Por lo tanto la exitosa carrera de Judith Carriol no la ayudó a llenar el desierto afectivo por el que vagaba su alma, porque ese éxito reforzó sin duda su convicción de que era superior, en inteligencia y en coraje, a la mayoría de sus contemporáneos. Resultaba imposible convencerla de que sus pensamientos y actos tenían serios defectos. Y era totalmente incapaz de tener en cuenta factores, para ella tan insignificantes, como las emociones del corazón, los furtivos pensamientos de la mente o los dolores físicos. Era una pensadora puramente racional y la razón era su dios. Era capaz de eliminar de su mente cualquier cosa que pusiera en peligro a la razón.
Todo ello la colocaba en una situación sumamente precaria cuando debía tratar con una persona tan instintiva, lógica y mística como Joshua Christian. La mayoría de las veces, ella no era consciente de ello, excepto cuando se paraba a analizar lo que ella denominaba la torpeza de Joshua. No comprendía por qué él no se daba cuenta de que era absolutamente perfecto para sus propósitos. Y cuando alcanzara a verlo con claridad, se sentiría muy agradecido hacia ella, le tomaría cariño e incluso llegaría a amarla.
Esta modeladora de hombres, ese gato que se agazapaba en las sombras, esta eminencia gris, permanecía sentada hora tras hora y día tras día, observando al doctor Joshua Christian en los momentos más sagrados de su intimidad, sin el menor remordimiento de conciencia, sin cuestionar su derecho a hacerlo. Sabía que Joshua se metía el dedo en la nariz, que no se masturbaba, que cantaba, que lanzaba risitas y hacía cómicos gestos cuando se sentaba en el inodoro por la mañana para mover el vientre. Sabía incluso que no tenía tendencia al restreñimiento. Sabía que hablaba solo, a veces, con una pasión increíble. Sabía que le resultaba difícil conciliar el sueño y que, en cambio, no le resultaba nada difícil levantarse. Sabía que amaba genuinamente a su madre, a sus hermanos, a su hermana y a sus cuñadas e incluso sabía que, por desgracia, la cuñada, a la que él apodaba la Ratita, estaba profunda y desesperadamente enamorada de él, mientras que su hermana le odiaba. Y sus conocimientos no se detenían en Joshua, sino que se extendían a toda la familia de esa misma manera íntima y angustiosa.
Al final de la sexta semana, y con John Wayne a su lado como siempre, la doctora Judith Carriol terminó de recopilar todas sus evidencias, incluyendo un primer borrador de La maldición Divina: Nueva propuesta sobre la Neurosis del Milenio, por el doctor Joshua Christian, doctorado en Psicología por la Universidad de Chubb.
Citó por separado al doctor Samuel Abraham y a la doctora Millicent Hemingway, para que le proporcionaran un informe de los candidatos que les había tocado investigar. Después de agradecerles su trabajo, les encargó aspectos especiales de la tarea de reubicación, que el doctor Moshe Chasen había decidido separar de su línea de investigación, por considerar que era preciso tratarlos independientemente. En ese momento, ni a la doctora Hemingway ni al doctor Abraham se les ocurrió pensar que la Operación de Búsqueda tuviera un objetivo definido.
Notificó a Harold Magnus que estaba preparada y éste lo hizo saber al presidente Tibor Reece.
La reunión tuvo lugar en la Casa Blanca, porque las fuerzas de seguridad del Presidente consideraron que el desplazamiento de dos integrantes del Ministerio del Medio Ambiente, aunque uno de ellos fuese el mismo ministro, atraería menos la atención de los desequilibrados que el desplazamiento del Presidente de los Estados Unidos. A la doctora Carriol no le gustó el lugar del encuentro porque prefería confiar su seguridad a hombres y mujeres, a los que conocía, que tener que depender de desconocidos. Y sospechaba que a Harold Magnus le sucedía lo mismo. No podrían saber cuántos micrófonos y cámaras ocultas habrían instalado en la sala de conferencias de la Casa Blanca, y con qué propósitos. En el caso del doctor Joshua Christian, sus propias actividades en este sentido fueron emprendidas por motivos poco censurables, pero ella no podía decir lo mismo de agentes de vigilancia que frecuentaban los pasillos de los Ministerios de Estado, Justicia y Defensa.
Sin embargo, aparentemente, ésta no era más que otra reunión entre el Presidente y dos de sus funcionarios; asuntos sin importancia que, sin duda, hubiera preferido dejar en manos de algún otro, pero que a veces se veía obligado a atender personalmente, como una especie de buen gesto. Por lo tanto, sólo podía rezar para que los perros guardianes del Ministerio de Estado, los sabuesos de Justicia y los mastines de Defensa, durmieran pacíficamente junto al fuego, inmunes al olor de ese moderno eje de todo el rencor nacional, que era el Ministerio del Medio Ambiente.
