– ¡Judith, no soy más que un hombre! ¡No estoy preparado para eso!
De repente, se preguntó por qué tendría que sacar él temas como ése en una calle de Nueva York, donde la atmósfera y el hecho de que estuvieran caminando impedían toda sutileza y cualquier posibilidad de delicadeza. Y por otra parte, ¿cómo iba a encontrar ella las palabras indicadas para contestarle, si para ella los acontecimientos también se habían desencadenado a una velocidad increíble? Ella imaginaba que por lo menos en la mente de Joshua se produciría un proceso parecido al de un glaciar, un paso tranquilo de A a B. ¡Pero no esa avalancha! O tal vez, inconscientemente, ella supuso que trabajaría con un hombre parecido al senador Hillier, un individuo pragmático, con quien se podían planificar las cosas, alguien capaz de comprender hacia dónde le empujaban y que colaboraría para alcanzar las metas previstas. En cambio, trabajar con un individuo como Joshua Christian -¡que realmente era único!-, era parecido a caminar en la cuerda floja sobre el Valle de la Muerte.
– Olvida lo que dije. Ni siquiera sé por qué lo dije. Lo único que importa es que se publique tu libro, Joshua. Eso es realmente lo único importante.
Desde luego, Judith tenía razón. Por lo menos, llegó a esa conclusión durante el largo trayecto hacia su casa, con el tren que avanzaba con desesperante lentitud. Lucy Greco tuvo el sentido común de permanecer sentada en silencio a su lado, y no le molestó porque se dio cuenta de que en las tres horas transcurridas desde que se separaron había ocurrido algo que le angustiaba.
Joshua no era ningún tonto. Tampoco estaba tan absorto en sí mismo como para no advertir la conducta de los demás. Y los pequeños detalles, como esa mirada que apareció en los ojos de Moshe Chasen cuando se conocieron, el conocimiento que tenían Elliot MacKenzie y Lucy Greco sobre lo que él deseaba escribir, los comentarios de Judith Carriol respecto a lo que ella quería que él produjera…, todos esos minúsculos detalles, de alguna manera crecían en su mente hasta asumir las proporciones de una montaña que él no alcanzaba a ver, porque se encontraba en la oscuridad del mañana. Sin embargo, no creía que nada de todo eso fuera maligno. «¡Sé honesto contigo mismo, Joshua! Sabes que nada se contradice con lo que estás deseando hacer, que consiste simplemente en ayudar a la gente.»
No confiaba en Judith Carriol. Ni siquiera estaba seguro de que esa mujer le gustara. Sin embargo, desde el principio, fue el catalizador que él necesitaba desesperadamente para encender su fuego interior. La espantosa fuerza que él tenía dentro de su ser le había respondido como una bestia poderosa a la mano del domador que sabe guiarla. Y él la siguió, indefenso, víctima de sí mismo y de Judith Carriol.
Haz lo que tengas que hacer. Deja que el mañana se encargue de sí mismo, porque es imposible que preveas lo que te depara.
El libro era la oportunidad. ¡Había tanto que decir! ¿Qué sería lo más importante? ¿Cómo podría hacer que todo cupiera entre las dos tapas de un pequeño libro? Debía hacer una cuidadosa selección. Lo importante era explicar a sus lectores por qué se sentían así, tan inútiles, tan hastiados, tan viejos, tan ineficaces. Pensó que empezaba a comprender por qué Judith Carriol había utilizado las palabras «religioso» y «evangelista». Porque lo que el libro ofrecería era, de alguna manera un poco místico. Sí, eso era lo que ella quiso decir, y no se refería a nada que él no fuese capaz de hacer.
Si lograba que la gente adquiriese fuerza espiritual, tendrían una base sobre la cual edificar una forma de vida más positiva dentro de las limitaciones que les estaban prescritas, sin rebeliones, iconoclasias, nostalgias, terror o afanes de destrucción. No necesitaban esa clase de móviles, sobre todo con el futuro al que debían enfrentarse: el descenso de las aguas, el odioso frío, el progresivo hundimiento de la tierra, y el sentimiento antinorteamericano del mundo exterior. Él tenía que lograr que ellos vieran y creyeran en un futuro que jamás alcanzarían a vivir. Tenía que infundirles fe y esperanza. Y, sobre todo, amor.
