pie, mirándole de frente.

Él lanzó una alegre carcajada.

– ¡Es increíble! ¡Por fin he encontrado una grieta en tu armadura!

– ¡De eso nada! -contestó ella furiosa-. Yo no tengo ninguna armadura. ¿Quieres oír una adivinanza?

– ¿Una adivinanza sobre qué?

– Si la puedes contestar, sabrás todo lo que quieres saber sobre Judith Carriol.

– ¡Eso sí que no me lo perdería por nada del mundo! ¡Adelante!

Brillante es el sonido de las palabras cuando el

hombre indicado las pronuncia; melodioso el ritmo

de las canciones cuando las interpreta el cantor;

siguen siendo entonadas y dichas, vuelan como si

tuvieran alas, después de la muerte del cantante y

del entierro del compositor.

Él permaneció en silencio con el rostro inexpresivo.

– ¿Perplejo?

– Hace un rato me atacaste por haber utilizado una palabra que no conocías -contestó él, medio en broma.

– No es cierto. ¿No sabes resolver el acertijo?

– No soy ningún Edipo. Es bonito, pero incomprensible.

– Muy bien. Entonces seré más clara, pero no respecto a mí, sino respecto a ti. Te explicaré por qué me interesas tanto.

Él adoptó en seguida un aire atento y serio.

– ¡Esto sí que no me lo pierdo!

– Eres un hombre de ideas, Joshua, de ideas importantes y me atrevería a decir, imperecederas… En cambio, yo no soy así. No es que no tenga ideas, pero la mayoría de ellas se refieren a la forma de llevar a cabo y de canalizar las ideas originales de otros. Quiero que escribas un libro.

Eso le sorprendió. Se puso de pie y la miró a los ojos.

– No puedo, Judith.

– Existen los fantasmas -dijo ella, volviéndose y empezando a bajar por el terraplén.