Judith no tenía miedo. Ni siquiera estaba nerviosa. Le interesaba hacerse cargo de toda la exposición porque conocía extremadamente bien a toda su audiencia. Quizás Harold Magnus declarara que la Operación de Búsqueda era obra suya, pero ella sabía que era la madre del proyecto y no estaba dispuesta a consentir que nadie más, y menos que nadie sus jefes, lo controlara. Ellos todavía lo ignoraban, pero no iban a tomar ninguna decisión. Había cargado con exquisito cuidado la carretilla que les iba a presentar y fuera cual fuese la fruta que eligiesen, llevaría el nombre del doctor Christian. Ella tenía todas las ventajas a su favor. Sabía exactamente cuáles eran los temas a tratar. Estaba en condiciones de planear un método de ataque, cosa que ellos no podían hacer.
Ellos esperaban encontrar a un único candidato serio para la empresa, el senador David Sims Hillier VII. Magnus deseaba apasionadamente que Hillier fuese el vencedor, pero no estaba tan segura de la opinión de Reece. Con respecto a Reece, la doctora Carriol contaba con dos factores a su favor. En primer lugar, el hecho innegable de que esa tarea llevaba consigo una enorme dosis de poder; si recaía sobre un senador de los Estados Unidos con aspiraciones a la presidencia, podría significar una amenaza directa para el actual habitante de la Casa Blanca. El segundo factor, mucho más casual, es que existía un parecido físico entre Tibor Reece y Joshua Christian; ambos eran altos, demasiado delgados, su tez era oscura y sus rostros algo cadavéricos. Genéticamente, sus orígenes no eran demasiado, distintos: el doctor Christian tenía sangre rusa, armenia y celta; el presidente Reece tenía antepasados húngaros, rusos, judíos y celtas.
Naturalmente, Magnus era plenamente consciente de las reservas del Presidente con respecto al senador Hillier y, por lo tanto, habría preparado, bien su plan de ataque. Pero a su vez, Tibor Reece no ignoraba ese detalle y, sin duda, habría desarrollado también un eficaz plan de ataque. Si ella conseguía que su presentación impactara a Tibor Reece, sabía que el Presidente elegiría el doctor Christian por encima del senador, pero tenía que convencerle de que al hacerlo no estaría anteponiendo sus propios intereses a los del país, cosa que él jamás haría. Augustus Rome le había elegido durante su último período con la absoluta convicción de que era el hombre indicado para convertirse en futuro Presidente. Gus Rome era un maestro en el arte de adivinar qué hombres poseían talla política y humana. De modo que no era posible dudar de la integridad de Tibor Reece.
El Presidente brindó una cálida bienvenida a Harold Magnus y a la doctora Carriol y les demostró la importancia que confería a los resultados de la Operación de Búsqueda, al informarles que la reunión que iban a comenzar, no tenía un término de duración limitada. La doctora Carriol se vio obligada a esperar llena de impaciencia, mientras Tibor Reece y Harold Magnus se embarcaban en la habitual letanía de esposas, hijos, amigos, enemigos y problemas. Producto de una época en que la procreación dependía enteramente de la decisión de los individuos, Harold Magnus tenía dos hijos y dos hijas, pero Tibor Reece, que acababa de cumplir cuarenta años, se había casado después de los treinta y, por lo tanto, sólo tenía una hija, mentalmente retrasada. Su esposa movió todos los hilos para conseguir el permiso para tener un segundo hijo, para lo cual bombardeó con solicitudes a la OSH con tanta frecuencia, que se convirtió en un verdadero estorbo. La suerte no tuvo nada que ver con el hecho de que nunca tuviera suerte; su marido dispuso deliberadamente su mala suerte, en una conversación que sostuvo en privado con Harold Magnus. Julia Reece fue el único caso en la historia de la OSH, en que realmente se movieron influencias. Julia Reece fue elegida como ejemplo de sacrificio para el país. Porque si le hubiese tocado una bola ganadora en la lotería, nadie hubiera creído jamás que no se había debido a las influencias. Y Tibor Reece no se atrevió a correr ese riesgo. Y lo pagó caro. Julia no se volvió exactamente loca; simplemente enloqueció por los hombres, cosa que para su marido fue una vergüenza aún mayor que su constante bombardeo a la OSH.