¡Sí! Con la ayuda de la inteligente y eficaz Lucy para dar forma a lo que él quería decir y convertirlo en algo que la gente tuviera ganas de leer, él estaba en condiciones de hacerlo. ¡Podía hacerlo! Y aparte de eso, ¿qué otra cosa importaba? ¿Acaso importaba él? No. ¿Importaba Judith Carriol? No. Y se dio cuenta de que lo que le encantaba de Judith Carriol era su capacidad para hacerse a un lado, esa capacidad idéntica a la suya.
Cuando el doctor Christian entró en la cocina seguido por otra mujer, su madre se quedó como petrificada y con la boca abierta, mientras el cucharón derramaba la salsa por todo el suelo.
Él se inclinó para besarla en la mejilla.
– Mamá, te presento a la señora Lucy Greco. Se quedará a vivir con nosotros durante algunas semanas, así que te pido que saques la naftalina del cuarto de huéspedes y que busques otra bolsa de agua caliente.
– ¿Que se quedará a vivir con nosotros?
– Así es. Lucy es mi editora. «Atticus Press» me ha encargado que escriba un libro, y nos han dado un límite de tiempo. No te preocupes porque ella también es psicóloga, de modo que está perfectamente preparada para comprender nuestra enloquecida forma de vida. ¿Dónde están los demás?
– Todavía no han llegado. Cuando se enteraron de tu llegada, decidieron esperarte en lugar de comer a la hora habitual. -En ese momento recordó la presencia de la invitada, que seguía allí esperando con una amable sonrisa-. ¡Oh, señora Greco, lo siento! Joshua, vigila la cazuela. Yo llevaré a la señora Greco a su habitación. No se preocupe, querida, eso de la naftalina no es más que una broma de, Joshua. Aquí no hay polillas y jamás he necesitado poner naftalina en las habitaciones.
Joshua cuidó de la cazuela obedeciendo a su madre. Tal vez fue un poco duro al no avisar a su familia de que llegaría acompañado de la señora Greco, teniendo en cuenta que les había telefoneado para avisarles de su propia llegada. Pero de vez en cuando necesitaban una sorpresa, y ésa sin duda iba a resultarles agradable, especialmente a mamá. No pudo menos que sonreír cuando la vio volver de la cocina con tanta rapidez, que era evidente que apenas había demorado el tiempo necesario para mostrarle a Lucy su habitación.
– ¡Pero mamá! Seguro que no le enseñaste a la señora Greco dónde está el cuarto de baño.
– Ya es bastante mayorcita para encontrarlo ella sola. ¿Qué te ocurre, Joshua? Nunca has mostrado el menor interés por las mujeres y ahora, de repente, en una semana, traes dos diferentes a casa.
– Judith es una colega con la que acabo de finalizar un trabajo, y la señora Greco, como ya te dije, es mi editora.
– No me estarás tomando el pelo, ¿verdad?
– No, mamá.
– Bueno, bueno… -exclamó mamá en un tono insinuador.
– Es posible que estés un poco confusa, mamá, pero, ¿sabes una cosa? -preguntó él, mientras le sonreía.
– No, ¿qué? -contestó ella, devolviéndole la sonrisa.
– ¡Eres una persona realmente agradable! -y se inclinó para limpiar la salsa que se había derramado por el suelo, antes de que su madre patinara sobre ella.
Ella intentó aprovechar el estado de ánimo expansivo de su hijo.
– ¿Estás seguro de que la doctora Carriol no te interesa ni un poquito? Sería una mujer perfecta para ti.
– ¡Vamos, mamá! Te lo digo una vez y para siempre: ¡No! ¿No quieres que te hable de mi libro?
– Por supuesto que quiero que me hables del libro, pero espérate a la sobremesa, así no tendrás que repetirlo todo. Yo tengo algunas noticias que el resto ya conocen, así que te las contaré antes de que ellos vengan.
– ¿Qué noticias?
Ella abrió el horno, miró en su interior y lo volvió a cerrar.
– Esta tarde, alrededor de las dos, tuvimos una emergencia nacional.